LXI Un mal rato

En la acera y bajo el letrero luminoso del bar, Libi se afirmaba de un hombre para no acabar en el suelo. Era Alfredo, asistente de Yolanda, un moreno alto y bien parecido que se había bebido tres margaritas, pero se mantenía lo suficientemente firme para ser un buen soporte. Le susurró algo al oído y Libi rio a carcajadas.

El auto negro de Braulio se detuvo frente a la alegre pareja. El conductor bajó rápido, pero los gritos de Irum desde el asiento trasero les llegaron primero.

—¡¿Qué crees que estás haciendo?! ¡Suéltala ahora mismo! —exigió con voz potente y enérgica.

Libi dejó de reír.

—¿Es tu novio? —le preguntó Alfredo.

Libi asintió, temblorosa. Desde el auto, los ojos de Irum llameaban. Si pudiera caminar, ya se les habría lanzado encima para separarlos.

—¡Libi, sube al auto ahora! —ordenó.

Ella se tambaleó al dar un paso, Braulio la afirmó, pero Alfredo seguía sosteniéndole un brazo.

—¿Estás segura de querer irte con él?

La preocupación en el rostro de Alfredo trajo a ella los
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