Despertó sintiendo los brazos entumecidos, trató de levantar las piernas, pero estás estaban débiles y parecían pesar cientos de kilos. Volvió a cerrar los ojos, y cuando despertó, la luz del sol se colaba por una enorme ventana con las cortinas corridas. Una enfermera se acercó a ella, observó algunos parámetros en el monitor, posó su mano sobre ella, hizo una mueca y salió.
– ¿Dónde estoy? – pensó Jessica cuando consiguió mantener los ojos abiertos por varios minutos.
En el techo había una lámpara de luz blanca que por alguna razón le resultaba inquietante. Poco a poco, y tras largos periodos alternados de sueño y vigilia, empezó a reconocer los sonidos y objetos que la rodeaban. Giró la cabeza lentamente, sintiendo aún un dolor lacerante y vio un monitor de signos vitales; más allá,
Algunas semanas después, Jessica Sullivan salió por su propio pie del hospital. Una vez en casa, su habitación le resultó tan ajena como lo había sido el cuarto del hospital. Los primeros días fueron difíciles, pero sus padres y hermana se esforzaban día a día en recordarle quien era. Con el pasar de las semanas fue capaz de recordar gran parte de su lengua materna y con el tiempo fue retomando sus viejos gustos musicales, sus viejos pasatiempos y los rostros de sus amigos regresaron a su mente poco a poco. Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. El Dr. Fischer valoraba constantemente el progreso de Jessica y una tarde informó a sus padres que la daría de alta. En el centro hospitalario no había nada más que pudieran hacer por ella, el resto dependía de la capacidad de su cerebro para recuperarse. No tengo dudas de que con el tiempo Jessica volverá
— ¿Qué es este lugar? – preguntó Jessica. La intensa luz le lastimaba los ojos y el calor era insoportable. Trató de ponerse en pie, pero sus extremidades le dolían tanto que apenas pudo levantar el cuello algunos centímetros.— ¿Tuviste las visiones? – preguntó una voz. Por el tono, Jessica supo que era la voz de un anciano o una anciana.— ¿Qué…Qué visiones? – preguntó la chica con trémula voz y un tanto temblorosa.— Las visiones de lo que está por venir – dijo la voz del anciano.— No sé de qué habla – sentenció Jessica. Abrió los ojos una vez más, pero la intensa luz le impedía ver otra cosa que no fuera el intenso resplandor.— Tus sueños, niña – dijo el anciano, tajante. – Esas pesadillas, las m
Dean Jessica Sullivan caminaba de regresó a su casa. La jornada había sido dura y se sentía verdaderamente cansada. A cada paso que daba, era como si pequeñas agujas castigarán las terminaciones nerviosas de sus piernas. Llegó a la ancha avenida, y miró a derecha e izquierda antes de cruzar. Avanzaba lo más a prisa que podía (todo lo que le permitían sus fatigadas piernas), cuando, de pronto, vislumbró en la lejanía las luces de un auto en movimiento. Jessica trató de apretar el paso, pero el auto venía con demasiada velocidad. –Viene borracho – fue el último pensamiento que Jessica tuvo antes de recibir el impacto. El auto la golpeó, arrojándola violentamente por los aires. Jessica aterrizó en la acera, frac
Madeleine despertó diez minutos después. Tenía un terrible dolor de cabeza y se sentía tan mareada como si acabara de bajar de la montaña rusa. Bajó la mirada y aún con la escasa iluminación del lugar, pudo ver al bebé que yacía en el suelo. Madeleine ahogó una exclamación y recogió al bebé. Notó inmediatamente que estaba frío y flácido, era como sostener un muñeco de trapo. Estrechó el cuerpo inerte de su hijo contra su pecho y comenzó a sollozar, sus lágrimas empaparon el cuerpo desnudo y frio del pequeño. Casi de manera inconsciente comenzó a mecerlo entre sus brazos. Ver los ojos acuosos y sin vida de su hijo la llevo al borde de la locura. Cerró los ojos y se obligó a serenarse. Debía conservar su cordura intacta o jamás tendría la mínima oportunidad de librarse de su prisión. Súbitamente, recordó los ojos de aquella mujer que había matado a su hijo y sintió un escalofrío subir desde su espalda; pensó también que no podía ser real. Desde niña ella sabía que las brujas y
—¡Apuesto lo que quieras a que puedo vencerte esta vez! Dean y Rob estaban sentados a la mesa jugando a las cartas. Dean había perdido una cuantiosa suma (representada en fichas plásticas de colores) y lanzaba todo tipo de exclamaciones; parecía un niño obsesionado por vencer al menos una vez. Rob, por el contrario, miraba con la concentración de un faquir su mano de cartas. Ignoraba por completo los comentarios de Dean y solo se limitaba a asentir en algunas ocasiones. Tras la nueva ronda, Dean volvió a perder. Se pasó las manos por la cabeza y arrojó la copa de vino que estaba bebiendo. La copa explotó contra la pared, produciendo un sonido estruendoso y desperdigando vidrio roto en todas direcciones. Rob miró a Dean, que estaba a punto de hacer una rabieta, como si haber perdido en un estúpido juego significará el fin del mundo. — Lo que pasa, hermanito, es que no sabes perder – dijo Rob con voz serena. Sorbió de su copa un trago de vino.
