La noche caía con una lentitud cruel. El cielo se extendía como un lienzo negro sin estrellas, y el fuego de la cabaña chisporroteaba apenas. Luciana había estado sentada frente a la ventana durante horas, con la mirada perdida más allá de la lluvia, más allá de la montanña.Detrás de ella, Alexander la observaba. Podía sentir el momento exacto en que algo se había roto entre ellos. No era enojo, ni traición. Era un abismo de silencio que había comenzado a crecer desde que publicaron La Segunda Voz.Luciana no lo miraba. No porque no pudiera, sino porque sabía que si lo hacía, su convicción se quebraría.—Te vas a ir —dijo él en voz baja.Luciana cerró los ojos.—No por ti. Por mí.Alexander se acercó, pero dejó una distancia prudente entre ellos. Podía oler su perfume, la mezcla de tinta, papel y lavanda. Esa fragancia que había llegado a significar hogar.—Luciana, si es por miedo… podemos enfrentarlo juntos.Ella giró lentamente.—No es miedo. Es claridad. Desde que publicamos el s
Los días pasaban con una lentitud insoportable en la cabaña. Afuera, el invierno comenzaba a borrar los colores del paisaje, cubriéndolo todo con una capa de silencio y escarcha. Adentro, Alexander Varnell se movía como un fantasma entre las habitaciones donde antes había amor, palabras y fuego. Ahora sólo quedaba la ceniza. El eco de los pasos de Luciana, la risa que una vez inundó la sala, los susurros nocturnos entre páginas y besos… todo eso había desaparecido, como si nunca hubiera existido.No escribía.Dormía apenas unas horas, sin descanso real. Comía lo justo para no colapsar. A veces, pasaba horas observando el manuscrito de La Segunda Voz, extendido sobre la mesa como un cadáver sin sepultura. Lo miraba como se mira a un viejo amigo que ya no se reconoce. Ese libro le había costado lágrimas, sangre y amor. Le había costado a ella.Y ahora, ni siquiera podía tocarlo.Revisaba su correo una vez al día, por rutina. Como si esperara, en el fondo, que Luciana le escribiera. Un “
La brisa marina era distinta por las mañanas. Tenía un sabor salobre que se pegaba a la piel y se mezclaba con los pensamientos como tinta invisible. Luciana se había instalado en una habitación pequeña, blanca, con una ventana que daba al horizonte. No necesitaba mucho. Solo papel, silencio y dolor.Escribía en un cuaderno azul, el mismo que Alexander le había dejado. Lo había abierto semanas atrás con manos temblorosas, incapaz de trazar una sola línea. Pero ahora, las palabras fluían como si cada página fuera una herida abierta por donde salía todo lo que llevaba guardado.No era ficción. No era crónica. Era algo distinto.Era ella.⸻Las primeras frases hablaban de la mujer que había sido antes de la historia. De la escritora que solo quería ser leída. De la joven que lloraba frente a los correos de rechazo. Que sonreía con inseguridad cuando le preguntaban a qué se dedicaba. Que mentía diciendo que estaba bien, que había decidido escribir solo para ella.Luego vino el amor. No el
Luciana no había pensado en Camila desde su partida. Desde que se alejó de Alexander, había intentado cerrar mentalmente ese capítulo con la misma determinación con la que se abandona una casa en ruinas. O al menos eso creía. Pero el pasado tiene una forma sutil de regresar cuando menos lo esperas. Y esta vez, regresó con voz dulce y promesas peligrosas.Todo comenzó con una carta. Escrita a mano. Sin remitente. El sobre era sencillo, el papel ligeramente perfumado. Solo una frase:“Nos debemos una conversación. Hay cosas que no están escritas. Y otras que jamás debieron contarse solas.”—C.Luciana reconoció la caligrafía de inmediato. El trazo firme. La firma incompleta. El tono ambiguo. Camila siempre supo cómo jugar con la duda. Con el silencio. Con el poder de lo no dicho.—El café donde se encontraron era discreto, casi invisible desde la calle. Una de esas joyas escondidas en el centro de la ciudad, con luces cálidas y música instrumental de fondo. Luciana llegó puntual. Camil
