XXXI Un regalo para dos

—¿Qué haces aquí a esta hora? ¿Por qué no te has ido? —preguntó Yolanda.

Libi seguía trabajando cuando todos los demás del piso se habían ido.

—Tengo algo de trabajo acumulado —explicó ella, omitiendo el pequeño detalle de que Iván le había dado trabajo extra.

—Déjalo para mañana. No puede ser tan urgente.

Libi negó, su poderoso sentido del deber podía más y no quería darle motivos a Iván para que siguiera fastidiándola. Deseaba conservar su trabajo, aunque se estuviera convirtiendo en un incordio.

—De acuerdo, pero intenta no irte a casa muy tarde.

Libi llegó a su casa cerca de las ocho, casi dos horas más tarde de lo habitual. Cansada y todo, subió peldaño a peldaño la escalera hasta su departamento en el quinto piso. Lo primero que hizo al entrar fue quitarse los zapatos. Luego tuvo que ponérselos de nuevo porque la llamaron de conserjería.

—Llegó un paquete para usted —le contó don José—. La próxima vez me gustaría que nos informara antes.

—Debe haber un error, yo no he compra
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