24.

El terror de que Alexander me hubiese reconocido me atrapó por la garganta como un insecto espinoso y amargo. Sentí el impulso de dar la vuelta y salir corriendo ahora que lo tenía frente a mí. A pesar de que habían pasado tantos años, seguía siendo tan él: con el gesto apretado, con su mirada que parecía perforar todo a su alrededor. No se sabía cuál de los dos estaba más paralizado en su sitio.

**¿Me reconoció?**, pensé. Nicolás me había reconocido. Tenía que salir de ahí, tenía que salir de ahí en ese preciso instante, antes de que las cosas empeoraran. Pero algo me contuvo, algo me sostuvo fuertemente en ese lugar: mi hijo. Jason. Sabía que si yo no hacía aquello, probablemente moriría.

Así que me armé de todo el valor que no tenía. Di un paso al frente, y luego otro, y otro. Cuando llegué a la mesa donde estaba Nicolás, estiré la mano. Él la estrechó, aunque por su cara se notaba que le sorprendía verme.

— ¿Le sorprende verme? — le dije, sacando todos los dotes artísticos de
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