Madeleine despertó diez minutos después. Tenía un terrible dolor de cabeza y se sentía tan mareada como si acabara de bajar de la montaña rusa. Bajó la mirada y aún con la escasa iluminación del lugar, pudo ver al bebé que yacía en el suelo.
Madeleine ahogó una exclamación y recogió al bebé. Notó inmediatamente que estaba frío y flácido, era como sostener un muñeco de trapo. Estrechó el cuerpo inerte de su hijo contra su pecho y comenzó a sollozar, sus lágrimas empaparon el cuerpo desnudo y frio del pequeño. Casi de manera inconsciente comenzó a mecerlo entre sus brazos. Ver los ojos acuosos y sin vida de su hijo la llevo al borde de la locura. Cerró los ojos y se obligó a serenarse. Debía conservar su cordura intacta o jamás tendría la mínima oportunidad de librarse de su prisión. Súbitamente, recordó los ojos de aquella mujer que había matado a su hijo y sintió un escalofrío subir desde su espalda; pensó también que no podía ser real. Desde niña ella sabía que las brujas y los monstruos que viven en el armario o debajo de la cama eran solo fantasía barata, pero ahora, ya de adulta, parecía que todo eso se había vuelto de pronto tan real como que el día antecede a la noche. Ahora, no tenía más opción que dar crédito a lo que había visto y si necesitaba una prueba, la tenía en sus brazos. Incluso podía ver la marca de los colmillos de la bruja en la pequeña espalda de su hijo.
— ¿Te sientes mejor? – preguntó una voz femenina en la oscuridad.
Madeleine se sobresaltó e instintivamente estrujo con más fuerza el cadáver de su hijo. Miro de un lado a otro intentando adivinar de dónde provenía la voz. Había escuchado la voz de la bruja y esta nueva voz no se parecía en lo absoluto. Era una voz dulce, casi de niña.
Permaneció inmóvil unos instantes y luego retrocedió un par de pasos dentro de la mazmorra. Seguía sosteniendo a su bebé, fuerte contra su pecho. Cerró los ojos luchando contra el impulso de echar a llorar histéricamente, lo consiguió a medias, pues algunas lágrimas rodaban ya por sus sucias mejillas.
— ¿Madeleine? – la voz femenina se escuchó más cerca esta vez.
Madeleine abrió los ojos y vio frente a ella a una mujer. Era la antítesis de la bruja que había visto antes. La bruja irradiaba oscuridad y la mujer frente a ella parecía emanar un torrente de luz blanca. Eran en apariencia totalmente opuestas, pero aun así tuvo la extraña certeza de que ambas pertenecían a la misma especie.
— ¿Estas mejor, Madeleine? – preguntó la mujer.
Madeleine tardó unos segundos en responder. Estaba tratando de dilucidar que podría querer aquella mujer o que intenciones tendría detrás de su aparente amabilidad. Finalmente contesto moviendo la cabeza negativamente.
— Lamento lo de tu bebé – dijo la mujer
Madeleine rompió a llorar ante la mención de su hijo. Se esforzó por controlarse, levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de la mujer. Pudo ver en ellos una expresión triste y melancólica. Como si de alguna manera pudiera entender su dolor.
— ¿Qué quieres? – preguntó Madeleine
— Solo ayudarte – respondió ella— Oh… por cierto mi nombre es Brooke
Brooke extendió la mano entre los barrotes, pero Madeleine retrocedió. El contacto de aquella mano le causaba pavor.
— No temas – añadió Brooke. Aún tenía la mano extendida, pero la bajó al ver que la prisionera retrocedía hasta el fondo de la mazmorra.
— ¡Jodete! – gritó Madeleine— ¡Dile a esa maldita bruja que me las pagará por haber matado a mi hijo!
Brooke la miró unos instantes, con una expresión que podría tener miles de interpretaciones. Después dio media vuelta y salió. Cuando hubo salido, Madeleine se sentó en la pequeña cama que había dentro. Estrechó a su bebé y lloró hasta que el cansancio la venció no mucho tiempo después.
