En un sitio casi inaccesible a los humanos, pero que se halla, paradójicamente, demasiado cerca, existe el reino de las criaturas de la noche. Un submundo donde la oscuridad eterna y el frio glacial son como la luz del día y el oxígeno de la superficie. Es un mundo hostil. Quizá lo más parecido que la raza humana a visitado se halla a 11 km de profundidad oceánica, en el famoso trecho de las marianas.
El reino (hasta hace poco al mando de Quantum El Grande) fue desterrado a las tierras altas del inframundo desde los principios de la creación. Se dice que existe un único pasaje con el que cualquier mortal podría descender. Se dice, también, que este pasaje tiene su fin en las tierras bajas del inframundo: Las tierras que por norma pertenecen a las legiones de demonios y al mismísimo Satán. Cualquier habitante del reino de las criaturas podría dar fe de eso. Y podría dar fe, tambi&
Bill Reynolds sostenía el móvil en la mano. Había intentado llamar en más de una decena de ocasiones a su casa. Marcó una vez más y el resultado fue el mismo de todas las veces anteriores. Nada. Ni siquiera la estática, ni la molesta contestadora automática. Guardó el móvil (que estaba quedándose sin batería) y echó un último vistazo a la hora. Las 6:26 pm. Pronto se cumplirían 24 horas de oscuridad y Bill, que en un principio se decantó por creer lo que decían los noticieros, estaba ahora realmente preocupado. ¿Qué sería de su vida, si tuviera que quedarse atrapado en el edificio Charleston? ¿Dónde estarían sus padres ahora? ¿Acaso las criaturas con cara de demonio los habían matado ya? ¿Y si no solo sus padres estuvieran muertos, sino también el resto del mundo? Ese mundo que por supuesto inclu&
Stacy miraba a través de la bola de cristal. La bola mostraba una escena en la que un demonio parecía derretirse lentamente. Un chico, que al principio parecía demasiado débil e inofensivo, había recitado algo que había consumido hasta los cimientos a la criatura. Stacy apretó los dientes, dio un manotazo a la mesa y se levantó. Paso la mano por la bola de cristal y esta se apagó de inmediato. Dio media vuelta y rebuscó en uno de los cajones.Estaba en los aposentos reales, los aposentos que antaño habían pertenecido a Quantum. Un lugar que ahora le pertenecía, igual que todo el reino. Sacó un reloj de arena y lo puso sobre la mesa, junto a la bola de cristal. La arena estaba equilibrada en partes iguales, lo que significaba que ya había agotado la mitad del tiempo concedido.Dio otro manotazo contra la mesa y está se tambaleó. Comenzó a d
Las mazmorras que antaño habían contenido a cuatro mujeres completamente desnudas estaban ahora vacías. Los cuerpos de dos de ellas seguían en el suelo, ya nunca más tendrían que preocuparse por vestirse y alimentarse. La sangre en el suelo formaba un charco considerable, que de a poco, comenzaba a ennegrecerse. De pronto la oscuridad del lugar fue quebrada cuando las potentes luces halógenas se encendieron desde lo alto. La luz reveló la expresión de asombró y terror de una de las mujeres que yacía muerta. Nadie se había tomado la molestia siquiera de cerrarle los ojos y probablemente nadie nunca lo haría.Dos hombres descendieron por la escalera. Uno llevaba una sotana negra y un crucifijo en el cuello, medía poco menos de 1.80 m y miraba alrededor compulsivamente con unos ojos pequeños y asustadizos. El otro era más alto, poco más de 1.90 m de estatura, te
Mientras el reverendo y el terrorista comenzaban el oscuro viaje que les revelaría su nuevo propósito en el mundo de oscuridad, Brooke, hacía lo propio con las mujeres que habían sido liberadas por Stacy. Luego de que Madeleine regresará a la habitación, Brooke, agazapada como un ladrón en una de las esquinas, abrió el puño que había mantenido cerrado desde su reunión con Rob, revelando un polvo blanquecino tan fino como la arena. Dio un soplido y el polvo se esparció rápidamente por la habitación. Madeleine giró en su dirección, con el tiempo justo solo para percatarse de la presencia de la criatura. Intentó levantar al bebé y llevárselo consigo, pero antes de que lo consiguiera cayó al suelo fulminada por un rayo invisible. El polvo sumió a ambas mujeres en un sueño profundo. Una vez que estuvo segura que el polvo había he