El Salón Internacional de Literatura se celebraba en una antigua biblioteca restaurada, con vitrales altos, estanterías de roble y un escenario central flanqueado por murales que narraban siglos de historia escrita. Luciana había sido invitada como autora emergente gracias a la popularidad de sus textos bajo el seudónimo L. F. Sombra. Lo que no esperaba era que ese evento se convertiría en un campo de batalla emocional. Javier Rosales había organizado una mesa de diálogo con el tema: “La ficción como memoria: escribir desde la herida”. Era su forma de darle espacio a Luciana sin exponerla directamente. Aunque ya todos comenzaban a sospechar que ella era la voz anónima que había conmovido al mundo literario. Luciana accedió a participar. Subió al escenario con discreción, vestida de negro, el cabello suelto, y los ojos cargados de las noches sin dormir que había transformado en palabras. Y entonces, sin previo aviso, lo vio entrar. Alexander Varnell. ⸻ Vestido con su característi
La cabaña de Alexander se había vuelto más silenciosa que nunca. No era el silencio del descanso ni de la calma, sino ese tipo de vacío que se instala cuando ya no quedan palabras por decir, ni personas a quienes decírselas. El eco del evento literario aún resonaba en su mente. La imagen de Luciana, firme frente a él, marcaba la línea entre el pasado y lo que vendría.No había firmado el contrato. Aún estaba sobre la mesa, sin tocar, como una tentación o un insulto. Se había limitado a existir, a repasar una y otra vez sus propios manuscritos, buscando respuestas que nunca había querido enfrentar.Hasta que una mañana, el pasado tocó a su puerta.Literalmente.Un golpe firme, tres veces. Luego silencio. Alexander abrió sin pensar, esperando al cartero o a un vecino perdido.Pero no era ninguno.—Hola, Alex.La voz era grave, envejecida por los años, pero inconfundible.—Tío Benjamín…⸻No lo había visto desde que tenía diez años. Benjamín era el hermano menor de su madre, un hombre qu
Luciana había aprendido a desconfiar del silencio. En su mundo, los vacíos estaban llenos de mensajes cifrados, y los nombres que nadie mencionaba solían ser los más peligrosos. Desde la reunión con Camila y la propuesta envenenada que había recibido, su instinto no la dejaba en paz. Sabía que había piezas que aún no encajaban.Y una de esas piezas era Julián Vega.Durante meses, había sido parte de la investigación en las sombras. Discreto, eficaz, conectado. Pero algo en él había empezado a inquietarla: su habilidad para acceder a información antes que nadie, sus evasivas cuando se mencionaba el nombre de Sebastián Cortez, y sobre todo, su insistencia en no aparecer nunca en los créditos ni en los agradecimientos.Una madrugada, después de releer el fragmento inédito del manuscrito de Elena que Camila le había mostrado, Luciana abrió su computadora y decidió investigar por su cuenta.⸻Comenzó con lo básico: antecedentes académicos de Julián, sus artículos publicados, colaboraciones
El paquete llegó sin aviso. Un sobre manila cerrado con cera roja, sin remitente visible. Luciana lo encontró al pie de la puerta cuando regresaba de su caminata habitual junto al mar. El viento fresco le había aligerado el alma, pero al ver el sobre, el peso regresó de golpe al pecho.No había sello. No había nombre. Solo una dirección escrita a mano: la suya.Lo llevó al interior de su pequeña vivienda, lo dejó sobre la mesa y lo miró durante largos minutos antes de abrirlo. El presentimiento era fuerte. Ese tipo de intuición que uno no puede ignorar.Dentro, cuidadosamente dobladas, había tres hojas. Papel antiguo, amarillento. La letra era reconocible. Impecable. Con ese trazo elegante que Luciana había aprendido a identificar entre miles.Era Elena.⸻Querida alma que me encuentra,Si estás leyendo estas líneas, es porque alguien ha tenido el valor de escarbar entre las ruinas. Porque mi voz, aunque silenciada, ha encontrado eco en la tuya.No me llamo Elena. Ese fue un nombre qu