Yo me sentí intimidada por el hombre que entraba en estos momentos. Pero entonces Kevin extendió su mano hacia mí.—No tengas miedo, es uno de mis trabajadores. Nunca te delatará. Recuerda que aquí estás a salvo.Pero yo no estaba segura de aquellas palabras. Ante el poder de los Montalvo, nadie estaba a salvo. Yo, más que nadie, sabía el poder que tenían. Yo, más que nadie, sabía los negocios ilícitos ocultos que tenía la floristería más grande del país. Sabía que, si ellos quisieran, si por una minúscula razón llegaban a sospechar que yo estaba viva, me encontrarían. Y aquello me aterraba. Me aterraba profundamente.Así que apoyé mi mano en el vientre, como si así pudiera proteger a mis trillizos. Tres. Eran tres. Apenas había sido consciente de aquello. ¿Qué haría? ¿Cómo lograría mantener yo sola a tres pequeños bebés? Ni siquiera sabía si podía llegar a hacerlo conmigo misma. Ahora, tres.—Disculpen por interrumpir —dijo el hombre recién llegado—, pero creo que tienen que ver esto
Algo había en esa historia que a Kevin no le terminaba de encajar, algo más allá. Su instinto de abogado se lo decía, y eso lo hizo ponerse de pie esa mañana. Después de mostrarle el video a Evangeline, tuvo una extraña sensación de dolor cuando vio su rostro apretado y adolorido. El de la joven, cuando vio lo que las palabras de aquellas personas causaron a través de ese video, de esa maldita entrevista. Sintió rabia, y no entendió por qué. Hacía apenas unos días había conocido a esa muchacha. No entendía por qué tenía esa necesidad de protegerla constantemente, como si tuviera algún tipo de responsabilidad por ella, y aquello no lo comprendió.De todas formas, dejó que su instinto lo guiara. Había algo extraño y perturbante en todas aquellas situaciones. Así que se levantó muy temprano en la mañana y, después de haber movido sus influencias y sus contactos, encontró el orfanato de donde supuestamente venía Michelle. Era un lugar alejado de la ciudad, rodeado por altas montañas y un
Me sentía expuesto. Ese fue el primer sentimiento que me invadió cuando, sentado en la sala de juntas de la floristería, en el amplio televisor que había ahí apareció mi rostro en aquella ridícula entrevista. Sinceramente, me sentía extraño. Veía al hombre que estaba hablando frente a la cámara, pero no lo reconocía, como si no fuera yo, como si fuera otra persona la que pronunciaba aquellas palabras. Tuve que hacer un enorme esfuerzo para no apartar la mirada de la pantalla, de lo incómodo que me sentía en ese momento.Michelle, a mi lado, se veía extraordinariamente contenta, como si estuviese construida para eso. Nunca fui completamente consciente de los sentimientos que ella tenía por mí; al menos sabía que, aunque éramos hermanos adoptivos, ella no me veía como un hermano. Me veía como algo más. Pero había aprovechado aquella situación al máximo. Después de la muerte de la abuela, el juez había arribado a la casa con una instrucción muy clara en el testamento: para que yo sig
Tenía que hacerlo. Sabía que era una mala idea, sabía que posiblemente Kevin me regañaría, que me diría que era una muchacha inconsciente, pero yo tenía que hacerlo. Después de ver la entrevista, después de ver que Nicolás se casaría con Michelle, yo sabía que tenía que enfrentarlo de alguna u otra forma. No me importó si aquello pudiera ser riesgoso o peligroso. Esa mañana, cuando él se fue, me dijo que iría a un lugar especial, un orfanato o algo así, para investigar a Michelle. Sinceramente, yo no entendía el porqué tenía esa duda extraña clavada en el pecho. Me parecía una cualquiera con una historia triste y simple. Pero él decía que confiaba en su instinto de abogado y que podría encontrar algo allá. De todas formas, aprovechando que estaba completamente sola y que mi amiga Estefanía estaría en la universidad, abrí despacio la puerta de la habitación del hospital y me colé por el pasillo. Como nadie sabía que yo estaba ahí, fue fácil para mí atravesar los corredores sin que
