— ¡Maldita sea! – Dean golpeó la mesa en la que hace algunas horas jugaba a las cartas con Rob. El manotazo hizo tambalear la mesa como si hubiera un terremoto.
Brooke y Rob permanecían en silencio junto a la puerta. Rob con los brazos cruzados y Brooke con la mirada baja y las manos entrelazadas detrás de la espalda.
— ¡Maldición! Hay que hacer algo – vociferó Dean mientras daba vueltas nerviosamente alrededor de la sala. – No pueden estar muy lejos.
Brooke suspiró
— No podemos seguirlas ahora, está por amanecer. ¿O eres tan estúpido que no te das cuenta? – dijo Rob
Dean se detuvo de pronto como si hubiera chocado con una pared invisible y volvió la mirada hacia Rob.
— ¡Bien! Entonces dejaremos que hablen de nuestra existencia a los demás. Vamos a dejar que Stacy se salga con la suya. Me parece perfecto tu proceder, hermano. – Dean se sentó a la mesa y miró retadoramente al dúo que estaba apostado en la puerta. Aun sentado, no podía disimular su nerviosismo, pues movía compulsivamente las manos — ¿Y tú Brooke? di algo, maldita sea.
Brooke levantó un instante la mirada y se encogió de hombros, al tiempo que lanzaba otro suspiro cansino.
— ¡Bien! – gritó Dean. Se levantó de la silla y la lanzó contra la pared. La fuerza del impacto fue tal, que la silla se rompió por la mitad. — ¡Si ustedes no van a hacer nada, yo atraparé a esas mujeres y las traeré antes de que amanezca! – Dean avanzó rápidamente con intenciones de salir, pero antes de que alcanzara la puerta, Rob le cerró el paso.
— He dicho que debemos esperar – dijo Rob.
— Quítate de mi camino – respondió Dean.
Se miraron fijamente unos instantes. Parecían dos boxeadores en la sesión de pesaje previa a la contienda.
— Por favor, Basta – dijo Brooke. Se acercó a ellos y puso una mano en el hombro de cada uno. – No podemos pelear entre nosotros, con la traición de Stacy tenemos suficiente. – Paso la mirada de uno al otro buscando y esperando estar haciéndolos entrar en razón.
— ¿Qué haremos entonces? – preguntó Dean apartándose súbitamente del contacto de su hermana.
— Informaremos a Quantum cuanto antes – sugirió Rob.
— Nada de eso – intervino Brooke – Es precisamente eso lo que Stacy espera que hagamos.
— De acuerdo, ¿entonces qué demonios hacemos? – Dean volvía a dar vueltas en la habitación.
— Buscar a las mujeres, mañana por la noche – sugirió Brooke – Las traeremos de regreso para confirmar si alguna de ellas está embarazada, si no es así, las dejamos ir.
— ¡No podemos dejarlas ir! – gritó Dean. – Aunque no estuvieran preñadas no podemos soltarlas, así como así. — ¿De qué lado están? No se dan cuenta que si ellas hablan podría significar una guerra entre ellos y nosotros. ¡Diablos! ¡Nos harían pedazos! ¡Son muchos más que nosotros!
— Nadie creería en sus palabras – intervino Rob – Las tomarían por locas, es algo que los humanos tienen, no creen en nada, aunque les caiga encima.
— En eso estoy de acuerdo – dijo Brooke.
— ¡Bien! Entonces esperemos hasta mañana – la expresión de Dean se había serenado. Tomó una honda aspiración y de pronto la piel de su rostro se volvió ligeramente transparente dejando a la vista una calavera humana. Los ojos eran dos agujeros oscuros, un vacío infinito parecía habitar allí.
— Es hora de ir a dormir – dijo Brooke.
— ¿Por qué Stacy haría algo así? – preguntó Rob
— Por vanidad. Por orgullo, yo que se… – la voz de Dean sonaba ligeramente más grave que antes. Una octava por debajo, quizás. – Esa loca siempre ha querido ocupar el lugar de Quantum en el reino.
— Nunca lo conseguirá – dijo Rob que continuaba apostado en la puerta con los brazos cruzados
— Si no cumplimos con la cuota, el mismo Quantum nos desterrará a las tierras del submundo. Tal vez para siempre – Dean levantó la mirada y su rostro era humano de nuevo.
— ¿Qué propones? – preguntó Brooke desde un extremo de la habitación. Su cabellera rubia le llegaba hasta los pechos. Parecía una muñeca de colección. Esbelta y perfecta.
Dean sonrío y su lengua bífida asomó unos instantes.
— Una cacería masiva – dijo al fin. – Dormiremos por ahora, pero mañana por la noche, cazaremos sin descanso. – Se puso de pie – Mañana despertaremos a las legiones, recuperaremos a las prisioneras y nosotros tres aseguraremos el futuro y ll supervivencia del reino de las criaturas. No necesitamos a esa loca de Stacy.
