34.

Alessandro entreabre sus labios y sus mejillas y nariz están rojas.

—¿De verdad vas a hablar con mi padre? —inquiere.

Su pregunta golpea duramente mi pecho. Mi hermana tiene razón, él sólo está desesperado por no perder su fortuna y yo soy la primera idiota que encontró para librarse de su problema.

—Sí —respondo y pongo el auto en marcha—. A fin de cuentas, soy la favorita de tu padre.

Él se descoloca un poco y se ve algo enojado, pues detesta la idea de que su padre me prefiera por encima de él.

El resto del camino nos distancia un incómodo silencio que los dos por orgullo decidimos no romper. Y cuando me estaciono afuera de la empresa de Alessandro, sólo abro la boca para decirle:

—Consigue un nuevo chofer o aprende a manejar, no puedo seguir siendo tu sirvienta.

Alessandro vuelve a entreabrir la boca y se ruboriz

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