Al Khali aún mantenía los ojos cerrados, cuando de pronto, aun con los parpados cerrados, vio un intenso resplandor. Tuvo el impulso de abrir los ojos de inmediato, pero se contuvo, una parte de su mente creía saber dónde estaba, pero necesitaba mayores referencias antes de aventurarse a abrir los ojos. Ya no sentía el contacto de las manos de ninguno de los hombres con los que se había sentado a la mesa, sus manos estaban libres. Para confirmarlo, movió sus dedos libremente. Permaneció de pie, allí, esperando que algo pasará. No sabía que ocurriría o que debía hacer, estaba seguro que el hombre que había llamado Shaitan pronto lo llamaría. Mientras esperaba, notó que estaba en un lugar donde comenzaba a hacer mucho calor. El aire caliente le golpeaba el rostro como si fuera un látigo y pronto estaría cocinándose si no comenzaba a moverse&hell
Mientras Ibrahim Al Khali veía volar por los aires brazos y piernas en llamas, el reverendo Jimmy Wayne yacía en una habitación. Era una habitación enorme, lujosamente decorada y adoquinada con incrustaciones de piedras preciosas. La habitación estaba parcialmente iluminada. Una única bombilla en el techo era suficiente para que el reverendo pudiera apreciar cada uno de los detalles. Jimmy Wayne tomó entre sus delgadas manos un jarrón que lucía muy antiguo, lo sostuvo unos instantes, deleitándose con la textura de aquel material y lo volvió a poner en su lugar.Transcurridos algunos minutos, estaba comenzando a aburrirse. Resopló y se acostó sobre la cama. Era una cama muy suave; el reverendo pensó que bien podría dormirse hasta que algo pasara. Con la mirada fija en el techo estaba comenzando a adormilarse cuando de pronto la puerta de la habitación se abrió
El capitán Martín Ferrer vigilaba desde su camarote. En el cielo, una nube negra gigantesca se cernía amenazadoramente en el horizonte. A sus 47 años, el capitán Ferrer intentaba recordar si antes, en sus casi 30 años de experiencia como navegante, había visto algo así. Su instinto le decía que aquello no era una simple tormenta, aquello era algo peor, mucho peor. Ya era demasiado malo que no hubiera asomado la luz del día en casi 24 horas y ahora, como cereza sobre el pastel, estaba la tormenta. Afuera los truenos rugían con potencia y los rayos iluminaban el cielo con tal intensidad que, por algunos momentos, el capitán Ferrer y su tripulación creyeron que la luz del sol había vuelto.Finalmente se apartó de la ventanilla, no soportaba ver ni un segundo más el escenario tan desalentador que tenía ante sus ojos. Aquello era como una escena salida de la bibli
La luna seguía allí, en lo alto, pero de a poco su brillo parecía estar menguando, la luna misma daba la impresión de estar encogiéndose, alejándose de su planeta madre.Bill no tenía idea de que hora podía ser. Había perdido la cuenta de las horas que llevaba en vigilia y ahora, mientras caminaba, sentía como si sus piernas estuvieran hechas de cemento, o como si llevara un pesado grillete atado a cada extremidad.Caminaba despacio y con cuidado, temeroso y alerta, por si alguna criatura voladora aparecía de pronto con intenciones de llevarlo consigo. Los parpados le pesaban y tenía que caminar tanteando las paredes, tal como si fuera un ciego.Finalmente llegó a la calle donde vivía, el letrero decía Lincoln Street. Bill vivía justo donde Lincoln Street y Wally Street se encontraban. Su casa, sobresalía por las del resto del barrio, debido al