2.

Un trueno apagó mi voz y la policía cerró la puerta en mi cara. Así que nadie pudo oírlo. Nadie más que el policía que estaba sentado frente al volante. Encendieron el auto y me llevaron a la cárcel. 

Lo había perdido todo. Ya no tenía nada. 

Esa noche me encerraron en una celda oscura y fría. 

Ni siquiera un pequeño abrigo para cubrir mi cuerpo como gesto amable recibí en esa noche helada de enero. 

Me recosté junto a los barrotes, observando el cielo oscurecido por las nubes y la tormenta que arreciaba sobre la ciudad. 

Fue la noche más larga de mi vida. La recuerdo con tristeza, con un terrible desazón en el estómago, con hambre, con la incertidumbre de saber qué pasaría con mi futuro, con el posible hijo que crecía en mi vientre.

A la mañana siguiente, tras haberme trasladado a la cárcel de mujeres de máxima seguridad de la ciudad, para esperar a mi abogado y la sentencia que me darían por los crímenes que me acusaban, recibí la visita de mi suegra. 

Esmeralda era una mujer fría, rubia y delgada, con los ojos verdes como su propio nombre. Era tan diferente a Nicolás que no parecía su madre.

Expresiva como una víbora, se sentó al otro lado de la mesa y clavó sus verdes ojos en los míos.

—Así que aquí estás, m*****a zorra —me dijo—. Siempre supe que este sería el lugar en el que terminarías. Mi suegra siempre fue muy complaciente contigo. Te dio un trabajo en la empresa y te defendió de todos nosotros para que tú le pagaras asesinándola.

—¡Yo no la asesiné! —dije, golpeando la mesa.

Ella sonrió.

—Claro que lo hiciste. Tenemos las pruebas. Tenemos las pruebas del veneno en su té y de tus huellas en la taza.

—¡Es mentira! Estaba trabajando horas extras en la oficina el día del accidente, ni siquiera fui a casa. ¡Son ustedes! ¡Ustedes son los que mataron a la abuela!

—Nadie va a creer esa m*****a historia —me gritó ella—. Pero no estoy aquí para eso. ¿Crees que los policías no me iban a contar lo que gritaste en la patrulla? ¿Estás embarazada, Evangeline?

Tuve un momento de shock, no me había dado cuenta de que sería mi suegra la primera en enterarse.

Abrí la boca para responder que no, pero no pude decirlo. Así que simplemente asentí con la cabeza.

Evité su mirada.

—Quiero hablar con Nicolás.

—Fue él quien me envió —dijo Esmeralda. Nunca entendí por qué aquellas personas me odiaban tanto — Los policías le dijeron lo que gritaste. Si estás embarazada, Evangeline, mi hijo quiere que abortes.

—¡No! Él no puede desear eso — grité conmocionada — Desde que nos casamos, es lo que ha querido toda la familia: que yo me quede embarazada, que le dé un heredero a los Montalvo.

—Pero no ahora. No ahora que eres una asesina, una ladrona. Ese bebé sería una deshonra para nuestra familia. Así que prepárate, Evangeline, porque esta misma noche vas a abortar a ese engendro.

Se puso de pie. Sus tacones resonaron cuando salió de la habitación, cerrando la puerta. Yo cubrí mis manos con mi rostro, llorando. No podía permitir aquello.

Me casé con Nicholás a los 18 años e ingenuamente pensé que había encontrado el amor verdadero.

Pero el primer día de nuestra boda, me dejó sola en la habitación durante toda la noche.

No volví a verle durante el mes siguiente.

Pensé que era porque estaba obsesionado con su trabajo, todo el mundo lo decía.

No sabía amar, así que yo quise enseñarle, pero él era tan distante e inalcanzable, hasta que los Montalvo necesitaron un heredero. 

Esa fue mi oportunidad.

Mi cama se convirtió en un lecho matrimonial un par de veces a la semana. Aun así, fui lo bastante ingenua para creer que mi cuerpo, mis caricias, podrían derretir el frío corazón de aquel hombre al que le importaba más su trabajo que su propia vida.

Justo cuando creía estar al borde de la felicidad, la repentina muerte de mi abuela, las inexplicables acusaciones y el aborto exigido por mi marido me dejaron momentáneamente sin saber qué hacer.

—Con Calma, hija mía. Confía en ti misma.

Las amables palabras de la abuela tranquilizaron mi corazón.

—Necesito una llamada — le grité al policía.

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