4

La anestesia aún no había hecho efecto, a pesar de que mi cuerpo se sentía más relajado, pero yo tenía que aprovechar aquella distracción de alguna forma. 

El policía había derramado alcohol en el suelo y, por eso, el incendio se había propagado en solo un segundo. 

No solo la cortina, el techo, que estaba cubierto por una capa de madera, comenzó a arder.  

El doctor dejó el artefacto con el que pretendía sacar a mi hijo y gritó aterrorizado:  

—¡Traigan algo para apagar ese fuego!  

La enfermera, que estaba ahí atendiendo el aborto, tuvo tanta impresión que se desmayó en ese momento, cayendo en el suelo como un costal de papas. 

Yo aproveché la distracción. Con mi pie libre golpeé las correas del otro y comencé a liberarme del agarre. 

Empecé a mover las manos en varias direcciones hasta que logré desatarme. 

Cuando al fin lo hice, me volteé de lado y caí con fuerza al suelo. Mis rodillas se rasparon.  

El incendio ya era imparable. Sentí el fuerte calor de las llamas que abrasaban el techo.  

—¿A dónde crees que vas? —me gritó el policía.  

Me sujetó desde atrás, pero yo lo empujé. 

El hombre perdió el equilibrio y cayó entre el fuego de la cortina, comenzando a gritar. 

yo tenía que aprovechar ese momento que me estaba brindando la vida. 

Contra el poder de los Montalvo no podría pelear y mis fuerzas se irían en minutos, así que tenía que actuar rápido. Ya no había marcha atrás.  

Me quité el collar con mi identificación y lo lancé al suelo junto a la enfermera. Entonces, salí corriendo de la habitación. 

El caos había inundado la cárcel. Justo el área donde estaba el hospital había sido construida con madera vieja y antigua, y toda esa ala comenzó a incendiarse. 

El humo se distribuyó por los corredores y empezó a ahogar a las demás prisioneras.  

Prácticamente me arrastré. 

La anestesia comenzaba a hacer efecto, pero tenía que aprovechar el momento. 

Caminé descalza por los corredores. Entonces, las puertas se abrieron. 

Seguramente los policías las habían abierto para que las prisioneras no murieran asfixiadas por el humo. 

Todas salieron. 

Los policías golpearon a algunas rebeldes que querían tomar direcciones opuestas. 

Todas fueron enviadas al patio, pero yo me metí en la cocina antes de que me vieran, antes de que notaran que iba en otra dirección.  

La suerte mareó mi cometido y me guió, encontré mi salida. Humillada y mareada, caminé hacia el ducto de la basura. Ni siquiera lo pensé dos veces. 

Comencé a introducirme en él y salté. Sentí el vacío de la caída, el metal raspando mi cuerpo, y luego el fuerte golpe contra la basura.  

Tuve mucha suerte esa noche, tanta como el destino nunca me había dado. 

Aterricé en el camión de la basura que estaba listo para salir. El motor se encendió y las puertas se cerraron. El camión dejó la prisión. 

Antes de perder el conocimiento por completo, le di una última mirada a la cárcel en llamas. 

El fuego se había propagado como un virus, los gritos inundaban el lugar, y yo no pude hacer nada más porque perdí el conocimiento.  

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP