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La gran entrada al averno era una cueva oculta entre enormes formaciones rocosas. Cientos de espeleólogos habían visitado la zona en el pasado sin saber que aquella cueva no tenía fin, sin saber que la mayoría de sus cientos de caminos no conducían a ningún lugar más que a la negrura más espesa. La mayoría de estos pasajes tenían por lo menos un cadáver, algunos de ellos, no eran más que huesos, pero otros parecían demasiado recientes, tanto que aun sus linternas permanecían encendidas. En el corazón del gran cañón, donde se asentaban aquellas cavernas laberínticas, no había ningún asentamiento humano y los animales también eran escasos. El viento levantaba polvaredas de tierra herrumbrosa en todas direcciones, a veces tan intensas que la gran cueva que descendía al corazón del infierno quedaba oculta por semanas y meses ent

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