Martha Grey despertó de un largo sueño. Lo primero que pudo distinguir del lugar donde se encontraba no provenía de la vista, sino del olfato. Olía a humedad. Pero no a una humedad fresca, sino a algo que le lastimaba las fosas nasales en cada inspiración. De inmediato un dolor punzante le recorrió la espalda. Estaba acostada en una dura cama. Atada del cuello como si fuera un perro y completamente desnuda se irguió a duras penas. La cadena que sujetaba su cuello era corrediza y le permitía cierta movilidad. Se levantó cuidadosamente e inspeccionó el lugar donde estaba. Era una mazmorra, algo así como un cuarto diminuto y sucio. A Martha le recordó a las prisiones en las fortalezas de la antigüedad, como en la época de la Revolución Francesa. Sus ojos apenas estaban adaptándose a la oscuridad, cuando de pronto, las luces se encendieron. Del techo colgaban dos pesadas lámparas en forma de péndulo. Emitían una luz blanca bastante intensa e incómoda si le miraba directamente. E
— ¡Maldita sea! – Dean golpeó la mesa en la que hace algunas horas jugaba a las cartas con Rob. El manotazo hizo tambalear la mesa como si hubiera un terremoto. Brooke y Rob permanecían en silencio junto a la puerta. Rob con los brazos cruzados y Brooke con la mirada baja y las manos entrelazadas detrás de la espalda. — ¡Maldición! Hay que hacer algo – vociferó Dean mientras daba vueltas nerviosamente alrededor de la sala. – No pueden estar muy lejos. Brooke suspiró — No podemos seguirlas ahora, está por amanecer. ¿O eres tan estúpido que no te das cuenta? – dijo Rob Dean se detuvo de pronto como si hubiera chocado con una pared invisible y volvió la mirada hacia Rob. — ¡Bien! Entonces dejaremos que hablen de nuestra existencia a los demás. Vamos a dejar que Stacy se salga con la suya. Me parece perfecto tu proceder, hermano. – Dean se sentó a la mesa y miró retadoramente al dúo que estaba apostado en la puerta. Aun sentado, no
Sentado frente a su escritorio, dentro de lo que él llamaba su guarida, el Príncipe Setri volvió la mirada hacia la jaula donde su mascota, un ave bicéfala le observaba. La pócima para el poderoso Quantum estaba lista, era un brebaje simple de sabor dulce, tan dulce como la miel. Setri no tenía intenciones de matar a su amo, solo preparaba una infusión que le ayudará a dormir mejor. Una cosa bastante sencilla para un hechicero de su calaña. Setri se miró en el espejo. Su cabello le llegaba a los hombros y tenía barba y bigote en forma de candado. Sus ojos eran tan humanos como los de cualquier mortal, salvo por un detalle espeluznante: el color del iris era rojo. Un rojo brillante. Rojo sangre. Su piel, también estaba demasiado pálida y si alguien le hubiera tocado habría sentido un frio glacial. Un termómetro podría arrojar una temperatura corporal media de 32 o 33 grados Celsius. Setri vestía una gabardina de piel color negro, estaba desabotonada y dejaba expuesto su pecho