La brisa marina era distinta por las mañanas. Tenía un sabor salobre que se pegaba a la piel y se mezclaba con los pensamientos como tinta invisible. Luciana se había instalado en una habitación pequeña, blanca, con una ventana que daba al horizonte. No necesitaba mucho. Solo papel, silencio y dolor.Escribía en un cuaderno azul, el mismo que Alexander le había dejado. Lo había abierto semanas atrás con manos temblorosas, incapaz de trazar una sola línea. Pero ahora, las palabras fluían como si cada página fuera una herida abierta por donde salía todo lo que llevaba guardado.No era ficción. No era crónica. Era algo distinto.Era ella.⸻Las primeras frases hablaban de la mujer que había sido antes de la historia. De la escritora que solo quería ser leída. De la joven que lloraba frente a los correos de rechazo. Que sonreía con inseguridad cuando le preguntaban a qué se dedicaba. Que mentía diciendo que estaba bien, que había decidido escribir solo para ella.Luego vino el amor. No el
Luciana no había pensado en Camila desde su partida. Desde que se alejó de Alexander, había intentado cerrar mentalmente ese capítulo con la misma determinación con la que se abandona una casa en ruinas. O al menos eso creía. Pero el pasado tiene una forma sutil de regresar cuando menos lo esperas. Y esta vez, regresó con voz dulce y promesas peligrosas.Todo comenzó con una carta. Escrita a mano. Sin remitente. El sobre era sencillo, el papel ligeramente perfumado. Solo una frase:“Nos debemos una conversación. Hay cosas que no están escritas. Y otras que jamás debieron contarse solas.”—C.Luciana reconoció la caligrafía de inmediato. El trazo firme. La firma incompleta. El tono ambiguo. Camila siempre supo cómo jugar con la duda. Con el silencio. Con el poder de lo no dicho.—El café donde se encontraron era discreto, casi invisible desde la calle. Una de esas joyas escondidas en el centro de la ciudad, con luces cálidas y música instrumental de fondo. Luciana llegó puntual. Camil
Luciana Ferrer se encontraba en una cafetería del centro de la ciudad, rodeada de manuscritos rechazados y una taza de café frío. La luz tenue del atardecer se filtraba por las ventanas, creando sombras que reflejaban su estado de ánimo. Había pasado los últimos años intentando sin éxito que alguna editorial aceptara sus novelas. La frustración y la duda comenzaban a pesarle. Mientras revisaba por enésima vez una carta de rechazo, su teléfono vibró sobre la mesa. Era un correo electrónico de una editorial reconocida. Con el corazón acelerado, abrió el mensaje. Estimada Srta. Ferrer, Hemos revisado su perfil y nos gustaría ofrecerle una oportunidad como asistente personal de uno de nuestros autores más destacados. Si está interesada, por favor, acuda a nuestra oficina mañana a las 10 a.m. Atentamente, Eleanor Graves La sorpresa la dejó sin palabras. Aunque no era la oferta que esperaba, podría ser la puerta que necesitaba para entrar en el mundo literario. Decidida, respondi
Luciana llegó temprano a la casa de Alexander Varnell al día siguiente, con una libreta en mano y su determinación más firme que nunca. La noche anterior había estado repasando cada entrevista, cada artículo y cada libro que Alexander había publicado en busca de entender su proceso creativo. Si iba a ser su asistente, necesitaba descubrir cómo funcionaba su mente.Cuando cruzó la entrada principal, se encontró con la asistenta doméstica, una mujer mayor de cabello entrecano llamada Margot, quien le dedicó una mirada de advertencia antes de hablar.—Si va a trabajar con él, ármese de paciencia. El señor Varnell no es fácil.Luciana esbozó una sonrisa que pretendía transmitir seguridad.—Gracias por el consejo, pero puedo manejarlo.Margot arqueó una ceja con escepticismo antes de señalar el estudio.—Ya la está esperando.Respiró hondo antes de entrar en la habitación que ahora se había convertido en su oficina temporal. Alexander estaba sentado en su escritorio, con una expresión de c