— Stacy es muy poderosa – intervino Rob – Puede poner a las legiones en nuestra contra, puede incluso enfrentarnos sola y no creo que tengamos muchas oportunidades de vencerla.
Dean lo miró, su expresión decía: “Eso ya lo sé” pero antes de que pudiera replicar algo, la voz de Brooke rompió el breve silencio.
— Esperen. ¿Ya vieron la hora? – dijo con extrañeza. Parecía asustada.
— ¿Qué? – preguntó Dean
— Es verdad – dijo Rob saliendo de la sala y dirigiéndose a la ventana. Los otros se miraron entre si y lo siguieron.
— Las 6:30 am. Debería haber ya un resquicio de luz en el horizonte – Rob se volvió y los miró a ambos.
— Aun tenemos forma humana – dijo Brooke mirándose las palmas de las manos.
— No amanecerá. – Dijo Dean con una sonrisa – Es hora de llamar a las legiones.
— ¿Quién causo esto? – Preguntó Brooke — ¿Stacy? — Paseó la mirada de uno a otro. Los dos hermanos asintieron.
Aquel día el sol no saldría. La noche se prolongaría por tiempo indefinido. En el mundo, pronto empezarían las especulaciones, se vería a científicos y seudo – científicos tratando de explicar el fenómeno. Los religiosos dirían que el fin del mundo estaba próximo y muchos fieles alrededor del globo lo creerían. Un desajuste colosal en el ritmo circadiano de hombre y bestias comenzaría y el pánico se esparciría como plaga en muchas ciudades. La oscuridad era solo el comienzo, las cosas se pondrían peores en los días venideros. El reino de las criaturas de la noche había comenzado su invasión.
Desde lo alto, una criatura alada emitió un alarido gutural. Las tres criaturas oyeron el espantoso sonido y supieron de qué se trataba. Se miraron mutuamente. Las legiones del infierno despertarían, pero probablemente no estarían de su lado, sino a las órdenes de la bruja. A las órdenes de Stacy.
Sentado frente a su escritorio, dentro de lo que él llamaba su guarida, el Príncipe Setri volvió la mirada hacia la jaula donde su mascota, un ave bicéfala le observaba. La pócima para el poderoso Quantum estaba lista, era un brebaje simple de sabor dulce, tan dulce como la miel. Setri no tenía intenciones de matar a su amo, solo preparaba una infusión que le ayudará a dormir mejor. Una cosa bastante sencilla para un hechicero de su calaña. Setri se miró en el espejo. Su cabello le llegaba a los hombros y tenía barba y bigote en forma de candado. Sus ojos eran tan humanos como los de cualquier mortal, salvo por un detalle espeluznante: el color del iris era rojo. Un rojo brillante. Rojo sangre. Su piel, también estaba demasiado pálida y si alguien le hubiera tocado habría sentido un frio glacial. Un termómetro podría arrojar una temperatura corporal media de 32 o 33 grados Celsius. Setri vestía una gabardina de piel color negro, estaba desabotonada y dejaba expuesto su pecho
Martha Gray y Madeleine estaban en un callejón. Habían encontrado varias bolsas con ropa vieja y aunque la mayoría de las prendas estaba rota u olía muy mal, pudieron encontrar (después de revisar varias bolsas) algunas ropas adecuadas para ellas. Martha encontró una sencilla blusa color azul marino y unos pantalones de mezclilla algo desgastados y algunas tallas más grandes que los que ella usaba, pero estaba bien, cumplían con el propósito de tapar su desnudez y brindar, aunque sea una mínima protección contra el frio. Madeleine, por su parte, encontró una playera color blanco, unos pants bastante holgados y un par de zapatos para cada una. Permanecían acurrucadas una pegada a la otra, el bebé llevaba apenas una sencilla frazada como protección contra el ambiente. No tenían manera de saber qué hora era, pero en su interior sospechaban que ya debía haber amanecido. No era normal que la noche durará tanto. Permanecieron un rato sin hablar, cada una per
Setri estaba terminando de afilar sus cuchillos cuando llamaron a la puerta. — Adelante – dijo Setri dejando el último cuchillo sobre la mesa. Un hombre bastante enorme entró a la habitación, era tan alto que tuvo que agacharse para evitar golpearse la cabeza. — Príncipe Setri las legiones han despertado – informó el gigante. — ¡Estupendo! – dijo Setri poniéndose en pie rápidamente. – Gracias Paul, puedes retirarte. El gigante asintió, hizo una reverencia y salió repitiendo el molesto proceso de tener que agacharse. Setri recogió su pesada gabardina del suelo y se la puso. Tomó un sombrero negro de copa alta, y un bastón que colgaba de la pared. Su aspecto había mejorado notablemente luego de la visita de Stacy. Salió de su guarida hacía un largo pasillo iluminado solamente por algunas antorchas sujetas a las paredes. En el pasillo, la sensación de calor era densa y sofocante, la sensación térmica superaba fácilmente los
