Alguien me detuvo. Pude escuchar mi nombre al otro lado de la habitación y, cuando volteé la mirada, la encontré. Era una monja alta, de gesto firme, con los ojos claros y lavados. —Señor Montalvo —repitió—. Yo soy la hermana Sol. Soy la segunda al mando de este lugar, después del joven Luis. Entonces solté la perilla del armario que ya tenía en la mano, a punto de abrir, y me volví hacia ella. Desde afuera, algo me tiraba hacia ese armario, como un sexto sentido, como un hilo en mi pecho que me instaba a abrirlo. —Algo se mueve ahí dentro —le dije a la monja. Pero ella suspiró profundo. —Seguramente es el gato. Es un gato naranja. Algo dentro de mí me decía que no decía la verdad. Su gesto era demasiado serio. —Entiendo, entiendo. Está bien. Solo estaba buscando algunos de los salones de clases para ver a los niños. ¿Usted podría llevarme? Entonces la mujer sonrió con tristeza. —Lo siento mucho, señor Nicolás, pero usted no es bienvenido en este orfanato. Volteé a mirarla,
Fue una sensación brumosa de dolor y miedo. Pesadillas que me atormentaron durante el sueño inconsciente fueron dolorosas, confusas. Soñé con el incendio infernal que me había salvado la vida esa noche en la cárcel, también con el profundo pesar por la enfermera que había muerto y con la que me habían confundido. Pero, cuando abrí los ojos, era temprano en la mañana, muy temprano. Probablemente me había quedado dormida después del parto, todo ese día y toda la noche. Lo primero que hice cuando abrí los ojos fue voltear, aterrada, hacia un lado. Lo último que había escuchado que había dicho la hermana Sol era que uno de los hijos no respiraba. No lo había escuchado llorar. Levanté la cabeza, y me acometió un fuerte dolor que me atravesó el cuerpo. Abrí los ojos completamente para buscar a mis pequeños. Una enfermera se acercó a mí. ―Señora Evangeline, tiene que descansar. Su parto fue natural debió estar muy agotada. ―Mis hijos ―le pedí―, ¿dónde están mis hijos? La enfermer
El utensilio que tenía en la mano, con el que estaba revolviendo la masa para el pastel de cumpleaños de mis trillizos, se soltó de mi mano y cayó al suelo rodando. — ¿Qué es lo que pasó? — pregunté asustada. Los ojos oscuros de mi hijo se abrieron. — Es Jason — repitió — . Está enfermo, mami. Tienes que venir. Entonces, ante todo, tuve que salir corriendo con el corazón acelerado. Jason siempre había sido un niño relativamente fuerte, pero con compromisos constantes de salud. Cuando nació, le costó un poco conseguir su primer aliento y fue un poco más pequeñito que sus demás hermanos. Aunque ahora, con el pasar de los años, había logrado recuperarse externamente y había igualado en altura y peso a sus otros dos hermanitos, haciendo que los tres parecieran tres indistinguibles gotas de agua, indiscutiblemente, por dentro no estaba bien. Yo lo sabía. Lo sabía por sus incontables noches de fiebre, por sus gripes esporádicas, por los repentinos escalofríos que le daban en la maña
La verdad es que me sentí un poco hipócrita cuando miré los ojos de Kevin. — ¿A qué te refieres? — me preguntó nuevamente. — Yo fantaseé con esto — le dije, dándole la espalda — , pero fue solamente una fantasía tonta, de esas cosas que piensas antes de dormir. Pero tal vez el universo puso esas imágenes en mi cabeza porque sabía que las necesitaría para salvar a mi hijo. Nunca perdí contacto con los Montalvo, aunque me negué a tener teléfono. Kevin me miró con una mezcla de decepción y tristeza. — Lo sospeché — dijo después de un rato — . Pero, ¿qué es lo que estás planeando? — Cuando trabajé con la señora Amara dentro de la floristería, me enteré de muchos negocios de la empresa y de cómo funcionaban. — Me lo has dicho — replicó — . Me has dicho que Floralvo tiene negocios criminales. Lo sé. — Eso lo que no he podido encontrar es cómo demostrarlo. Pues yo he hackeado varias de sus conversaciones. Kevin me miró entrecerrando los ojos. — No puedo creerlo. ¿Cómo hiciste
