Martha Gray y Madeleine estaban en un callejón. Habían encontrado varias bolsas con ropa vieja y aunque la mayoría de las prendas estaba rota u olía muy mal, pudieron encontrar (después de revisar varias bolsas) algunas ropas adecuadas para ellas. Martha encontró una sencilla blusa color azul marino y unos pantalones de mezclilla algo desgastados y algunas tallas más grandes que los que ella usaba, pero estaba bien, cumplían con el propósito de tapar su desnudez y brindar, aunque sea una mínima protección contra el frio. Madeleine, por su parte, encontró una playera color blanco, unos pants bastante holgados y un par de zapatos para cada una.
Permanecían acurrucadas una pegada a la otra, el bebé llevaba apenas una sencilla frazada como protección contra el ambiente. No tenían manera de saber qué hora era, pero en su interior sospechaban que ya debía haber amanecido. No era normal que la noche durará tanto.
Permanecieron un rato sin hablar, cada una perdida en sus propios pensamientos. Madeleine fue la primera en romper el silencio con una sencilla, pero pavorosa pregunta.
— ¿Qué son?
Martha giró la cabeza en su dirección y Madeleine vio el miedo en sus ojos.
— No lo sé – respondió Martha en apenas un susurro.
— Son monstruos – dijo Madeleine, apoyando el rostro contra sus piernas flexionadas, perdiéndose de nuevo en el silencio.
Martha sujetaba al bebé y cada tanto comprobaba que siguiera vivo. Lo hizo una vez más. El pequeño respiraba y dormía plácidamente, ajeno totalmente a la situación en la que se encontraba.
— ¿Tienes familia? – preguntó Martha de pronto.
Madeleine levantó el rostro y miró de un lado a otro como para comprobar que no había nadie cerca.
— Solo a mi mamá – respondió finalmente. ¿Y tú? – miró a Martha que mecía tiernamente al bebé.
— Si, también solo a mi mamá.
Antes de que pudiera agregar algo más, una corriente de aire fría golpeó sus rostros. Era como si alguien hubiera abierto una ventana y el aire se hubiera colado. Estaban en el exterior, así que no tenía sentido que una corriente fría apareciera así, tan repentinamente. Además, el sonido de ese viento parecía tener vida propia. Levantaron la mirada cuando escucharon con claridad algo sobre sus cabezas. Algo con alas, estaba sobrevolando los edificios. Se miraron entre sí, buscando una explicación en los ojos de la otra. Pero, entonces, volvieron a escuchar el sonido de la criatura voladora sobre los edificios. Cualquier cosa que estuviera allí, parecía tener enormes alas, pues se escuchaba con tenebrosa claridad como cortaba el aire.
El niño que Martha tenía en brazos comenzó a despertar. Se removió inquieto y después empezó a llorar. Martha puso su mano sobre la boca del niño, para evitar que su llanto fuera escuchado por la cosa que sobrevolaba arriba. Sabía que era peligroso, pues podía ahogar al bebé, pero en esos momentos, parecía mucho más peligroso ser visto por la criatura que merodeaba por allí.
Madeleine se levantó sigilosamente y le hizo señas a Martha para que la siguiera. Martha se levantó, sintiendo como sus fuerzas flaqueaban por el miedo. El bebé se removió una vez más y comenzó a adormilarse nuevamente. Más tarde – pensó Martha – habrá que darle algo de comer, su comportamiento no parece el de un niño normal. Y lo cierto era que tampoco el aspecto del niño parecía del todo humano. Martha tenía la inquietante sensación de que había algo raro, algo macabro gestándose en el pequeño niño.
Se levantaron y caminaron con sumo cuidado a la salida del callejón. Madeleine tenía la intención de llegar a la avenida y buscar a alguien que pudiera ayudarlas. No pensaba en nadie en específico, pero necesitaba encontrar a otra persona desesperadamente. Pues de pronto y sin motivo alguno, tuvo la inquietante y poderosa sensación de que Martha y ella eran las únicas personas en la ciudad. No tenía sentido y se obligó a apartar la idea de su mente, después de todo, resultaba bastante estúpido pensar así, aunque estuviera iniciando el apocalipsis, tendría que haber sobrevivientes.
Llegaron a la avenida, pero no se apartaron de la seguridad de los edificios. No querían exponerse a ser vistas por la criatura voladora. Madeleine miró de un lado a otro, y de pronto, un terror insidioso y enfermo se instaló en su cerebro. No daba crédito a lo que estaba viendo. Quería gritar, pero sentía un nudo en su garganta, un nudo tan denso y pesado que le dificultaba incluso respirar. Martha iba tras de ella y cuando sus ojos vieron lo que Madeleine había descubierto solo unos segundos antes, gritó. Fue un grito ahogado, pues reaccionó a tiempo poniendo su propia palma sobre su boca para acallarse.
