47.

A mis quince años quería morir, no tenía fuerza para nada más. Y cuando abrí los ojos, estaba en una clínica de reposo, dopada con medicamentos; mis padres me regañaban y me culpaban por la desgracia que pasaba nuestra familia. Pero ya nada me importaba. Mis piernas estaban llenas de cicatrices que yo misma me había infringido. Mis hermanos me observaban en silencio, como si se tratase de un animal extraño que nunca habían visto. El único que me trataba como si fuese humana era Alessandro, siempre llegaba cuando mi familia se marchaba y pasaba horas conmigo estudiando y explicándome los nuevos temas que se daba en la escuela.

Por un mes no logré pronunciar palabra, aunque intentaba, no podía. Los doctores dijeron que tenía un trauma. Pero logré hablar cuando Alessandro un día me pidió caminar por la clínica, dimos un recorrido por los jardines.

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