XLI A falta de palabras

Introspectivo, como lo estaría una estatua cansada de ver el interminable correr de los días, Irum escuchaba cada palabra de Alejandro, que una vez más llegaba sin que lo llamara.

Prometía el abogado perseguir penalmente a los agresores y conseguir sanciones ejemplificadoras, para que nadie volviera a patear en el suelo al poderoso hombre al que él había pateado primero.

—¿Estarán en la cárcel? —preguntó Irum.

—Son un montón de jóvenes idealistas, con más pasión que sentido común. Buscaré trabajo comunitario y me encargaré de que la ejecución reciba la misma atención mediática que el ataque.

—¿Crees que es lo mejor?

—Definitivamente. Eres la víctima y no podemos permitir que, en ánimos de buscar una revancha, te conviertas en el victimario.

No, él no era la víctima.

—Entonces lo dejaré en tus manos. Ganaste, ya no tengo energías para lidiar con esto, estoy cansado. Encárgate de todo.

La expresión de Alejandro se iluminó y estuvo a punto de esbozar una sonrisa.

—Esto es lo que he estad
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