A mis quince años quería morir, no tenía fuerza para nada más. Y cuando abrí los ojos, estaba en una clínica de reposo, dopada con medicamentos; mis padres me regañaban y me culpaban por la desgracia que pasaba nuestra familia. Pero ya nada me importaba. Mis piernas estaban llenas de cicatrices que yo misma me había infringido. Mis hermanos me observaban en silencio, como si se tratase de un animal extraño que nunca habían visto. El único que me trataba como si fuese humana era Alessandro, siempre llegaba cuando mi familia se marchaba y pasaba horas conmigo estudiando y explicándome los nuevos temas que se daba en la escuela.Por un mes no logré pronunciar palabra, aunque intentaba, no podía. Los doctores dijeron que tenía un trauma. Pero logré hablar cuando Alessandro un día me pidió caminar por la clínica, dimos un recorrido por los jardines.
A las dos semanas Alessandro tocó a la puerta de mi casa, estaba con el pantalón lleno de barro y un golpe en su mejilla derecha y guardaba un bulto en su camisa que alguna vez fue blanca, estaba sudada y el bulto se removía en su interior.—¿Qué te pasó? —le pregunté.—Acabo de pelearme con un chico —me confesó y sus ojos se llenaron de brillo—. Iba a matarlo, pero pude rescatarlo. —Y entonces sacó de debajo de su camisa un animal que por un momento creí que era una rata—. Se parece a mi gatico Mingo, ¿lo recuerdas? —Me lo acercó a la cara y me alejé, aun creyendo que era una rata de alcantarilla. —¿Qué es eso? —pregunté con nervio y asco.—¿No lo ves? Es un gato —soltó con obviedad.—¿Y qué haces trayéndome tantos gato
Me ruboricé por completo. Ella iba conduciendo y yo iba en el asiento del copiloto.—Oh no… nunca fuimos tan cercanos como crees —le dije.—¿Te gusta? Roberto me dijo algo muy extraño —comentaba ella—. Me dijo que ustedes eran novios. Yo le aclaré que no, pero él asegura que ustedes son pareja. ¿Es Alessandro que otra vez está inventando cosas? ¿Te molesta?Cuando era más pequeña, me molestaba que Alessandro dijera en el colegio que nos íbamos a casar y que todos creyeran que éramos pareja, así que me quejaba cuando entraba a la habitación de Mariana y le contaba todo. Ella varias veces intercedió entre Alessandro y yo y le ordenaba que dejara de decir cosas en el colegio, pero él nunca la tomó en serio.—No… no me está molestando, deja de insistir con esas cosas —repliqu&eacu
Intenté con desesperación quitarle la hoja a Jairo, pero él me sobrepasaba en altura y después le pasó la hoja de papel a Alessandro y me atrapó en sus brazos para que yo no me pudiera acercar a él.Alessandro leyó con rapidez, al principio con impresión, pero terminó con un rostro triste y las mejillas hinchadas de rubor y los ojos cristalizados. Alzó la mirada de la hoja y después me la devolvió en silencio.Jairo me soltó y yo tomé el papel con manos temblorosas. Tenía una enorme piedra de fuego atorada en mi garganta.—Penélope, eres la peor amiga que he conocido en mi vida —espetó Jairo—. Alessandro te ha ayudado tanto ¿y así es como lo tratas?No era capaz de alzar mi mirada.—Por eso estás sola y no tienes amigos, eres una pésima amiga —escupió Jairo&mda
Estaba con los ojos hinchados y la nariz roja y maltratada de tanto llorar. Me encontraba en mi habitación sentada con la espalda recostada a la pared blanca y lisa. Abrazaba una almohada mientras veía a Alessandro recoger todos los potecitos de medicamento y rebuscando por toda mi habitación.En mi desahogo le había confesado lo que tenía planeado hacer y él buscaba todo lo con lo que yo pudiera lastimarme.Mientras lo veía ir de un lado a otro, me preguntaba en qué momento había pasado de ser una chica alegre y divertida a ser una que tuvieran que vigilar para que no se hiciera daño.Cuando recogió todo, lo dejó sobre mi escritorio de cristal y por un momento se lo quedó observando, como si también estuviera recordando a la vieja Penélope que tenía pasiones y metas en la vida. Después volvió a la cama y se sentó a mi lado.
Esa misma tarde decidí ir a la casa de Alessandro para pasar tiempo a solas. Él se encontraba en la biblioteca estudiando para los exámenes de fin de año. Usaba lentes de marco negro mientras leía y con su mano izquierda revolvía su cabello; recuerdo que estaba cambiado con una camisa negra de cuello alto. Se veía tan intelectual… me fascinaba. Yo usaba un vestido rosa pálido de tiras caídas y llevaba el cabello recogido. Cuando Alessandro me vio entrar me mostró una sonrisa mientras se levantaba de la silla de escritorio.—Vaya… hoy te ves bastante bien —exclamó mientras me saludaba.—Bueno, algo me ha levantado mucho el ánimo —comenté mientras me acercaba al escritorio de madera y me recostaba a él.—¿Ah sí? ¿Qué te tiene tan emocionada?—Mi hermana me ha enviado el
Tuve un recuerdo de él llorando cuando éramos pequeños. Seguía siendo el mismo niño mimado que necesitaba mi atención.Lo abracé.—No me voy a separar de ti, no estamos hablando de que me iré a vivir a otro país… —dije.Me miró y noté el amor en su rostro.—A veces siento que sí lo harás —susurró—. A veces siento que nunca podré estar contigo. Y no puedo soportar la idea.Al final fue Alessandro el que se mudó de país. Cuando se graduó de la universidad, se fue y por años no supe nada de él. Y sí, fue como me dijo, la idea de tenerlo tan lejos me destrozaba el alma. Pasaba semanas llorando de noche, abrazando una de sus fotos, reciclando recuerdos de todos los momentos que pasamos juntos. Sentía que me moría en vida, culpándome por todo lo que hab
—Déjame verlas —pidió Alessandro.Estaba sobre mí, me encontraba acostada en su cama y sus manos ya estaban subiendo mi vestido azul.—No… son muy feas —dije con mucha timidez.—Eso lo diré yo —insistió y siguió subiendo mi vestido.—¡Ale, no! —chillé y comenzamos a forcejear, pero al final cedí y él me alzó el vestido, logrando ver las marcas en mis muslos—. ¿Ves? Son feas…Los ojos de Alessandro iban de una pierna a otra. Después sonrió y comenzó a besar mis muslos.—¡¿Qué haces?! —Intenté alejarme, pero él me tenía rodeada—. ¡Alessandro, para!Se alejó mientras me sonreía con picardía.—Tienes unas piernas hermosas —me dijo—. Ha sido rara la vez que he p