Brooke supo de inmediato, al ver que el día se quedaría sumido en tinieblas, que aquello tenía que ser obra de la bruja Stacy. Quantum no permitiría jamás que la oscuridad se prolongará más allá de lo establecido por las leyes de la naturaleza. Era demasiado arriesgado, porque, aunque eso significaba que las criaturas tendrían mayor poder y vitalidad, también significaba que tarde o temprano se verían forzados a dormir. Dormir de noche los volvía vulnerables ante un posible ataque de las legiones.Las legiones estaban por debajo de las criaturas en un nivel estrictamente jerárquico. Durante siglos habían trabajado en conjunto con el reino de las criaturas, pero ahora, bajo el mando de Stacy, con toda seguridad se volverían en su contra. Se desataría una guerra, en la que, con toda seguridad, los humanos quedarían en medio del fuego cruzado. Y ahora, all&iacut
El edificio Charleston en el centro de la ciudad es la sede de muchas compañías extranjeras presentes en el estado. Tan alto que casi podría considerarse un rascacielos en la pequeña ciudad de Laredo, Texas y de una base tan ancha casi del tamaño de una pista de atletismo. El piso 17 del edificio Charleston, antaño utilizado como sede para trasmitir noticias, programas de radio local y alguno que otro show televisivo barato, se hallaba totalmente a oscuras (como el resto de la ciudad, el país y quizá el mundo entero). El reloj de pared en forma de ovoide marcaba las 12:20 pm de un viernes. Pero afuera, la ciudad seguía tan sumida en la oscuridad, como si fuera medianoche. Ese día se habían suspendido las labores en casi todo el edificio y solo algunos veladores se paseaban inquietos por los pasillos, ayudados por la luz de su teléfono celular como única fuente de iluminación, habían abierto las puertas como todos los días a las 6 am del viernes. Los empleados del turno matutino come
Ibrahim Al Khali estaba por cumplir diez años de prisión en la penitenciaria de máxima seguridad ADX Florence en Colorado, Estados Unidos, tras recibir una condena por los cargos de terrorismo y secuestro. Al Khali había intentado, además, detonar una bomba en un vuelo comercial en 2008 y era responsable directo del asesinato de algunos ministros y funcionarios del gobierno estadounidense. Ahora, confinado en su diminuta celda en la que pasaba 23 horas al día encerrado sin ver la luz del sol, Al Khali sabía que algo andaba mal, aun dentro de su limitado espacio lo sabía, había algo que no cuadraba. Para empezar, no había recibido alimento desde la noche anterior y ahora el pasillo parecía extrañamente silencioso. De acuerdo, el pasillo siempre era silencioso, pero ahora, era algo más que un silenció, era un vació sepulcral, un silencio incómodo y escalofriante. Al Khali se
- ¡No podemos usarlos como peones en un juego de ajedrez! – chilló Brooke apretando los puños.- No tenemos más opción – respondió Rob mientras se servía más vino en su copa.Estaban en la misma habitación donde Brooke había visto la siniestra presencia de Aballah, el comandante de las legiones. Había tenido suerte de que esté, no la hubiera visto y se retirará tan pronto como había llegado.- Debe… Debe haber otra forma, Rob – Brooke lo miró con ojos melancólicos. Estaba de pie y la luz de la luna iluminaba su rostro dándole un aspecto divino. Como el de un hada de cuentos.- Me temo que no – espetó Rob, dio un sorbo a su copa y añadió: - No podemos enfrentarnos solos nosotros tres a Stacy y a las legiones. No tendríamos ninguna oportunidad de vencer y lo sabes.
El reverendo Jimmy Wayne dormía en una silla giratoria detrás del escritorio dentro de una oficina. Después de contemplar cara a cara a aquella criatura salida del inframundo, había dado uno de sus acostumbrados sermones a la multitud. Las mujeres habían llorado y los hombres habían orado o se habían limitado a escucharlo con expresión de incredulidad. Una incredulidad que poco a poco se iba disipando mientras el reverendo hablaba. Por primera y única vez tenía pruebas de que el infierno existía y que los estaba alcanzando. Después de eso, se disculpó ante sus nuevos adeptos alegando que tenía un mensaje importante de Dios y debía estar en completa soledad para poder hablar con él. Así que se retiró a una de las oficinas vacías, corrió las persianas y se acurrucó en la silla. Antes de quedarse dormido, revolvió las cosas en la ofic