Tenía que hacerlo. Sabía que era una mala idea, sabía que posiblemente Kevin me regañaría, que me diría que era una muchacha inconsciente, pero yo tenía que hacerlo. Después de ver la entrevista, después de ver que Nicolás se casaría con Michelle, yo sabía que tenía que enfrentarlo de alguna u otra forma. No me importó si aquello pudiera ser riesgoso o peligroso. Esa mañana, cuando él se fue, me dijo que iría a un lugar especial, un orfanato o algo así, para investigar a Michelle. Sinceramente, yo no entendía el porqué tenía esa duda extraña clavada en el pecho. Me parecía una cualquiera con una historia triste y simple. Pero él decía que confiaba en su instinto de abogado y que podría encontrar algo allá. De todas formas, aprovechando que estaba completamente sola y que mi amiga Estefanía estaría en la universidad, abrí despacio la puerta de la habitación del hospital y me colé por el pasillo. Como nadie sabía que yo estaba ahí, fue fácil para mí atravesar los corredores sin que
No sabía qué era lo que había sucedido, pero el corazón me latía con tanta fuerza que me impedía escuchar con claridad el parloteo de Michelle a mi lado en el auto. Hablaba sobre algo, sobre su vestido de novia, sobre algo que a mí sinceramente me importaba en absoluto. Yo lo único que podía pensar en ese momento era que la había visto. Había visto a Evangeline, había visto su cabello ondear en el viento. Era ella, pero al mismo tiempo sabía que no lo era, que era imposible porque estaba muerta. Yo mismo había sostenido en mi mano la medalla carbonizada que indicaba que su cuerpo había sido consumido por el fuego, la misma medalla que ahora colgaba de mi cuello por debajo de mi camisa. Pero entonces, ¿qué había sido aquello? Tal vez simplemente un espectro que había venido del más allá para atormentarme, para culparme por todas sus desgracias. Porque, en efecto, yo era el culpable de todas sus desgracias. Porque me dejé llevar por la rabia y por el miedo, porque debí haberla escuc
Había tomado la decisión el día en que Nicolás se casó con Michel. Fue uno de los momentos más duros de mi vida. Estaba ahí, recostada en la camilla del hospital, sana pero prácticamente cautiva en aquellas cuatro paredes blancas y estériles. Kevin tenía que asegurarse primero de que el supuesto orfanato fuera suficientemente seguro para mí. No quería arriesgarse a que alguien delatara mi secreto. Secreto de que estaba viva.Pero ni siquiera lo dejé terminar de hacer sus campañas de investigaciones, porque todo llegó a mí de golpe cuando vi, a través de la pantalla del televisor, el programa de chismes de las noticias del mediodía cubriendo la boda del magnate de las flores, Nicolás Montalvo. Lo vi ahí, con su hermoso traje oscuro, con su negro cabello peinado hacia atrás, la piel trigueña como la cumbia, matizada por el maquillaje, y sus grandes manos entrelazadas la una con la otra en la fiesta con Michelle, nervioso. Solo yo lo conocía lo suficiente como para entender que aquel
El dolor fue tan fuerte y tan punzante que me dejó paralizada, tan repentino. Según lo que yo había logrado leer en las revistas que había encontrado sobre los partos, normalmente siempre las contracciones comenzaban lentas, un pequeño dolor que aumentaba cada vez que la contracción llegaba. No me imaginé que mi primera contracción sería tan dolorosa, menos tan riesgosa. Estaba ahí, con la puerta abierta. Nicolás estaba frente a mí, separados únicamente por unos cinco metros, pero yo me quedé paralizada por el dolor, con la mano en el pomo de la puerta. Luis me vio por sobre el hombro de Nicolás. Él sabía muy bien todo lo que pasaba. A cambio de una buena suma de dinero, el administrador del orfanato había decidido quedarse completamente en silencio. De todas formas, a él le convenía: yo hacía quehaceres y era la maestra de los niños. Él sabía muy bien que Nicolás no podía verme y, entonces, chasqueó los dedos para que mi exesposo no mirara. Pude detallar un poco del perfil de su