Luciana llegó a la casa de Alexander Varnell al día siguiente con una mezcla de determinación y un leve atisbo de ansiedad. Algo en su conversación anterior la había inquietado. “Una vez amé a alguien. Y me destruyó.” La confesión había sido rápida, casi un susurro en la brisa, pero el peso en su tono le dijo que esas palabras cargaban años de heridas.Sin embargo, no estaba allí para jugar a la psicóloga con un hombre que claramente se esforzaba en mantener a la gente fuera de su vida. Su único trabajo era ayudarlo a escribir. Nada más.Respiró hondo antes de cruzar la puerta y se encontró con Margot, la asistenta, quien la miró con algo que parecía ser una pizca de compasión.—Te ves diferente hoy —comentó Margot con una media sonrisa.—¿Diferente cómo? —preguntó Luciana, frunciendo el ceño.Margot se encogió de hombros.—Más… decidida. Como alguien que va directo a una batalla.Luciana dejó escapar una risa seca.—Lo tomaré como un cumplido.—Buena suerte con él —dijo Margot, y lue
El viento nocturno azotaba las ventanas de la casa de Alexander Varnell, y en su estudio, el silencio era tan denso como la tensión entre él y Luciana Ferrer. Había pasado una semana desde la última vez que Alexander había escrito algo, y aunque la escena que había plasmado en papel aún resonaba en la mente de Luciana, él no había vuelto a escribir una sola línea desde entonces.Pero hoy, algo cambiaría.Luciana entró al estudio sin esperar una invitación, encontrándolo nuevamente en su escritorio, pero esta vez con una botella de whisky a medio consumir junto a él.—¿Otra vez con esto? —dijo, cruzando los brazos.Alexander levantó la vista con su típica expresión de indiferencia.—¿Con qué?—Con la autodestrucción —respondió ella sin rodeos—. No escribir, beber antes del mediodía, aislarte del mundo como si estuvieras atrapado en una maldita tragedia griega.Alexander la miró fijamente, sus ojos fríos como el hielo.—Si no te gusta cómo manejo mi vida, la puerta está abierta.Luciana
El estudio estaba en silencio. Solo el sonido del tictac del viejo reloj de pared rompía la calma, marcando cada segundo como un recordatorio de todo lo que no se había dicho. Luciana Ferrer se mantenía de pie junto al escritorio, con la piel aún ardiendo donde Alexander Varnell la había tocado la noche anterior. No debía significar nada.Pero significaba.El problema era que no podía permitirse descifrar el motivo.—Margot me dijo que hoy te encontraste con un problema en la editorial —dijo finalmente, rompiendo el silencio.Alexander, que había estado observando la chimenea con una copa en la mano, ni siquiera giró la cabeza.—Margot habla demasiado.Luciana cruzó los brazos.—Te van a despedir si no entregas tu novela.—¿Y eso te preocupa?—Si no te importara, no estarías bebiendo antes del almuerzo.Alexander finalmente se giró para mirarla. Sus ojos azules eran como dagas de hielo.—Voy a escribirla.—¿Cuándo?—Cuando pueda.Luciana apretó los labios. Su paciencia tenía un límite
El aire dentro del estudio de Alexander Varnell se volvió espeso, casi irrespirable. Luciana Ferrer sostenía la foto en su mano, sintiendo su peso como si fuera una piedra atada a su pecho. La imagen de Alexander abrazando a una mujer cuya identidad había sido tachada era una puerta abierta a preguntas que él no quería responder.Alexander estaba de pie junto a la puerta, observándola con una frialdad que la hizo estremecerse.—¿Dónde conseguiste eso? —preguntó con voz controlada, pero su tono ocultaba algo más oscuro.Luciana no apartó la mirada.—Javier me la dio.El nombre de su ex hizo que la mandíbula de Alexander se tensara. Pero no fue enojo lo que vio en sus ojos, sino algo más peligroso.—¿Javier? —repitió él, con una risa amarga—. Por supuesto.Luciana frunció el ceño.—¿Qué significa eso?Alexander avanzó lentamente hacia ella, sin apartar la mirada de la foto. Luciana no se movió, pero su corazón golpeaba con fuerza dentro de su pecho.—Significa que Javier siempre ha sabi