XLVII Tú y tus demonios

María Conchita fue quien recibió a Libi y la guio hacia la terraza. Irum bebía un té, con su rostro más pálido de lo habitual protegido bajo un quitasol.

—¿Recordaste que tenías una conversación pendiente conmigo también?

Libi asintió y se sentó frente a él. No le quitaba la vista de los huesudos dedos con que cogía la taza.

—Me equivoqué al ir a visitar a Damien, ya no tengo nada pendiente con él.

—No estoy tan seguro. Siempre será un fantasma entre nosotros porque no lo has superado y francamente no estoy en condiciones de lidiar con algo así.

—Sólo quise darle la oportunidad de hablar, nada más, ya no siento nada por él. Y así como estuve dispuesta a escucharlo a él, vine para escucharte a ti, Irum.

—¿Y qué quieres que te diga? Ya fui lo suficientemente claro en que me hartaste. Tú y tus demonios me están matando lentamente.

Libi apretó los puños, no quería que su voz flaqueara. Debía permanecer allí sentada hasta que dijera todo lo que tenía que decir, no se guardaría nada.

—D
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