—¿Cuánto durará la cita? —¡Dios, K! Eso no se pregunta en las citas, cualquiera diría que te estoy obligando. Si no quieres ir, no hay problema, no quiero que te estés quejando toda la noche. —¡¿Toda la noche?! Lucy frenó el auto en el acto. Ni siquiera se habían alejado cincuenta metros de la casa de K. —Adelante, baja. No quiero que hagas algo que no quieres. —No es eso, Lucy. Es sólo que surgió algo y necesitaré desocuparme temprano.—¿Algo de tu trabajo de agente secreto? K rio y se abrochó el cinturón de seguridad. Ya no había vuelta atrás. —No eres un mafioso, ¿o sí? —cuestionó Lucy.—¿Eso te asustaría? —¿Bromeas? Eso haría que me mojara como si estuviéramos en una inundación. K volvió a reír, con algo de vergüenza. Más le valía ir acostumbrándose a que su novia era una deslenguada. —Entonces, ¿qué eres? Confiesa, ya estamos en confianza. —Soy un agente secreto, Lucy. Trabajo para una agencia internacional de inteligencia y no tengo miopía, las gafas son parte de mi d
En lo que debía ser una casual cena de una pareja de amigos, Lucy volvió a tomar la palabra. —El otro día me encontré con Rafael, volvió al país. Estaba muy entusiasmado por saber de ti, Libi.—¿Quién es Rafael? —Irum parecía muy interesado por saberlo y Lucy por contárselo.—Estudió en la facultad con nosotras y egresó el año pasado. Libi y él eran muy cercanos, pensé que acabarían siendo novios.Irum siguió comiendo como si nada, mientras Libi no sabía dónde meterse y mentalmente le decía a Lucy que se callara. K le decía lo mismo, pero era inmune a la telepatía del sentido común. —Éramos amigos, nada más —explicó Libi mirando a Irum, atenta a su reacción. Podría decirse que temerosa de ella.—Le dije que un día de estos saldríamos los tres a comer. ¿Te nos unes? —preguntó Lucy. Libi miró una vez más a Irum, como si la pregunta se la hubieran hecho a él o necesitara su permiso.Irum seguía comiendo.—No creo que sea buena idea —dijo finalmente Libi.—¿Por qué no? —cuestionó Irum—
Irum rompió el silencio, que había mantenido durante todo el viaje de regreso, en cuanto estuvieron solos en la habitación. Libi permaneció parada en el umbral, sin atreverse a avanzar más y lista para correr por el pasillo, esperando ver los frutos de lo que su mejor amiga había cosechado. Con amigas así no necesitaba enemigas.—¿Cuándo me invitarás de nuevo a salir con tu amiga? Para prepararme mentalmente.Irum se quitó el reloj. Revisó que funcionara bien y lo dejó en el velador. Todo olía a cerveza.—No creo que pronto, ella puede ser un poco intensa.—¿Intensa? Discúlpame por lo que diré, pero es una verdadera zorra. No perdió oportunidad para coquetearme. Y frente al monigote de su novio. ¿Qué es lo que pretendía? ¿Qué clase de mujer le coquetea al novio de su amiga? Si no dije nada fue para evitar un escándalo, pero me tenía harto —empezó a desabotonarse la camisa.Apoyada en el muro junto a la puerta, Libi veía hipnotizada el lento striptease de Irum.—Todo fue a propósito,
—¿Qué has dicho? —preguntó Libi. No creía lo que Irum acababa de decir.—Que no vas a salir de esta habitación y no vas a conocer a nadie.—¿Te avergüenzas de mí?Era la explicación más simple y obvia para ella. Pese a lo mucho que había avanzado su relación, al anillo de compromiso y a que podía decidir sobre las compras, Irum se avergonzaba de ella y la consideraba indigna de ser presentada a su padre. —No tengo tiempo para darte explicaciones ahora.—Nunca tienes tiempo para explicar nada.—Confía en mí, ¿de acuerdo?No tenía más opción. Irum fue con su padre y ella a la cocina. No iba a quedarse encerrada con lo hambrienta que estaba. Pepa seguía sin aparecer. No le agradaba del todo, pero fue a ver como seguía.—Estoy un poco mareada, nada más. Necesito descansar unos minutos —le dijo la mujer desde el interior de la habitación. Conchita volvió a la cocina. Se la quedó mirando unos instantes y siguió con sus labores. Libi agradeció que no le hubiera preguntado nada, estaba seg
