Un lamentable error, esa debía ser la causa por la que algún incompetente le había negado la entrada a Irum Klosse a las empresas Klosse, no había otra explicación.«Rodarán cabezas», eso mascullaba Irum esperando a que Alejandro le contestara la llamada. Dos minutos y nada.Llamó a Amaro Villablanca, su director comercial y actual CEO suplente.—¡Irum, qué sorpresa! ¿Cómo has estado?—Estoy afuera de la empresa y no puedo entrar. Soluciona esto de inmediato.—¿Estás aquí?—Es lo que dije. —Entiendo. ¿Alejandro no ha hablado contigo? —¿Qué tendría que decirme?... ¿Qué está pasando? —Él te lo explicará. Ve a casa y descansa —cortó la llamada.Se atrevió a cortarle.—Braulio, embiste la barrera y entra.—¿Está seguro, señor?Irum no sólo estaba seguro, estaba decidido y la creciente ira que lo embargaba iba radicalizado sus decisiones.—Hasta la última mota de polvo de este lugar es mía. Embiste esa barrera, que es mía también. Nadie me impedirá entrar.Braulio asintió. Encendió el m
—Podríamos irnos de paseo —le sugirió Irum a Libi entre su segunda y tercera alarma.Alejarse de la ciudad y los traidores que en ella pululaban lo ayudaría a aclarar sus pensamientos.—Es una buena idea —convino ella, todavía un poco adormilada.—Podríamos ir a Francia o a Italia, países con ciudades que destacan en el mundo del arte.—Sí, es una bue... ¡¿Qué?! ¡¿Francia o Italia?! —preguntó con los ojos bien abiertos.Se le había espantado todo el sueño de la sorpresa. —Si quieres ir a ambos no hay problema.—¡Pero eso no sería un paseo! Paseo es ir al parque o a la playa, algo que tome unas horas o a lo mucho un fin de semana, no ir a otro país.—Para mí sí lo es. Además, los países europeos son tan pequeños que una vez allá, ir a otro es como ir al parque o a la playa.—No puedo, Irum. Tengo clases y un trabajo.—Puedes decir que estás enferma. Buscaremos algún médico de ética cuestionable que nos extienda una licencia.Libi lo miró con horror. Con qué liviandad hablaba él de asu
Libi todavía no estaba lista cuando Irum pasó por ella. —¿De nuevo saliste más tarde del trabajo?—Mañana habrá una reunión importante y debía dejar todo listo —frente al espejo que había en la sala, Libi se maquillaba. Quería verse perfecta para conocer a la amiga de Irum.Imaginaba ella que en el exclusivo círculo social de alguien como él todas las mujeres debían ser hermosas y no quería desentonar. Era la tercera vez que se delineaba un ojo, disconforme con el resultado. Irum, parado tras ella, no le quitaba la vista de las piernas, ampliamente expuestas por el corto vestido. Un vestido bonito, para variar.—Tienes un moretón en el muslo derecho.Libi se miró brevemente y volvió a lo que hacía. —Choqué con unas cajas en la oficina, mejor me pongo pantalones.—No, así te ves bien y es pequeño, casi no se nota.En el brazo tenía otro, que la manga tres cuartos del vestido le cubría. Últimamente Iván la había enviado a mover cajas con archivos, reacomodar muebles, trabajo pesado q
De un manotazo, Irum mandó a volar todo lo que había sobre el escritorio de su despacho. Carpetas, documentos, el portátil, lápices, una escultura que era una réplica a escala de un ejército de guerreros de terracota, todo acabó en el suelo. Luego fue el turno del librero. Nada se mantendría de pie ante su ira, que se desbordaba como la lava ardiente de un volcán embravecido. Las puñaladas que arteramente le habían clavado los traidores por la espalda ahora le atravesaban el pecho.En sus intentos por prescindir de los servicios de Alejandro y contratar a un nuevo abogado, Irum había descubierto la atroz verdad que lo tenía echando espuma por la boca, el golpe final para terminar de destruirlo. —¿Esto fue lo que siempre quisiste? ¿Quedarte con todo lo que me pertenece? —le preguntó Irum.Alejandro no se había atrevido a ir, hablaban por teléfono, cosa que para Irum confirmaba su cobardía.—No es así, Irum.—¡Me quitaste toda facultad para decidir sobre mis bienes! Me lo quitaste tod