Frente a ellas, docenas de criaturas aladas descendían desde lo alto de los edificios. No hacían nada, solo observaban y caminaban por la acera como cualquier transeúnte. Ambas retrocedieron de vuelta a la seguridad del callejón. Se movieron instintivamente, sin necesidad de intercambiar palabra alguna. Martha pensó por un momento esconderse dentro de uno de los enormes cubos de b****a. Olía mal y seguramente habría ratas, pero incluso eso era preferible a tener que caer en manos de aquellas criaturas grotescas.
Madeleine miró nerviosamente al bebé, tenía miedo de que fuera a despertarse. Por fortuna, el niño dormía plácidamente. Su respiración indicaba que estaba vivo.
Madeleine, le hizo una a seña a Martha indicándole que se quedara allí mientras ella volvía a la entrada del callejón. Quería ver que hacían aquellas cosas. Sabía que era algo estúpido, pero se sentía más nerviosa simplemente esperando allí. Tenía que ver que hacían. Tenía que ver si se iban de allí.
Martha asintió y estrujó al niño contra su pecho. Se sentó en el suelo, a lado de los enormes cubos de b****a. Estos le servirían como escondite.
Madeleine avanzó de nuevo, pero antes de alcanzar la salida del callejón, tuvo que regresar corriendo al sitio donde estaba Martha. Las criaturas alzaron el vuelo y por poco una de ellas la veía. Madeleine logró esconderse a tiempo. Estaba tan cerca de Martha que parecían dos chicas a punto de besarse.
Madeleine sentía su corazón latir con fuerza y su respiración era rápida y trabajosa. Una fina capa de sudor le corría por la frente. Finalmente, tras un par de minutos, logró dominarse. Afuera ya no se escuchaban ruidos. Las criaturas se habían ido.
— ¿Te vieron? – preguntó Martha
— Creo que no – respondió Madeleine.
— ¿Tú los viste? – Martha vio la expresión de terror en el rostro de Madeleine y tuvo miedo de escuchar la respuesta. Se arrepintió de inmediato de haber preguntado.
— Si – respondió Madeleine – Son… Son como demonios.
Madeleine comenzó a sollozar y abrazó a Martha con fuerza. El bebé se removió un poco, abrió los ojos y volvió a dormir como si nada pasara.
Setri estaba terminando de afilar sus cuchillos cuando llamaron a la puerta. — Adelante – dijo Setri dejando el último cuchillo sobre la mesa. Un hombre bastante enorme entró a la habitación, era tan alto que tuvo que agacharse para evitar golpearse la cabeza. — Príncipe Setri las legiones han despertado – informó el gigante. — ¡Estupendo! – dijo Setri poniéndose en pie rápidamente. – Gracias Paul, puedes retirarte. El gigante asintió, hizo una reverencia y salió repitiendo el molesto proceso de tener que agacharse. Setri recogió su pesada gabardina del suelo y se la puso. Tomó un sombrero negro de copa alta, y un bastón que colgaba de la pared. Su aspecto había mejorado notablemente luego de la visita de Stacy. Salió de su guarida hacía un largo pasillo iluminado solamente por algunas antorchas sujetas a las paredes. En el pasillo, la sensación de calor era densa y sofocante, la sensación térmica superaba fácilmente los
Brooke supo de inmediato, al ver que el día se quedaría sumido en tinieblas, que aquello tenía que ser obra de la bruja Stacy. Quantum no permitiría jamás que la oscuridad se prolongará más allá de lo establecido por las leyes de la naturaleza. Era demasiado arriesgado, porque, aunque eso significaba que las criaturas tendrían mayor poder y vitalidad, también significaba que tarde o temprano se verían forzados a dormir. Dormir de noche los volvía vulnerables ante un posible ataque de las legiones.Las legiones estaban por debajo de las criaturas en un nivel estrictamente jerárquico. Durante siglos habían trabajado en conjunto con el reino de las criaturas, pero ahora, bajo el mando de Stacy, con toda seguridad se volverían en su contra. Se desataría una guerra, en la que, con toda seguridad, los humanos quedarían en medio del fuego cruzado. Y ahora, all&iacut
El edificio Charleston en el centro de la ciudad es la sede de muchas compañías extranjeras presentes en el estado. Tan alto que casi podría considerarse un rascacielos en la pequeña ciudad de Laredo, Texas y de una base tan ancha casi del tamaño de una pista de atletismo. El piso 17 del edificio Charleston, antaño utilizado como sede para trasmitir noticias, programas de radio local y alguno que otro show televisivo barato, se hallaba totalmente a oscuras (como el resto de la ciudad, el país y quizá el mundo entero). El reloj de pared en forma de ovoide marcaba las 12:20 pm de un viernes. Pero afuera, la ciudad seguía tan sumida en la oscuridad, como si fuera medianoche. Ese día se habían suspendido las labores en casi todo el edificio y solo algunos veladores se paseaban inquietos por los pasillos, ayudados por la luz de su teléfono celular como única fuente de iluminación, habían abierto las puertas como todos los días a las 6 am del viernes. Los empleados del turno matutino come