Michelle había insistido con su maldito matrimonio, cosa que a mí, sinceramente, se me antojó ridículo. Nuestra boda no había sido más que un engaño legal para que yo siguiera administrando la floristería. Pero, en cuanto se vio brutalmente rechazada por mí, cuando vio que ni siquiera quería compartir la misma habitación con ella, corrió a los brazos de mi madre. Era algo que siempre me había sorprendido, la relación tan intensa que tenían las dos mujeres, a pesar de que no había la misma sangre en sus venas.Y esa mañana, a más de ocho meses de haber contraído matrimonio, no nos habíamos dado más que el beso que nos dimos en el altar. Michelle me hizo ese reclamo. Me dijo que se había convertido en mi esposa por la herencia de la compañía, pero también porque me amaba, porque pensó que tal vez tendría alguna oportunidad conmigo. Y lo que dije... lo dije sin pensar. Estaba estresado y cansado por un largo día de trabajo, y lo dije sin mirar atrás:—Si no tuvo esperanzas, Evangeline,
Alguien me detuvo. Pude escuchar mi nombre al otro lado de la habitación y, cuando volteé la mirada, la encontré. Era una monja alta, de gesto firme, con los ojos claros y lavados. —Señor Montalvo —repitió—. Yo soy la hermana Sol. Soy la segunda al mando de este lugar, después del joven Luis. Entonces solté la perilla del armario que ya tenía en la mano, a punto de abrir, y me volví hacia ella. Desde afuera, algo me tiraba hacia ese armario, como un sexto sentido, como un hilo en mi pecho que me instaba a abrirlo. —Algo se mueve ahí dentro —le dije a la monja. Pero ella suspiró profundo. —Seguramente es el gato. Es un gato naranja. Algo dentro de mí me decía que no decía la verdad. Su gesto era demasiado serio. —Entiendo, entiendo. Está bien. Solo estaba buscando algunos de los salones de clases para ver a los niños. ¿Usted podría llevarme? Entonces la mujer sonrió con tristeza. —Lo siento mucho, señor Nicolás, pero usted no es bienvenido en este orfanato. Volteé a mirarla,
Fue una sensación brumosa de dolor y miedo. Pesadillas que me atormentaron durante el sueño inconsciente fueron dolorosas, confusas. Soñé con el incendio infernal que me había salvado la vida esa noche en la cárcel, también con el profundo pesar por la enfermera que había muerto y con la que me habían confundido. Pero, cuando abrí los ojos, era temprano en la mañana, muy temprano. Probablemente me había quedado dormida después del parto, todo ese día y toda la noche. Lo primero que hice cuando abrí los ojos fue voltear, aterrada, hacia un lado. Lo último que había escuchado que había dicho la hermana Sol era que uno de los hijos no respiraba. No lo había escuchado llorar. Levanté la cabeza, y me acometió un fuerte dolor que me atravesó el cuerpo. Abrí los ojos completamente para buscar a mis pequeños. Una enfermera se acercó a mí. ―Señora Evangeline, tiene que descansar. Su parto fue natural debió estar muy agotada. ―Mis hijos ―le pedí―, ¿dónde están mis hijos? La enfermer
El utensilio que tenía en la mano, con el que estaba revolviendo la masa para el pastel de cumpleaños de mis trillizos, se soltó de mi mano y cayó al suelo rodando. — ¿Qué es lo que pasó? — pregunté asustada. Los ojos oscuros de mi hijo se abrieron. — Es Jason — repitió — . Está enfermo, mami. Tienes que venir. Entonces, ante todo, tuve que salir corriendo con el corazón acelerado. Jason siempre había sido un niño relativamente fuerte, pero con compromisos constantes de salud. Cuando nació, le costó un poco conseguir su primer aliento y fue un poco más pequeñito que sus demás hermanos. Aunque ahora, con el pasar de los años, había logrado recuperarse externamente y había igualado en altura y peso a sus otros dos hermanitos, haciendo que los tres parecieran tres indistinguibles gotas de agua, indiscutiblemente, por dentro no estaba bien. Yo lo sabía. Lo sabía por sus incontables noches de fiebre, por sus gripes esporádicas, por los repentinos escalofríos que le daban en la maña