(6)

Martha Gray y Madeleine estaban en un callejón. Habían encontrado varias bolsas con ropa vieja y aunque la mayoría de las prendas estaba rota u olía muy mal, pudieron encontrar (después de revisar varias bolsas) algunas ropas adecuadas para ellas. Martha encontró una sencilla blusa color azul marino y unos pantalones de mezclilla algo desgastados y algunas tallas más grandes que los que ella usaba, pero estaba bien, cumplían con el propósito de tapar su desnudez y brindar, aunque sea una mínima protección contra el frio. Madeleine, por su parte, encontró una playera color blanco, unos pants bastante holgados y un par de zapatos para cada una.

Permanecían acurrucadas una pegada a la otra, el bebé llevaba apenas una sencilla frazada como protección contra el ambiente. No tenían manera de saber qué hora era, pero en su interior sospechaban que ya debía haber amanecido. No era normal que la noche durará tanto.

Permanecieron un rato sin hablar, cada una perdida en sus propios pensamientos. Madeleine fue la primera en romper el silencio con una sencilla, pero pavorosa pregunta.

— ¿Qué son?

Martha giró la cabeza en su dirección y Madeleine vio el miedo en sus ojos.

— No lo sé – respondió Martha en apenas un susurro.

— Son monstruos – dijo Madeleine, apoyando el rostro contra sus piernas flexionadas, perdiéndose de nuevo en el silencio.

Martha sujetaba al bebé y cada tanto comprobaba que siguiera vivo. Lo hizo una vez más. El pequeño respiraba y dormía plácidamente, ajeno totalmente a la situación en la que se encontraba.

— ¿Tienes familia? – preguntó Martha de pronto.

Madeleine levantó el rostro y miró de un lado a otro como para comprobar que no había nadie cerca.

— Solo a mi mamá – respondió finalmente. ¿Y tú? – miró a Martha que mecía tiernamente al bebé.

— Si, también solo a mi mamá.

Antes de que pudiera agregar algo más, una corriente de aire fría golpeó sus rostros. Era como si alguien hubiera abierto una ventana y el aire se hubiera colado. Estaban en el exterior, así que no tenía sentido que una corriente fría apareciera así, tan repentinamente. Además, el sonido de ese viento parecía tener vida propia. Levantaron la mirada cuando escucharon con claridad algo sobre sus cabezas. Algo con alas, estaba sobrevolando los edificios. Se miraron entre sí, buscando una explicación en los ojos de la otra. Pero, entonces, volvieron a escuchar el sonido de la criatura voladora sobre los edificios. Cualquier cosa que estuviera allí, parecía tener enormes alas, pues se escuchaba con tenebrosa claridad como cortaba el aire.

El niño que Martha tenía en brazos comenzó a despertar. Se removió inquieto y después empezó a llorar. Martha puso su mano sobre la boca del niño, para evitar que su llanto fuera escuchado por la cosa que sobrevolaba arriba. Sabía que era peligroso, pues podía ahogar al bebé, pero en esos momentos, parecía mucho más peligroso ser visto por la criatura que merodeaba por allí.

Madeleine se levantó sigilosamente y le hizo señas a Martha para que la siguiera. Martha se levantó, sintiendo como sus fuerzas flaqueaban por el miedo. El bebé se removió una vez más y comenzó a adormilarse nuevamente. Más tarde – pensó Martha – habrá que darle algo de comer, su comportamiento no parece el de un niño normal. Y lo cierto era que tampoco el aspecto del niño parecía del todo humano. Martha tenía la inquietante sensación de que había algo raro, algo macabro gestándose en el pequeño niño.

Se levantaron y caminaron con sumo cuidado a la salida del callejón. Madeleine tenía la intención de llegar a la avenida y buscar a alguien que pudiera ayudarlas. No pensaba en nadie en específico, pero necesitaba encontrar a otra persona desesperadamente. Pues de pronto y sin motivo alguno, tuvo la inquietante y poderosa sensación de que Martha y ella eran las únicas personas en la ciudad. No tenía sentido y se obligó a apartar la idea de su mente, después de todo, resultaba bastante estúpido pensar así, aunque estuviera iniciando el apocalipsis, tendría que haber sobrevivientes.

Llegaron a la avenida, pero no se apartaron de la seguridad de los edificios. No querían exponerse a ser vistas por la criatura voladora. Madeleine miró de un lado a otro, y de pronto, un terror insidioso y enfermo se instaló en su cerebro. No daba crédito a lo que estaba viendo. Quería gritar, pero sentía un nudo en su garganta, un nudo tan denso y pesado que le dificultaba incluso respirar. Martha iba tras de ella y cuando sus ojos vieron lo que Madeleine había descubierto solo unos segundos antes, gritó. Fue un grito ahogado, pues reaccionó a tiempo poniendo su propia palma sobre su boca para acallarse.

Frente a ellas, docenas de criaturas aladas descendían desde lo alto de los edificios. No hacían nada, solo observaban y caminaban por la acera como cualquier transeúnte. Ambas retrocedieron de vuelta a la seguridad del callejón. Se movieron instintivamente, sin necesidad de intercambiar palabra alguna. Martha pensó por un momento esconderse dentro de uno de los enormes cubos de b****a. Olía mal y seguramente habría ratas, pero incluso eso era preferible a tener que caer en manos de aquellas criaturas grotescas.

Madeleine miró nerviosamente al bebé, tenía miedo de que fuera a despertarse. Por fortuna, el niño dormía plácidamente. Su respiración indicaba que estaba vivo.

Madeleine, le hizo una a seña a Martha indicándole que se quedara allí mientras ella volvía a la entrada del callejón. Quería ver que hacían aquellas cosas. Sabía que era algo estúpido, pero se sentía más nerviosa simplemente esperando allí. Tenía que ver que hacían. Tenía que ver si se iban de allí.

Martha asintió y estrujó al niño contra su pecho. Se sentó en el suelo, a lado de los enormes cubos de b****a. Estos le servirían como escondite.

Madeleine avanzó de nuevo, pero antes de alcanzar la salida del callejón, tuvo que regresar corriendo al sitio donde estaba Martha. Las criaturas alzaron el vuelo y por poco una de ellas la veía. Madeleine logró esconderse a tiempo. Estaba tan cerca de Martha que parecían dos chicas a punto de besarse.

Madeleine sentía su corazón latir con fuerza y su respiración era rápida y trabajosa. Una fina capa de sudor le corría por la frente. Finalmente, tras un par de minutos, logró dominarse. Afuera ya no se escuchaban ruidos. Las criaturas se habían ido.

— ¿Te vieron? – preguntó Martha

— Creo que no – respondió Madeleine.

— ¿Tú los viste? – Martha vio la expresión de terror en el rostro de Madeleine y tuvo miedo de escuchar la respuesta. Se arrepintió de inmediato de haber preguntado.

— Si – respondió Madeleine – Son… Son como demonios.

Madeleine comenzó a sollozar y abrazó a Martha con fuerza. El bebé se removió un poco, abrió los ojos y volvió a dormir como si nada pasara.

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