Ibrahim Al Khali estaba por cumplir diez años de prisión en la penitenciaria de máxima seguridad ADX Florence en Colorado, Estados Unidos, tras recibir una condena por los cargos de terrorismo y secuestro. Al Khali había intentado, además, detonar una bomba en un vuelo comercial en 2008 y era responsable directo del asesinato de algunos ministros y funcionarios del gobierno estadounidense. Ahora, confinado en su diminuta celda en la que pasaba 23 horas al día encerrado sin ver la luz del sol, Al Khali sabía que algo andaba mal, aun dentro de su limitado espacio lo sabía, había algo que no cuadraba. Para empezar, no había recibido alimento desde la noche anterior y ahora el pasillo parecía extrañamente silencioso. De acuerdo, el pasillo siempre era silencioso, pero ahora, era algo más que un silenció, era un vació sepulcral, un silencio incómodo y escalofriante. Al Khali se
- ¡No podemos usarlos como peones en un juego de ajedrez! – chilló Brooke apretando los puños.- No tenemos más opción – respondió Rob mientras se servía más vino en su copa.Estaban en la misma habitación donde Brooke había visto la siniestra presencia de Aballah, el comandante de las legiones. Había tenido suerte de que esté, no la hubiera visto y se retirará tan pronto como había llegado.- Debe… Debe haber otra forma, Rob – Brooke lo miró con ojos melancólicos. Estaba de pie y la luz de la luna iluminaba su rostro dándole un aspecto divino. Como el de un hada de cuentos.- Me temo que no – espetó Rob, dio un sorbo a su copa y añadió: - No podemos enfrentarnos solos nosotros tres a Stacy y a las legiones. No tendríamos ninguna oportunidad de vencer y lo sabes.
El reverendo Jimmy Wayne dormía en una silla giratoria detrás del escritorio dentro de una oficina. Después de contemplar cara a cara a aquella criatura salida del inframundo, había dado uno de sus acostumbrados sermones a la multitud. Las mujeres habían llorado y los hombres habían orado o se habían limitado a escucharlo con expresión de incredulidad. Una incredulidad que poco a poco se iba disipando mientras el reverendo hablaba. Por primera y única vez tenía pruebas de que el infierno existía y que los estaba alcanzando. Después de eso, se disculpó ante sus nuevos adeptos alegando que tenía un mensaje importante de Dios y debía estar en completa soledad para poder hablar con él. Así que se retiró a una de las oficinas vacías, corrió las persianas y se acurrucó en la silla. Antes de quedarse dormido, revolvió las cosas en la ofic
Dos mujeres y un bebé caminaban en la oscuridad. Estaban dentro de una casa muy bien construida pero aparentemente deshabitada. Una de ellas sollozaba, aun sintiendo los incomodos efectos del miedo. Y no era para menos, las horribles criaturas de las que estaban ocultándose parecían haberse apoderado de la ciudad entera y quizá hasta del mundo entero. Las mujeres subieron a la planta alta. La escalera era vieja y crujía bajo su peso a cada paso que daban. Arriba había dos habitaciones vacías. En una de ellas había juguetes de todo tipo: pelotas, muñecas, peluches, además de juegos de mesa. La cama era sencilla y pequeña, pero bastante cómoda. Madeleine abrió las persianas, no sin antes asegurarse que no hubiera criaturas voladoras merodeando por allí. La luz mortecina de la luna se coló en la habitación. Era una luz brillante y más que suficiente. Observó el
En un sitio casi inaccesible a los humanos, pero que se halla, paradójicamente, demasiado cerca, existe el reino de las criaturas de la noche. Un submundo donde la oscuridad eterna y el frio glacial son como la luz del día y el oxígeno de la superficie. Es un mundo hostil. Quizá lo más parecido que la raza humana a visitado se halla a 11 km de profundidad oceánica, en el famoso trecho de las marianas.El reino (hasta hace poco al mando de Quantum El Grande) fue desterrado a las tierras altas del inframundo desde los principios de la creación. Se dice que existe un único pasaje con el que cualquier mortal podría descender. Se dice, también, que este pasaje tiene su fin en las tierras bajas del inframundo: Las tierras que por norma pertenecen a las legiones de demonios y al mismísimo Satán. Cualquier habitante del reino de las criaturas podría dar fe de eso. Y podría dar fe, tambi&