Irum miró la salchicha que sobresalía del pan que parecía duro y le entraron unas ganas terribles de llorar, al tiempo que unos hombres, a pocos metros de él, celebraba un gol en un partido de fútbol.Sin miramientos por su reciente trauma, Libi lo había llevado a un bar de mala muerte que se ubicaba cerca del campus. Aseguraba que vendían los mejores hot dogs de la ciudad y unos diplomas, de dudosa procedencia, que se exhibían en el muro tras la barra lo confirmaban. —Aquí sí que saben agasajar a los clientes —reconocía ella, feliz porque el mesero le había dado una porción extra de papas fritas, cortesía de la casa. —Jamás me habían excluido de ningún lugar o contexto, todo lo contrario —pudo por fin decir Irum.Prefería usar la boca para hablar que para probar la chatarra grasienta e insalubre con la que Libi se hartaba. Él estaba acostumbrado a que la gente le rindiera honores, le pusiera una alfombra roja o se tiraran ellos mismos al suelo en ausencia de una. Ni siquiera era c
Prisionera en el calabozo de la estación de policías por vandalismo y desorden público, Libi destinó su llamada a contactar a la única persona que podía ayudarla. —Volviste a beber —le reprochó Lucy.La decepción en sus ojos verdes habría hecho llorar a Libi de no haber estado tan ebria como para notarlo. —No bebí para lidiar con mis problemas, sólo para acompañar una buena comida. Además, lo que hice lo habría hecho con o sin alcohol en el cuerpo, el alcohol sólo hizo que lo disfrutara más.Lucy apoyó la cabeza contra los barrotes, cansada. Cuando por fin todo parecía ir bien con Libi, ella se encargaba de arruinarlo. Su amiga no podía ser feliz, no sabía ser feliz.—Ya no sé cómo ayudarte, Libi. Dime, qué tengo que hacer para ayudarte.—Podrías empezar diciéndole a algún oficial que necesito ir al baño. —¡Hablo en serio, mujer! Mira donde estás. Creí que todo iba en orden, que te estaba yendo bien en el trabajo y que seguías saliendo con el pez gordo. —Todo va en orden. Iván me
Libi miraba con mucha atención un cuadro que colgaba en el muro del restaurante al que la había llevado Irum a almorzar. Un lugar muy diferente del bar al que lo había llevado ella, tan corriente y poco refinado. Al menos la atención era mejor que en el restaurante vandalizado. —Esta vez tendremos un almuerzo como se debe. Nuestra meta será no acabar en la cárcel —dijo Irum y esperó que Libi riera. Ella seguía con la mirada perdida en el muro. Ni el apetitoso aroma de los filetes que les habían servido la había sacado de su trance reflexivo. Imaginó Irum que, como estudiante de arte, tendría frecuentemente esos momentos de apreciación artística en que se abstraía y volcaba su conciencia hacia sí misma. No se atrevió a interrumpirla.A pocos metros de ellos, una pareja no le sacaba a Irum los ojos de encima. «¡Sí, el poderoso Irum Klosse está en silla de ruedas, publíquenlo en el periódico!», eso quería decirles, pero se contuvo. La meta era no acabar en la cárcel.—¿Te gustó mucho
Introspectivo, como lo estaría una estatua cansada de ver el interminable correr de los días, Irum escuchaba cada palabra de Alejandro, que una vez más llegaba sin que lo llamara.Prometía el abogado perseguir penalmente a los agresores y conseguir sanciones ejemplificadoras, para que nadie volviera a patear en el suelo al poderoso hombre al que él había pateado primero.—¿Estarán en la cárcel? —preguntó Irum.—Son un montón de jóvenes idealistas, con más pasión que sentido común. Buscaré trabajo comunitario y me encargaré de que la ejecución reciba la misma atención mediática que el ataque.—¿Crees que es lo mejor?—Definitivamente. Eres la víctima y no podemos permitir que, en ánimos de buscar una revancha, te conviertas en el victimario.No, él no era la víctima.—Entonces lo dejaré en tus manos. Ganaste, ya no tengo energías para lidiar con esto, estoy cansado. Encárgate de todo.La expresión de Alejandro se iluminó y estuvo a punto de esbozar una sonrisa.—Esto es lo que he estad