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Nina entró al pent-house de Daniel. Éste estaba a oscuras, aunque las cortinas estaban corridas, y las luces de la ciudad se veían a lo lejos a través del ventanal.

Daniel estaba aquí, pero no se le veía por ningún lado. Caminó a una lámpara de mesa y encendió su luz. Lo vio entonces. Tendido cuan largo era en uno de los sofás de la sala, sin inmutarse por la presencia de ella.

—Tenemos que hablar –dijo ella sentándose en el mueble frente a él, y Daniel la escuchó sin mover un solo músculo.

—Sí –confirmó él—, tenemos que hablar.

—Esto no puede seguir así, Daniel. A pesar de lo mucho que te quiero, no puedo soportar que… —él movió su cabeza para mirarla cuando se quedó en silencio, esperando a que ella continuara—. Me duele sólo p

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