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Cuando el amanecer llegó, miles de figuras emergieron junto con la luz de la mañana. Figuras negras recortadas contra un cielo azul claro y despejado surgían de las entrañas de la tierra, otras salían de oscuras cuevas, y algunas más emergían de los océanos. El mar de las animas se hallaba vació. Las almas de los condenados se habían unido a la legión de demonios adoptando formas de criaturas rastreras, su andar lento las hacia rezagarse. Al frente de la formación, cabalgaban los altos mandos del infierno. Contrario a lo que durante miles de años la religión había hecho creer a la humanidad, estos demonios no eran criaturas horrendas, no tenían cuernos, ni alas, ni cola, sino que su aspecto era el de hombres altos, apuestos, fuertes, de ojos claros y hermosos, narices respingadas y labios finos. Incluso los oficiales menores, los que habían estado bajo el mando del

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