El Salón Internacional de Literatura se celebraba en una antigua biblioteca restaurada, con vitrales altos, estanterías de roble y un escenario central flanqueado por murales que narraban siglos de historia escrita. Luciana había sido invitada como autora emergente gracias a la popularidad de sus textos bajo el seudónimo L. F. Sombra. Lo que no esperaba era que ese evento se convertiría en un campo de batalla emocional. Javier Rosales había organizado una mesa de diálogo con el tema: “La ficción como memoria: escribir desde la herida”. Era su forma de darle espacio a Luciana sin exponerla directamente. Aunque ya todos comenzaban a sospechar que ella era la voz anónima que había conmovido al mundo literario. Luciana accedió a participar. Subió al escenario con discreción, vestida de negro, el cabello suelto, y los ojos cargados de las noches sin dormir que había transformado en palabras. Y entonces, sin previo aviso, lo vio entrar. Alexander Varnell. ⸻ Vestido con su característi
La cabaña de Alexander se había vuelto más silenciosa que nunca. No era el silencio del descanso ni de la calma, sino ese tipo de vacío que se instala cuando ya no quedan palabras por decir, ni personas a quienes decírselas. El eco del evento literario aún resonaba en su mente. La imagen de Luciana, firme frente a él, marcaba la línea entre el pasado y lo que vendría.No había firmado el contrato. Aún estaba sobre la mesa, sin tocar, como una tentación o un insulto. Se había limitado a existir, a repasar una y otra vez sus propios manuscritos, buscando respuestas que nunca había querido enfrentar.Hasta que una mañana, el pasado tocó a su puerta.Literalmente.Un golpe firme, tres veces. Luego silencio. Alexander abrió sin pensar, esperando al cartero o a un vecino perdido.Pero no era ninguno.—Hola, Alex.La voz era grave, envejecida por los años, pero inconfundible.—Tío Benjamín…⸻No lo había visto desde que tenía diez años. Benjamín era el hermano menor de su madre, un hombre qu
Luciana había aprendido a desconfiar del silencio. En su mundo, los vacíos estaban llenos de mensajes cifrados, y los nombres que nadie mencionaba solían ser los más peligrosos. Desde la reunión con Camila y la propuesta envenenada que había recibido, su instinto no la dejaba en paz. Sabía que había piezas que aún no encajaban.Y una de esas piezas era Julián Vega.Durante meses, había sido parte de la investigación en las sombras. Discreto, eficaz, conectado. Pero algo en él había empezado a inquietarla: su habilidad para acceder a información antes que nadie, sus evasivas cuando se mencionaba el nombre de Sebastián Cortez, y sobre todo, su insistencia en no aparecer nunca en los créditos ni en los agradecimientos.Una madrugada, después de releer el fragmento inédito del manuscrito de Elena que Camila le había mostrado, Luciana abrió su computadora y decidió investigar por su cuenta.⸻Comenzó con lo básico: antecedentes académicos de Julián, sus artículos publicados, colaboraciones
Luciana Ferrer se encontraba en una cafetería del centro de la ciudad, rodeada de manuscritos rechazados y una taza de café frío. La luz tenue del atardecer se filtraba por las ventanas, creando sombras que reflejaban su estado de ánimo. Había pasado los últimos años intentando sin éxito que alguna editorial aceptara sus novelas. La frustración y la duda comenzaban a pesarle. Mientras revisaba por enésima vez una carta de rechazo, su teléfono vibró sobre la mesa. Era un correo electrónico de una editorial reconocida. Con el corazón acelerado, abrió el mensaje. Estimada Srta. Ferrer, Hemos revisado su perfil y nos gustaría ofrecerle una oportunidad como asistente personal de uno de nuestros autores más destacados. Si está interesada, por favor, acuda a nuestra oficina mañana a las 10 a.m. Atentamente, Eleanor Graves La sorpresa la dejó sin palabras. Aunque no era la oferta que esperaba, podría ser la puerta que necesitaba para entrar en el mundo literario. Decidida, respondi
