Amy Morrison no se podía creer su suerte. Había escuchado de la convocatoria para trabajar en el Grupo Empresarial Alcázar gracias a una compañera de trabajo, y de inmediato había ingresado sus datos. Había pasado el primer filtro, que era la selección de CVs, y ahora estaba en el grupo que sería entrevistado directamente por el que sería su jefe.
Y su jefe era el tipo increíblemente guapo que la había salvado del abusón. Ese idiota que se había creído que tal vez estaba muy desesperada por entrar a trabajar aquí como para meterse en un enredo con él. Afortunadamente, no había tenido que darle un rodillazo en las pelotas, pues el sujeto de ojos como esmeraldas la había salvado justo a tiempo.
Tal vez pudiera enamorarse por enésima vez, y esta vez, sería completamente justificado.
—Ah, estás aquí –di
Daniel fue ascendido nuevamente. Su brillante trabajo en Marketing había posicionado las diferentes dependencias de ventas entre los primeros en el país mejorando sus ventas en un alto porcentaje. Pero en vez de dejarlo allí como ficha clave, Jorge lo movió a un cargo de mayor envergadura. Ahora era su mano derecha, el jefe de control de gestión. Por encima de Daniel no había nadie más, sólo Jorge.Amy seguía trabajando a su lado, asombrada cada vez más con las técnicas de su jefe. Siempre era osado, parecía que había perdido una partida hasta que a última hora salía con un brillante as que salvaba el día. Tal como había sido con ella.Lo había creído de lo peor cuando la despachó en aquella entrevista sin esperanza de ser contratada, pero cuando llegó a su casa y saludó a su hija, le dijeron que la espe
Diana estaba en la ciudad.Daniel lo sabía, pero no dejó ver que eso alteraba en algo su vida. Y era verdad, ¿o acaso desde que ella había llegado había variado su rutina? Ella había llegado, y estaba de nuevo en la mansión, pero como ya hacía tiempo que no eran amigos, él no había sido cortésmente saludado, ni él había ido a darle la bienvenida, como hubiese ocurrido años atrás.—Te necesito esta tarde –le dijo Jorge por teléfono—. Tengo una reunión con Hugh.—Sabes que el médico te dijo que te lo tomaras con calma, ¿verdad? –le reprochó Daniel.—Tengo mucho que hacer –rezongó el anciano—. No puedo darme el lujo de quedarme sentado viendo pasar las cosas. Tengo mucho que hacer –repitió.—Si a tus casi setenta años no has terminado
David y Daniel hicieron buenas migas. Tal vez porque tenían los mismos orígenes, tal vez porque el episodio con Diana los había acercado de una manera que cualquier otra cosa no habría podido, pero lo cierto es que quedaron de encontrarse para un juego de béisbol.Daniel aceptó. Su único amigo había sido Thomas Brenner, pero dado que él estaba en la otra punta del país, muy poco podían verse y charlar. Hacer nuevos amigos era de hombres sabios, así que se dedicó a cultivar esta nueva amistad.Y de paso conoció a Maurice Ramsay, que en cuanto lo conoció, no dejó de preguntarle si de casualidad se conocían de antes.Él estaba seguro de no haberlo visto a él en el pasado; recordaba los nombres de sus amigos en la escuela cuando aún su madre estaba viva, y luego, cuando se pasó a la escuela privada. Y si Maurice era tambi
Los días pasaron, uno a uno. Daniel estuvo bastante ocupado con la búsqueda de Michaela Brandon, la hermana de David, la cual había sido secuestrada, y luego que ésta fue rescatada, pudo conocer un poco más la familia de David, y cuando Marissa viajó dejándolo, conoció también un poco más acerca de Maurice y su pensamiento acerca de las mujeres en general. En esos días poco se comunicó con Nina, por eso no le extrañó mucho verla en el lobby de su edificio una noche al regresar. Como el conserje no la conocía, y él no había autorizado su nombre para que entrara libremente, ella estaba aquí, esperándolo. —¿Qué haces aquí? –le preguntó él con una sonrisa. —Vine a verte. —¿A esta hora? –Nina le rodeó los hombros con sus brazos y lo besó. —No te voy a mentir y a decirte que pasaba por aquí de casualidad y decidí verte. Vine expresamente a pasar la noche contigo –Daniel elevó una ceja. —Ah… ¿sí…? —Sí. Soy tu novia y sigo virg
Diana se subió a un autobús.En Italia subía a muchos constantemente, así que no se sentía nerviosa o insegura al respecto. Y su ropa no la dejaba estar demasiado fuera de lugar.Se recostó en el respaldo de la silla y miró las casas y edificios al pasar. Cerró sus ojos deseando quedarse dormida. Ojalá no hubiese escuchado la descripción que Nina había hecho de su relación con Daniel. Pero bueno, ella no podía sospechar el efecto que esa información podía tener en ella. No podía haberlo hecho adrede.Era obvio que él estaba poniendo todo su esfuerzo en ser feliz con Nina, y eso estaba bien. Nina era adecuada para él, lo amaba desde hacía mucho, y era tan abierta y alegre que seguro terminaría llenando esos espacios en su corazón que ella jamás podría.Eran la pareja ideal, y ella deb
Daniel entró al bar y rápidamente encontró a Maurice. Se sentó frente a él y llamó a una camarera para que le trajera una bebida.Habían acordado verse aquí esta noche y echarse unos tragos, pero David no había llegado.—No vendrá –contestó Maurice cuando le preguntó por él—. Dijo que algo surgió. Seguramente Marissa le puso la pierna encima y lo perdimos—. Daniel se echó a reír. Todavía a veces le sorprendía el sentido del humor de Maurice.—No podemos reprochárselo. Están en una especie de luna de miel.—Se casarán pronto –informó Maurice, pero Daniel no se mostró sorprendido. Nina ya se lo había contado, y había dejado el tema de los matrimonios flotando en el ambiente de un modo que le hizo pensar que tal vez ella esperaba una proposici&o
Jorge suspiró mientras observaba a Hugh guardar los documentos en un sobre, y luego en su maletín de cuero.—Creo que es la quinta vez que cambias tu testamento –sonrió Hugh mirando a su viejo amigo—. Espero que sea la última vez.—¿Eso indica que ya quieres que me muera?—No seas idiota. Es sólo que espero que ya estés satisfecho. Ser tu albacea me producirá unos cuantos dolores de cabeza—. Jorge hizo una mueca. Estaban en el despacho de su mansión, pues esta conversación había preferido tenerla en privado con su amigo.—¿Quién dice que moriré primero que tú? –bromeó Jorge—. Recuerda que el albacea tuyo soy yo.—Lo cual muestra que soy un tonto. Debí elegir a alguien más joven –Jorge se echó a reír, y se recostó en su asient
Daniel entró a la sala de espera en la que se paseaba una Diana bastante angustiada. Apenas lo vio, ella corrió a él y lo abrazó.—Viniste –lloró ella en su pecho, ahogando sus sollozos sobre su camisa—. ¡Viniste!—Claro que vine –susurró él, abrazándola. Ella no dejaba de llorar, los hombros le temblaban, y él no tuvo más remedio que esperar a que se calmara un poco.—Tengo tanto miedo, Dan –dijo ella alejándose un poco y sin mirarlo—. No quiero perderlo, no quiero…—Vamos, calla. No digas esas cosas. Todo va a estar bien—. Ella negaba agitando su cabeza.—No lo creo. Lo vi muy mal, Dan. Tan mal que… me asombra que aún los médicos no hayan salido para darme la mala noticia. No es negativismo, es que en verdad pensé que mi padre moría en mis brazos&hellip