—Calificación máxima. Somos unas genias, esto amerita una celebración.—No estoy para fiestas, Lucy.—Lo imaginé. ¿Cómo está Irum?Libi tardó bastante en responder. Imaginó Lucy el estado deplorable del hombre, un titán despojado de su fuerza, postrado en una silla de ruedas y ahora con un padre que podía morir en cualquier momento. Irum no le agradaba, pero empezaba a sentir lástima por él.—Está... tranquilo. Está más tranquilo que de costumbre. Dios, lo que voy a decir es horrible, pero a veces me da la impresión de que está hasta feliz. ¿Crees que sea porque está en shock?—No lo sé, Libi. Tú lo conoces más que yo. ¿Cómo se lleva con su padre?Libi recordaba claramente la expresión de Irum cuando el hombre llegó a visitarlo. Esa molestia no era porque la considerara indigna de presentársela, sino todo lo contrario. Recordaba también los gritos de Irum cuando Alejandro le contó lo ocurrido entre ella y su padre.«¡Es un animal!»«¡No tiene límites!»«¡Voy a matarlo!...»—Tenían sus
—¿Así que tienes un novio? No lo puedo creer. ¿Qué más pasó en mi ausencia? ¿Los comunistas se volvieron buenos? Lucy y Frank cenaban en el departamento del hombre. Nada extravagante, carne asada y papas fritas, que Lucy cogía con los dedos. Frank no era un hombre que necesitara aparentar frente a una mujer para cautivarla, era simple e iba directo al grano, aunque sí presumió sobre su vino francés, que le había dado el mismísimo presidente durante una visita de estado cuando era embajador.Frank tenía edad para ser el padre de Lucy, pero ciertamente no la veía como a una hija. —Es un chico de la universidad, bastante nerd y aburrido, que apenas tiene tiempo para mí. No creo que duremos mucho.—Pero se hicieron novios.—Fue sólo una excusa para llevármelo a la cama. Las carcajadas de Frank la hicieron reír también. Sonaba muy estúpido, debía admitirlo. —Creo que aquí hay un problema de inmadurez —concluyó él, bebiendo un sorbo de su vino. —Pues sí, además de nerd es inmaduro. Sup
Las lágrimas de Libi fluían con abundancia mientras Lucy le contaba lo productiva que había sido la cita con Frank. El más feliz debía ser K, pues hablando se les había ido la noche y su cabeza seguía intacta y sin cuernos.Libi también se sinceró con Lucy y, al terminar de charlar, Herbert Klosse tenía un enemigo más.—¡Ese perro infeliz! Qué suerte tiene de haberse caído, debería estar en la cárcel, pudriéndose por todo lo que ha hecho. Y yo que estaba triste por Irum, pero él tiene razones de sobra para estar feliz, por fin se libró del m4ldito.—No digas eso —le pidió Libi. —¡Es cierto! Ese hombre es una bestia sin escrúpulos. ¡Eres la novia de su hijo, por Dios! No lo respeta ni a él, ni debe de quererlo si lo dejó solo después de que la esposa muriera siendo apenas un niño. Me asquea, me enferma respirar el mismo aire que él.Incapaz de experimentar otro sentimiento que no fuera la tristeza, Libi seguía llorando. Había llorado tanto últimamente que estaba cansada. Necesitaba vo
El lado de la cama de Libi estaba frío cuando Irum se despertó. Ella no estaba en el baño, la sala, el comedor; no la vio deambulando por la terraza. La llamó y el teléfono sonó en el cajón del velador. La mujer vivía pegada al aparato y ahora salía sin él, m4ldijo entre gruñidos.—¿Saben dónde está Libi? —le preguntó a las sirvientas.Era su novia y debía preguntarle a otros por ella, se sintió como un imbécil.—La vi salir hace un rato, llevaba ropa deportiva —le dijo Conchita. Fastidiado, Irum regresó a la habitación. Ella llegó luego de media hora.—¿Dónde estabas?—Fui a trotar y encontré ese parque que dijiste. Es muy grande y tiene una laguna.—¿Por qué no me avisaste? Pude acompañarte en la silla. ¿Crees que soy un estorbo?—Es que te veías muy lindo dormido, no quise despertarte —dijo Libi, sin prestar mayor atención a sus reclamos. Se agachó frente a él para borrarle la mueca de disgusto con sus besos.El calor que emanaba de su cuerpo agitado hizo que Irum también se agita