Martha Grey despertó de un largo sueño. Lo primero que pudo distinguir del lugar donde se encontraba no provenía de la vista, sino del olfato. Olía a humedad. Pero no a una humedad fresca, sino a algo que le lastimaba las fosas nasales en cada inspiración. De inmediato un dolor punzante le recorrió la espalda. Estaba acostada en una dura cama. Atada del cuello como si fuera un perro y completamente desnuda se irguió a duras penas. La cadena que sujetaba su cuello era corrediza y le permitía cierta movilidad. Se levantó cuidadosamente e inspeccionó el lugar donde estaba. Era una mazmorra, algo así como un cuarto diminuto y sucio. A Martha le recordó a las prisiones en las fortalezas de la antigüedad, como en la época de la Revolución Francesa. Sus ojos apenas estaban adaptándose a la oscuridad, cuando de pronto, las luces se encendieron. Del techo colgaban dos pesadas lámparas en forma de péndulo. Emitían una luz blanca bastante intensa e incómoda si le miraba directamente. E
— ¡Maldita sea! – Dean golpeó la mesa en la que hace algunas horas jugaba a las cartas con Rob. El manotazo hizo tambalear la mesa como si hubiera un terremoto. Brooke y Rob permanecían en silencio junto a la puerta. Rob con los brazos cruzados y Brooke con la mirada baja y las manos entrelazadas detrás de la espalda. — ¡Maldición! Hay que hacer algo – vociferó Dean mientras daba vueltas nerviosamente alrededor de la sala. – No pueden estar muy lejos. Brooke suspiró — No podemos seguirlas ahora, está por amanecer. ¿O eres tan estúpido que no te das cuenta? – dijo Rob Dean se detuvo de pronto como si hubiera chocado con una pared invisible y volvió la mirada hacia Rob. — ¡Bien! Entonces dejaremos que hablen de nuestra existencia a los demás. Vamos a dejar que Stacy se salga con la suya. Me parece perfecto tu proceder, hermano. – Dean se sentó a la mesa y miró retadoramente al dúo que estaba apostado en la puerta. Aun sentado, no
Sentado frente a su escritorio, dentro de lo que él llamaba su guarida, el Príncipe Setri volvió la mirada hacia la jaula donde su mascota, un ave bicéfala le observaba. La pócima para el poderoso Quantum estaba lista, era un brebaje simple de sabor dulce, tan dulce como la miel. Setri no tenía intenciones de matar a su amo, solo preparaba una infusión que le ayudará a dormir mejor. Una cosa bastante sencilla para un hechicero de su calaña. Setri se miró en el espejo. Su cabello le llegaba a los hombros y tenía barba y bigote en forma de candado. Sus ojos eran tan humanos como los de cualquier mortal, salvo por un detalle espeluznante: el color del iris era rojo. Un rojo brillante. Rojo sangre. Su piel, también estaba demasiado pálida y si alguien le hubiera tocado habría sentido un frio glacial. Un termómetro podría arrojar una temperatura corporal media de 32 o 33 grados Celsius. Setri vestía una gabardina de piel color negro, estaba desabotonada y dejaba expuesto su pecho
Martha Gray y Madeleine estaban en un callejón. Habían encontrado varias bolsas con ropa vieja y aunque la mayoría de las prendas estaba rota u olía muy mal, pudieron encontrar (después de revisar varias bolsas) algunas ropas adecuadas para ellas. Martha encontró una sencilla blusa color azul marino y unos pantalones de mezclilla algo desgastados y algunas tallas más grandes que los que ella usaba, pero estaba bien, cumplían con el propósito de tapar su desnudez y brindar, aunque sea una mínima protección contra el frio. Madeleine, por su parte, encontró una playera color blanco, unos pants bastante holgados y un par de zapatos para cada una. Permanecían acurrucadas una pegada a la otra, el bebé llevaba apenas una sencilla frazada como protección contra el ambiente. No tenían manera de saber qué hora era, pero en su interior sospechaban que ya debía haber amanecido. No era normal que la noche durará tanto. Permanecieron un rato sin hablar, cada una per
Setri estaba terminando de afilar sus cuchillos cuando llamaron a la puerta. — Adelante – dijo Setri dejando el último cuchillo sobre la mesa. Un hombre bastante enorme entró a la habitación, era tan alto que tuvo que agacharse para evitar golpearse la cabeza. — Príncipe Setri las legiones han despertado – informó el gigante. — ¡Estupendo! – dijo Setri poniéndose en pie rápidamente. – Gracias Paul, puedes retirarte. El gigante asintió, hizo una reverencia y salió repitiendo el molesto proceso de tener que agacharse. Setri recogió su pesada gabardina del suelo y se la puso. Tomó un sombrero negro de copa alta, y un bastón que colgaba de la pared. Su aspecto había mejorado notablemente luego de la visita de Stacy. Salió de su guarida hacía un largo pasillo iluminado solamente por algunas antorchas sujetas a las paredes. En el pasillo, la sensación de calor era densa y sofocante, la sensación térmica superaba fácilmente los
Brooke supo de inmediato, al ver que el día se quedaría sumido en tinieblas, que aquello tenía que ser obra de la bruja Stacy. Quantum no permitiría jamás que la oscuridad se prolongará más allá de lo establecido por las leyes de la naturaleza. Era demasiado arriesgado, porque, aunque eso significaba que las criaturas tendrían mayor poder y vitalidad, también significaba que tarde o temprano se verían forzados a dormir. Dormir de noche los volvía vulnerables ante un posible ataque de las legiones.Las legiones estaban por debajo de las criaturas en un nivel estrictamente jerárquico. Durante siglos habían trabajado en conjunto con el reino de las criaturas, pero ahora, bajo el mando de Stacy, con toda seguridad se volverían en su contra. Se desataría una guerra, en la que, con toda seguridad, los humanos quedarían en medio del fuego cruzado. Y ahora, all&iacut
El edificio Charleston en el centro de la ciudad es la sede de muchas compañías extranjeras presentes en el estado. Tan alto que casi podría considerarse un rascacielos en la pequeña ciudad de Laredo, Texas y de una base tan ancha casi del tamaño de una pista de atletismo. El piso 17 del edificio Charleston, antaño utilizado como sede para trasmitir noticias, programas de radio local y alguno que otro show televisivo barato, se hallaba totalmente a oscuras (como el resto de la ciudad, el país y quizá el mundo entero). El reloj de pared en forma de ovoide marcaba las 12:20 pm de un viernes. Pero afuera, la ciudad seguía tan sumida en la oscuridad, como si fuera medianoche. Ese día se habían suspendido las labores en casi todo el edificio y solo algunos veladores se paseaban inquietos por los pasillos, ayudados por la luz de su teléfono celular como única fuente de iluminación, habían abierto las puertas como todos los días a las 6 am del viernes. Los empleados del turno matutino come