Una característica propia de los Klosse, por lo que Libi estaba descubriendo, era que tenían eficientes métodos para averiguar lo que querían. Los intentos de Irum por evitar que ella y su padre se conocieran habían fracasado miserablemente. El hombre sabía de ella y había ido a buscarla a su casa.Todavía sorprendida lo invitó a pasar. El viaje en el ascensor se le hizo interminable y el espacio muy pequeño. Su imagen en el espejo le pareció espantosa y quiso morirse. El hombre iba impecable de pies a cabeza y ella con el cabello enmarañado y la ropa ajustada de entrenamiento. Esperaba no apestar a sudor y que él la hubiera olido.El hombre se sentó en el pequeño salón de Libi, mirándola con expresión indescifrable. Ella se disculpó un momento y regresó con ropa más decente, peinada y con un té que le ofreció.—No esperaba conocerlo tan pronto. Es un placer para mí.—Francamente yo no esperaba conocerte nunca. No sé qué le pasa a Irum últimamente, tal vez sean secuelas de su accident
Hasta el madero más fuerte y noble podía ser atacado por termitas y acabar destruido. Libi no era un madero, pero así se sentía, agujereada por todas partes, debilitada cuando más fuerte se sentía; vacía, hueca. Hizo la denuncia, reviviendo el horror cada vez que lo relataba. No fue difícil, ya había pasado y sólo le quedaba sanar. Lo difícil fue enfrentar a Irum luego de que Alejandro le contara lo ocurrido, ella no pudo. «Lo siento», le dijo Libi, como si ella hubiera provocado de algún modo tal infamia. «Yo lo siento», le respondió Irum, como si él fuera responsable de los actos de su padre. Nada más se dijeron. No fue un acuerdo, pero ambos lo decidieron por cuenta propia: nunca más hablarían de lo ocurrido. Durante la madrugada, Irum dejó la cama donde Libi dormía y fue a la sala de ejercicios donde tenía sus sesiones con Jack. De un armario que almacenaba implementos deportivos sacó dos muletas. Ayudándose con ellas se levantó de la silla y dio tres pasos antes que el do
Frente a los restos de pizza que se enfriaban en la mesa de centro, Lucy tecleaba en el sillón. Libi dibujaba acostada sobre la alfombra. —Llevo ocho páginas, el resto lo rellenamos con tus dibujos. —Los dibujos son para la presentación. ¿Qué tal me están quedando? Creo que estoy poseída por el espíritu de Joan Miró. —Que te posea Miguel Ángel y me haces un David de mi tamaño, pero mejor dotado. —Qué sacrilegio —murmuró Libi. Se llevó el lápiz a la boca, pensando qué más agregarle a su dibujo. Lucy se quedó mirándola, pensando qué más escribir. —He notado que llevas pantalones —comentó Lucy. —Son bonitos y tienen bolsillos grandes para guardar mi celular. —Ayer también llevabas pantalones. —Puede ser, ya no me acuerdo. —Últimamente sólo usabas vestidos y faldas. No me digas que el pez gordo te prohibió mostrar las piernas. —Irum no me prohíbe nada y harías bien en llamarlo por su nombre. —¿Qué clase de nombre es Irum? —¿Qué clase de nombre es K? —¿Quieres pelear, roja
Habían pasado dos horas desde que la noticia se difundiera por la prensa cuando Libi llegó a casa de Irum. Lo abrazó nada más verlo, conmovida hasta las lágrimas. —¿Por qué lloras, Libi? —quiso saber Irum. —Independiente de lo que haya hecho, él es tu padre. —Todo cae por su propio peso —repuso Irum, con una tranquilidad que enfriaba la sangre. Al Libi le pareció que era una expresión bastante desafortunada considerando lo ocurrido. ¿Era acaso un chiste de Irum? ¿Un chiste de esos que a nadie hacían reír? —¿Ya fuiste a verlo a la clínica? —No, ir ahora no tendría sentido, lo están interviniendo. Si sobrevive, iré mañana. Lo más probable era que estuviera en shock, por eso hablaba con tanta frialdad. Se distanciaba emocionalmente como estrategia para protegerse del dolor, eso pensaba Libi, que algo de psicología había aprendido yendo tanto a terapia. —¿Y qué ocurrió? ¿Cómo pasó esto? —Estaba ebrio, se acercó demasiado al balcón y cayó. Quedó vivo. Si es que a eso puede llam