48.

A las dos semanas Alessandro tocó a la puerta de mi casa, estaba con el pantalón lleno de barro y un golpe en su mejilla derecha y guardaba un bulto en su camisa que alguna vez fue blanca, estaba sudada y el bulto se removía en su interior.

—¿Qué te pasó? —le pregunté.

—Acabo de pelearme con un chico —me confesó y sus ojos se llenaron de brillo—. Iba a matarlo, pero pude rescatarlo. —Y entonces sacó de debajo de su camisa un animal que por un momento creí que era una rata—. Se parece a mi gatico Mingo, ¿lo recuerdas? —Me lo acercó a la cara y me alejé, aun creyendo que era una rata de alcantarilla.  

—¿Qué es eso? —pregunté con nervio y asco.

—¿No lo ves? Es un gato —soltó con obviedad.

—¿Y qué haces trayéndome tantos gato

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