38.

Y justo esa misma tarde tuve la fuerza de ir a su casa para saber cómo seguía, ya que la había llamado y no me contestaba. A quien me encontré fue a Mariana que fue avisada por los empleados que yo había llegado y caminaba detrás de mí, exigiéndome que me fuera.

—El que nuestros padres sean amigos no te da el derecho de maltratar a mi hermana, por favor, déjala en paz.

Subía las escaleras que conectaban con el segundo piso cuando no soporté sus palabras y volteé para verla.

—¿Que la deje en paz? —espeté—. Lo que Penélope menos necesita en este momento es que la deje en paz. ¿Cómo es posible que no lo veas? —Me observaba con miedo e impresión—. Fácilmente Penélope puede quitarse la vida y tú ni siquiera te das cuenta. ¡Nadie de esta maldita familia se enterará!

—¡Si ella llega a hacerlo es por tu maldito acoso! —soltó con furia.

—¿Qué? —jadee.

—¿Crees que no me he dado cuenta de que cada vez que están juntos ella está llorando? —cuestionó—. Hasta pudiste haber sido tú el que le mató
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