Libi llevaba casi una hora despierta y ya se sentía agotada. Ahora que tendría a Irum todas las noches en la misma cama habría que dosificar sus andanzas nocturnas o no aguantaría. Si llegaba a quedarse dormida en clases por pasarse la noche follando sería el hazmerreír de Lucy y no dejaría de molestarla hasta graduarse de la universidad. Irum, en cambio, estaba como siempre, radiante, compuesto, atractivo hasta la médula. Tal vez un poco más serio.—¿Te ocurre algo, amor? —Había cabello tuyo en la ducha —reprochó él. Viviendo sola, Libi nunca tuvo que preocuparse por cosas como esas que para ella eran absolutamente normales, pero que a Irum podrían resultarle un verdadero incordio. La cotidianidad de la vida en pareja empezaba a sacar a flote sus diferencias y era cuando el amor debía prevalecer para mantenerlos juntos a pesar de sus manías y defectos. Hasta ahora ella lidiaba bastante bien con lo quisquilloso que era él. —Lo siento, después del desayuno lo limpiaré.—También hab
En la acera y bajo el letrero luminoso del bar, Libi se afirmaba de un hombre para no acabar en el suelo. Era Alfredo, asistente de Yolanda, un moreno alto y bien parecido que se había bebido tres margaritas, pero se mantenía lo suficientemente firme para ser un buen soporte. Le susurró algo al oído y Libi rio a carcajadas.El auto negro de Braulio se detuvo frente a la alegre pareja. El conductor bajó rápido, pero los gritos de Irum desde el asiento trasero les llegaron primero.—¡¿Qué crees que estás haciendo?! ¡Suéltala ahora mismo! —exigió con voz potente y enérgica.Libi dejó de reír.—¿Es tu novio? —le preguntó Alfredo.Libi asintió, temblorosa. Desde el auto, los ojos de Irum llameaban. Si pudiera caminar, ya se les habría lanzado encima para separarlos.—¡Libi, sube al auto ahora! —ordenó.Ella se tambaleó al dar un paso, Braulio la afirmó, pero Alfredo seguía sosteniéndole un brazo.—¿Estás segura de querer irte con él?La preocupación en el rostro de Alfredo trajo a ella los
Los seis pares de zapatos que Irum le había comprado a Libi tendrían que esperar al menos un mes para que ella los usara. Una bota ortopédica y una pantufla serían su calzado mientras le durara la licencia médica. Ella nunca tuvo tantos zapatos ni tan bonitos y ciertamente jamás se habría gastado en ellos lo que Irum, aunque tuviera dinero de sobra.A mediodía, Irum recibió los resultados de los exámenes médicos y fue a ver si Libi seguía dormida. Ella no estaba en la cama. No respetaba su descanso. No cuidaba de sí misma. No conocía sus límites.Los regaños que intentaba suavizar se le quedaron en la punta de la lengua. Silenciosa como un pensamiento que se fraguaba con esmero, ella pintaba en su taller. El peso de su cuerpo reposaba en el pie bueno y su mano derecha danzaba sobre el lienzo que cobraba vida a la luz de su fértil mente.Igual de silencioso, Irum la contempló con la devoción de un secreto admirador. La obra maravillosa no era la que ella creaba con su prodigioso ta
Ocho minutos tardaba Irum en la ducha cada mañana. Se vestía en tres y desayunaba en quince. Desde su pent-house llegaba a la empresa en diez y una vez en su oficina, el tiempo lo medía en horas. Horas en reuniones, horas frente al computador, horas planeando cómo acrecentar su fortuna.¿Invertía algo de tiempo en pensar cómo gastar el dinero que ganaba? No en las veinticuatro horas que duraba su día. El regreso al pent-house le tomaba más de diez minutos, pero menos de treinta. En casa leía veinte minutos, ni más ni menos, por muy interesante que estuviera la trama. Cenaba en treinta y cinco y luego iba junto a la chimenea puntualmente y cogía su teléfono durante ocho minutos. A veces Alejandro lo ponía al tanto de algún asunto importante, otras le contestaba a Ángel los mensajes que le enviaba, lo que alcanzara a hacer en ocho minutos.Dormía ocho horas y media y al despertar todo se volvía a repetir, así había sido, con pequeñas variaciones, por casi siete años, desde que llegara