Luciana llegó temprano a la casa de Alexander Varnell al día siguiente, con una libreta en mano y su determinación más firme que nunca. La noche anterior había estado repasando cada entrevista, cada artículo y cada libro que Alexander había publicado en busca de entender su proceso creativo. Si iba a ser su asistente, necesitaba descubrir cómo funcionaba su mente.Cuando cruzó la entrada principal, se encontró con la asistenta doméstica, una mujer mayor de cabello entrecano llamada Margot, quien le dedicó una mirada de advertencia antes de hablar.—Si va a trabajar con él, ármese de paciencia. El señor Varnell no es fácil.Luciana esbozó una sonrisa que pretendía transmitir seguridad.—Gracias por el consejo, pero puedo manejarlo.Margot arqueó una ceja con escepticismo antes de señalar el estudio.—Ya la está esperando.Respiró hondo antes de entrar en la habitación que ahora se había convertido en su oficina temporal. Alexander estaba sentado en su escritorio, con una expresión de c
Luciana llegó a la casa de Alexander Varnell al día siguiente con una mezcla de determinación y un leve atisbo de ansiedad. Algo en su conversación anterior la había inquietado. “Una vez amé a alguien. Y me destruyó.” La confesión había sido rápida, casi un susurro en la brisa, pero el peso en su tono le dijo que esas palabras cargaban años de heridas.Sin embargo, no estaba allí para jugar a la psicóloga con un hombre que claramente se esforzaba en mantener a la gente fuera de su vida. Su único trabajo era ayudarlo a escribir. Nada más.Respiró hondo antes de cruzar la puerta y se encontró con Margot, la asistenta, quien la miró con algo que parecía ser una pizca de compasión.—Te ves diferente hoy —comentó Margot con una media sonrisa.—¿Diferente cómo? —preguntó Luciana, frunciendo el ceño.Margot se encogió de hombros.—Más… decidida. Como alguien que va directo a una batalla.Luciana dejó escapar una risa seca.—Lo tomaré como un cumplido.—Buena suerte con él —dijo Margot, y lue
El viento nocturno azotaba las ventanas de la casa de Alexander Varnell, y en su estudio, el silencio era tan denso como la tensión entre él y Luciana Ferrer. Había pasado una semana desde la última vez que Alexander había escrito algo, y aunque la escena que había plasmado en papel aún resonaba en la mente de Luciana, él no había vuelto a escribir una sola línea desde entonces.Pero hoy, algo cambiaría.Luciana entró al estudio sin esperar una invitación, encontrándolo nuevamente en su escritorio, pero esta vez con una botella de whisky a medio consumir junto a él.—¿Otra vez con esto? —dijo, cruzando los brazos.Alexander levantó la vista con su típica expresión de indiferencia.—¿Con qué?—Con la autodestrucción —respondió ella sin rodeos—. No escribir, beber antes del mediodía, aislarte del mundo como si estuvieras atrapado en una maldita tragedia griega.Alexander la miró fijamente, sus ojos fríos como el hielo.—Si no te gusta cómo manejo mi vida, la puerta está abierta.Luciana
El estudio estaba en silencio. Solo el sonido del tictac del viejo reloj de pared rompía la calma, marcando cada segundo como un recordatorio de todo lo que no se había dicho. Luciana Ferrer se mantenía de pie junto al escritorio, con la piel aún ardiendo donde Alexander Varnell la había tocado la noche anterior. No debía significar nada.Pero significaba.El problema era que no podía permitirse descifrar el motivo.—Margot me dijo que hoy te encontraste con un problema en la editorial —dijo finalmente, rompiendo el silencio.Alexander, que había estado observando la chimenea con una copa en la mano, ni siquiera giró la cabeza.—Margot habla demasiado.Luciana cruzó los brazos.—Te van a despedir si no entregas tu novela.—¿Y eso te preocupa?—Si no te importara, no estarías bebiendo antes del almuerzo.Alexander finalmente se giró para mirarla. Sus ojos azules eran como dagas de hielo.—Voy a escribirla.—¿Cuándo?—Cuando pueda.Luciana apretó los labios. Su paciencia tenía un límite