No sabía qué era lo que había sucedido, pero el corazón me latía con tanta fuerza que me impedía escuchar con claridad el parloteo de Michelle a mi lado en el auto. Hablaba sobre algo, sobre su vestido de novia, sobre algo que a mí sinceramente me importaba en absoluto. Yo lo único que podía pensar en ese momento era que la había visto. Había visto a Evangeline, había visto su cabello ondear en el viento. Era ella, pero al mismo tiempo sabía que no lo era, que era imposible porque estaba muerta. Yo mismo había sostenido en mi mano la medalla carbonizada que indicaba que su cuerpo había sido consumido por el fuego, la misma medalla que ahora colgaba de mi cuello por debajo de mi camisa. Pero entonces, ¿qué había sido aquello? Tal vez simplemente un espectro que había venido del más allá para atormentarme, para culparme por todas sus desgracias. Porque, en efecto, yo era el culpable de todas sus desgracias. Porque me dejé llevar por la rabia y por el miedo, porque debí haberla escuc
Había tomado la decisión el día en que Nicolás se casó con Michel. Fue uno de los momentos más duros de mi vida. Estaba ahí, recostada en la camilla del hospital, sana pero prácticamente cautiva en aquellas cuatro paredes blancas y estériles. Kevin tenía que asegurarse primero de que el supuesto orfanato fuera suficientemente seguro para mí. No quería arriesgarse a que alguien delatara mi secreto. Secreto de que estaba viva.Pero ni siquiera lo dejé terminar de hacer sus campañas de investigaciones, porque todo llegó a mí de golpe cuando vi, a través de la pantalla del televisor, el programa de chismes de las noticias del mediodía cubriendo la boda del magnate de las flores, Nicolás Montalvo. Lo vi ahí, con su hermoso traje oscuro, con su negro cabello peinado hacia atrás, la piel trigueña como la cumbia, matizada por el maquillaje, y sus grandes manos entrelazadas la una con la otra en la fiesta con Michelle, nervioso. Solo yo lo conocía lo suficiente como para entender que aquel
El dolor fue tan fuerte y tan punzante que me dejó paralizada, tan repentino. Según lo que yo había logrado leer en las revistas que había encontrado sobre los partos, normalmente siempre las contracciones comenzaban lentas, un pequeño dolor que aumentaba cada vez que la contracción llegaba. No me imaginé que mi primera contracción sería tan dolorosa, menos tan riesgosa. Estaba ahí, con la puerta abierta. Nicolás estaba frente a mí, separados únicamente por unos cinco metros, pero yo me quedé paralizada por el dolor, con la mano en el pomo de la puerta. Luis me vio por sobre el hombro de Nicolás. Él sabía muy bien todo lo que pasaba. A cambio de una buena suma de dinero, el administrador del orfanato había decidido quedarse completamente en silencio. De todas formas, a él le convenía: yo hacía quehaceres y era la maestra de los niños. Él sabía muy bien que Nicolás no podía verme y, entonces, chasqueó los dedos para que mi exesposo no mirara. Pude detallar un poco del perfil de su
Michelle había insistido con su maldito matrimonio, cosa que a mí, sinceramente, se me antojó ridículo. Nuestra boda no había sido más que un engaño legal para que yo siguiera administrando la floristería. Pero, en cuanto se vio brutalmente rechazada por mí, cuando vio que ni siquiera quería compartir la misma habitación con ella, corrió a los brazos de mi madre. Era algo que siempre me había sorprendido, la relación tan intensa que tenían las dos mujeres, a pesar de que no había la misma sangre en sus venas.Y esa mañana, a más de ocho meses de haber contraído matrimonio, no nos habíamos dado más que el beso que nos dimos en el altar. Michelle me hizo ese reclamo. Me dijo que se había convertido en mi esposa por la herencia de la compañía, pero también porque me amaba, porque pensó que tal vez tendría alguna oportunidad conmigo. Y lo que dije... lo dije sin pensar. Estaba estresado y cansado por un largo día de trabajo, y lo dije sin mirar atrás:—Si no tuvo esperanzas, Evangeline,