XXXII Jaque mate, señor magnate I

La segunda alarma fue ignorada igual que la primera. Libi tenía tres y sus razones para levantarse ahora eran tan escasas como las flores en el desierto.

Y la flor a su lado tampoco ayudaba, sus manos parecían tentáculos. Era culpa del pijama acariciable.

Tercera alarma.

—No —se quejó Irum.

—Tengo clases... Y un examen.

Él la soltó por fin, el deber era el deber, eso era intransable por mucho que deseara tenerla en la cama hasta el mediodía.

—¿Por qué decidiste estudiar arte? Ser artista no es rentable a menos de que estés muerto.

—Gracias, Irum, eso es muy amable de tu parte.

La gran cama nueva, que había resultado ser magnífica, ocupaba demasiado espacio en la habitación. Apenas y podía abrir el clóset, eso la hizo reír.

—Hablo en serio.

—Lo sé, siempre lo haces y valoro tu sinceridad descarnada. No planeo hacerme rica pintando. Si me alcanza para vivir estaré más que satisfecha.

Irum rezongó. Sentado en la cama, con los brazos cruzados y expresión de no estar de acuerdo
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