En los diez años en los que estuve escondida, mi amiga Estefanía hizo muchas cosas. Inició su carrera universitaria sobre finanzas, pero luego, a la mitad, decidió renunciar para seguir su sueño de ser maquilladora profesional. Era algo de lo que siempre habíamos hablado, es algo que ella siempre me había comentado que quería hacer. Porque yo le aconsejé que podría ser ambas cosas, ella decidió dejarlo todo de todas formas y ahora era una de los mejores maquilladores que tenía el país. Cuando me observó frente al espejo, sonrió. — Sin duda, sigues siendo tan hermosa como siempre — me dijo. Llevábamos un par de meses sin vernos. Yo me encogí de hombros. — ¿Qué importa? Lo importante es si lo puedes o no lo puedes hacer. Ella se rió con sarcasmo. — ¿En serio crees que no podría hacerlo? Soy la persona indicada para esto. De todas formas, durante estos diez años has cambiado lo suficiente. No creo que Nicolás sea capaz de reconocerte. Pero prefiero asegurarme... ¿Es lo que quie
Cuando me miré en el espejo no me costó reconocerme. Realmente, Estefanía había hecho muy buen trabajo. El maquillaje era casual, prácticamente imperceptible, pero lo suficientemente efectivo para cambiar un poco mis facciones. — Has cambiado mucho durante estos años — me había dicho Estefanía — . El maquillaje no debe ser tan extravagante. De todas formas, Nicolás no te reconocerá. No reconocería ni a su propia madre si la tuviera enfrente, créeme. Siempre se ha preocupado más por sí mismo que por los demás. Así que no tienes de qué preocuparte. Supongo que no podré convencerte de que no lo hagas, ¿verdad? Yo negué. — Esta es la única oportunidad que tengo, Estefa, para poder limpiar mi nombre, para poder encontrar libertad. Si me meto en la vida de Nicolás fingiendo ser esta mujer, podría llegar a tener la confianza suficiente, no solo para salvar la vida de mi hijo, sino también para limpiar mi nombre. Tu tío Kevin lo ha intentado durante todos estos años, a pesar de que ha tr
El terror de que Alexander me hubiese reconocido me atrapó por la garganta como un insecto espinoso y amargo. Sentí el impulso de dar la vuelta y salir corriendo ahora que lo tenía frente a mí. A pesar de que habían pasado tantos años, seguía siendo tan él: con el gesto apretado, con su mirada que parecía perforar todo a su alrededor. No se sabía cuál de los dos estaba más paralizado en su sitio. **¿Me reconoció?**, pensé. Nicolás me había reconocido. Tenía que salir de ahí, tenía que salir de ahí en ese preciso instante, antes de que las cosas empeoraran. Pero algo me contuvo, algo me sostuvo fuertemente en ese lugar: mi hijo. Jason. Sabía que si yo no hacía aquello, probablemente moriría. Así que me armé de todo el valor que no tenía. Di un paso al frente, y luego otro, y otro. Cuando llegué a la mesa donde estaba Nicolás, estiré la mano. Él la estrechó, aunque por su cara se notaba que le sorprendía verme. — ¿Le sorprende verme? — le dije, sacando todos los dotes artísticos de
Me quedé ahí, observando la mano de Nicolás extendida hacia mí. ¿Cómo podía pedirme aquello? ¿Cómo podía pedirme que fuera a ver a su familia y a su empresa? Era ridículo, y me llenó el cuerpo de una inseguridad que no había sentido hasta ese momento. ¿Regresar a Floralvo? No, no sería capaz de atreverme a hacer tal hazaña, no hasta estar completamente preparada. Él seguía extendiendo su mano hacia mí. — No creo que sea lo correcto — le repetí. Pero él insistió. — Una vez que conozca la empresa y lo que hacemos, tendrá más deseos de invertir con nosotros. Tenía razón. Tarde o temprano tendría que hacerlo. Tarde o temprano tendría que enfrentar a toda la familia Montalvo. Era una buena oportunidad. Si Nicolás, que había sido mi esposo, que se había acostado conmigo, el hombre de quien me había enamorado, no me había reconocido, entonces podría averiguar si el resto de la familia tampoco lo haría. Si ninguno me reconocía, entonces mi plan saldría aún más perfecto. Era un riesgo m