Daniel entró al bar y rápidamente encontró a Maurice. Se sentó frente a él y llamó a una camarera para que le trajera una bebida.
Habían acordado verse aquí esta noche y echarse unos tragos, pero David no había llegado.
—No vendrá –contestó Maurice cuando le preguntó por él—. Dijo que algo surgió. Seguramente Marissa le puso la pierna encima y lo perdimos—. Daniel se echó a reír. Todavía a veces le sorprendía el sentido del humor de Maurice.
—No podemos reprochárselo. Están en una especie de luna de miel.
—Se casarán pronto –informó Maurice, pero Daniel no se mostró sorprendido. Nina ya se lo había contado, y había dejado el tema de los matrimonios flotando en el ambiente de un modo que le hizo pensar que tal vez ella esperaba una proposici&o
Jorge suspiró mientras observaba a Hugh guardar los documentos en un sobre, y luego en su maletín de cuero.—Creo que es la quinta vez que cambias tu testamento –sonrió Hugh mirando a su viejo amigo—. Espero que sea la última vez.—¿Eso indica que ya quieres que me muera?—No seas idiota. Es sólo que espero que ya estés satisfecho. Ser tu albacea me producirá unos cuantos dolores de cabeza—. Jorge hizo una mueca. Estaban en el despacho de su mansión, pues esta conversación había preferido tenerla en privado con su amigo.—¿Quién dice que moriré primero que tú? –bromeó Jorge—. Recuerda que el albacea tuyo soy yo.—Lo cual muestra que soy un tonto. Debí elegir a alguien más joven –Jorge se echó a reír, y se recostó en su asient
Daniel entró a la sala de espera en la que se paseaba una Diana bastante angustiada. Apenas lo vio, ella corrió a él y lo abrazó.—Viniste –lloró ella en su pecho, ahogando sus sollozos sobre su camisa—. ¡Viniste!—Claro que vine –susurró él, abrazándola. Ella no dejaba de llorar, los hombros le temblaban, y él no tuvo más remedio que esperar a que se calmara un poco.—Tengo tanto miedo, Dan –dijo ella alejándose un poco y sin mirarlo—. No quiero perderlo, no quiero…—Vamos, calla. No digas esas cosas. Todo va a estar bien—. Ella negaba agitando su cabeza.—No lo creo. Lo vi muy mal, Dan. Tan mal que… me asombra que aún los médicos no hayan salido para darme la mala noticia. No es negativismo, es que en verdad pensé que mi padre moría en mis brazos&hellip
Enterraron a Jorge esa misma tarde, al lado de los restos de Laylah Alcázar. Fue una ceremonia sencilla, pero muy sentida, donde Esteban brilló por su ausencia.Cuando ya todos se fueron yendo, aprovechó la ocasión para ir a ver la tumba de su madre.La halló con unas cuantas flores marchitas sobre ella, y eso le extrañó. ¿Quién le traía flores a su madre? ¿Habría sido Jorge antes de morir?—Hola, mamá –saludó él. Y luego se dio cuenta de que no tenía mucho que decir. Respiró profundo mirando el cielo azul primaveral y metió ambas manos en sus bolsillos—. Supongo que ya lo sabes –sonrió Daniel—. Me gustaría pensar que en el más allá estás con él, y se están saludando como viejos amigos. Este hombre se merece el cielo, y si estás en él, mejor, &iqu
Daniel frenó frente a la mansión, y se estuvo allí largos minutos odiándose a sí mismo, criticándose, riñéndose por haber venido. Pero su cuerpo desobediente actuaba por sí solo, así que abrió la puerta del auto y bajó. Se encaminó a la entrada e hizo ademán de tocar la campana, pero se detuvo. Él tenía llaves, era sólo que había perdido la costumbre de entrar por su cuenta.Entró suavemente, y encontró todo a oscuras. Afortunadamente, se conocía de memoria las salas y los pasillos, y empezó a recorrerlos sin necesidad de encender las luces.¿Dónde estaba Diana?Le preocupaba su estado. Luego de que la vio salir aquella vez en la sala de velación acompañada de Marissa, Daniel las había seguido, encontrando a Diana llorando desgarradoramente, y a Marissa intentando consolarla y
—¿Qué pasó aquí anoche? –preguntó Marissa, sentándose al lado de Diana en el primer escalón de las escaleras. Diana tenía la cabeza recostada en los barrotes del pasamanos—. No me digas que hiciste alguna locura con Dan.—¿Tengo la cara de alguien que hizo locuras con un hombre anoche? –Marissa sonrió.—Definitivamente, no.—Pero él pasó la noche aquí –comentó Meredith, acercándose más.—Sí. Fue gentil y me hizo compañía.—Daniel es el hombre más bueno del mundo, en serio –señaló Meredith.—O el más tonto –susurró Marissa, y Diana le echó malos ojos.—¡Dime, Diana! –exclamó Nina, entrando con paso firme al vestíbulo mostrándose furios
“No espero contar con el agradecimiento de todos al terminar esta carta –rezaba el testamento de Jorge—, por el contrario, soy consciente de que, aun después de haber muerto, recibiré unos cuantos insultos y reproches. Y los aceptaré. Pero viendo que ustedes, mis hijos, no fueron capaces de tomar el destino con sus propias manos, me vi en la obligación de hacerlo yo, y forzarlos a tomarlo también.>Lo siento si mis decisiones parecen arbitrarias, pero fueron pensadas a conciencia, durante más de diez años, con cabeza fría y corazón dispuesto. Todas las decisiones y disposiciones que ahora Hugh Hamilton, mi amigo y albacea leerá, las tomé pensando en ustedes, y por el profundo amor que le tengo a cada uno.>Así que, los bienes por los que trabajé toda mi vida, quedarán repartidos de la siguiente manera:A Maggie, mi aya y amiga, que trabaj&oac
Daniel entró a su oficina queriendo romper cosas.No sabía con quién estaba más enojado, si con Jorge, que desde la tumba quería seguir manipulando su vida, o con Diana, por la cara de espanto que hizo cuando Hugh leyó que debían casarse.¿Y por qué rayos debía él casarse? ¿Por una presidencia? ¿De verdad había pensado Jorge que sería el único modo en que él llegara a tan distinguido lugar?Él podía llegar a construir su propia empresa, tal como él había hecho, y tal vez le tomara algunos años, pero era tenaz, así que tarde o temprano llegaría a su meta. No necesitaba matrimonios concertados para conseguirlo.Y Diana, oh, ella. Diana lo odiaba. A pesar de que había dicho que lo del baile había sido de la boca para afuera, había muchas otras cosas má
Daniel entró como una tormenta a la mansión, llamando a Diana a gritos, y abriendo cada una de las puertas de los diferentes salones de la mansión. Los sirvientes, que lo conocían, se asustaron un poco al verlo así, pero no dijeron ni hicieron nada por buscar a Diana, sólo se quedaron allí, de pie, viéndolo mientras él gritaba llamando a Diana y abriendo una puerta tras otra.Al escucharlo, ella salió del estudio, había estado pintando, y sólo se molestó en ponerse unas sandalias antes de bajar. Al verla, Daniel se echó a reír. Como siempre, ella era una inconsciente. Pero claro, ¿por qué vestirse un poco más decente, si el que había llegado sólo era él?—¿Pasa algo? –preguntó ella, cruzándose de brazos, y Daniel notó que tenía manchas de pintura en la piel.—&iques