Irum había dejado atrás su silla. Estaba de pie y ansioso por todo lo que le esperaba por delante en su camino junto a Libi, aunque ella no pareciera tener muchas ganas de caminar. —¿No me vas a brincar encima?Libi retrocedió ante su avance. Las piernas le flaquearon y cayó de sentón al suelo. Desde allí, Irum le pareció aterradoramente alto e imponente, un gigante que podía aplastarla como a una hormiga. —Vamos, levántate.La mano que él le tendió no era diferente de las garras de una bestia. Finalmente aceptó su ayuda, cautelosa.—No sabes las ganas que tenía de poder mirarte frente a frente, Libi. Libi lo miraba también, de arriba abajo, sus piernas tan largas, los hombros anchos. —Eres... tan alto.—Yo creo que es la altura perfecta. Debo inclinarme sólo un poco para besarte. Él se inclinó, pero los labios de Libi no lo recibieron.—¿Cómo?... ¿Cómo pudiste volver a caminar de un día para otro?—No ha sido de un día para otro, llevo semanas usando muletas cuando nadie me ve.
Libi inhaló profundamente antes de entrar al salón donde se llevaría a cabo la cena. Alejandro los recibió como anfitrión del evento y le dio detalles a Irum sobre los invitados. Desde el reluciente piso hasta los altos muros y el cielo decorado con detalles dorados, todo llamaba la atención de Libi. El lugar no distaba mucho del salón de un palacio de cuentos de hadas y ella estaba muy bien posicionada, parada en unos caros zapatos que le había dado Irum, con el elegante vestido que la había ayudado a escoger Lucy y las relucientes joyas que también le había dado él. Se veía distinguida y con clase, comprobó al mirar su reflejo en un ventanal. —Te ves magnífica —le susurró Irum al oído, haciéndola estremecerse. Todavía no se acostumbraba ella a tenerlo a esa altura. —¿Cuánto durará esta cena? —¿Ya te quieres ir? Apenas llegamos. Ella quería saber cuánto tendría que soportar estar disfrazada de mujer elegante, porque así se sentía, disfrazada, farsante y no le gustaban las m
Si no hubiera sido por el bastón, Irum habría acabado en el suelo. Tambaleándose regresó al salón y Libi cogió otro pisco sour. Se lo merecía por hacer feliz a su novio. Ahora los pensamientos empresariales se peleaban con los lujuriosos por ser el centro de atención. En cualquier momento tendría un cortocircuito cerebral. Como todo un profesional que se había curtido en el frío mundo de los negocios, Irum ocultó a la perfección su caos interno y lució en completo dominio de sí mismo. Era un empresario que deseaba devorar el mundo y no a la pelirroja coqueta que con disimulo había cogido otra copa. Las ganas de reprenderla crecían junto con las de quitarle el bonito vestido que llevaba. Tuvo que conformarse con rozarle con el pulgar la piel que quedaba al descubierto en la espalda, justo por encima de donde comenzaban sus cicatrices, ocultas bajo la tela verde. —Sin ánimos de iniciar una discusión, cariño, ¿sabes cuántas copas llevas? Ella lo miró de reojo y bebió otro sorbo.
En una espiral vertiginosa, los pensamientos de Libi, luego de congelarse, se arremolinaron. Aturdida, regresó al salón. "Por favor, sácame de aquí", le pidió a Lucy. La rubia, entre furiosa y consternada se la llevó, con la terrible sospecha de que tendría que volver para matar a alguien. Libi no fue capaz de decir palabra de camino a casa de Lucy, sus lágrimas silenciosas caían igual que entonces, con idéntico dolor en su corazón. Tanto había andado desde aquella fatídica noche para acabar llegando donde mismo, era una burla del destino. Ojalá y pudiera arrancarse el corazón para ya no volver a amar jamás. Aferrando una taza de té en la cama de la habitación de invitados, Libi logró mantener las manos quietas, no paraban de temblarle. Toda ella era un amasijo tembloroso de nervios crispados, cercenados sin piedad. —Ay Libi, ¿los viste besándose? —No, Lucy... Él... El amor de su vida, el hombre que la había hecho vivir de nuevo y con quien había construido una familia...
En aquellos grises días, cada vez que Libi visitaba a Irum en la clínica, se encontraba con Alejandro, ya fuera a su llegada o a la salida. «Qué empleado tan comprometido con su trabajo», pensaba ella. «Un trabajador modelo, leal y con una vocación de servicio envidiable». Patrañas. Ambos eran hermanos. —Pero el apellido de Alejandro es Hutt, ¿quién es el señor Hutt? Con la reveladora verdad, todo el sueño de Libi se había espantado. —Un incauto al que le cargaron un hijo que no era suyo. Un golpe en la puerta los sobresaltó. —Libi, ¿estás bien? —preguntó Lucy. Ya había pasado bastante desde que los dejara a solas y ni un grito había escuchado. Tanto silencio la angustiaba. —Sí —respondió escuetamente Libi. Al menos seguía viva. Lucy regresó a la sala y no pasaron ni cinco minutos y ellos aparecieron. Su ánimo cayó hasta el suelo al ver a Libi cogida del brazo del cabrón. —Nos vamos —dijo Libi—. Lamento las molestias, Lucy, con Irum tenemos mucho de qué hablar. Luego te
Lucy escuchó en silencio todo lo que Libi le contaba. Bebió un buen sorbo de café y por fin habló.—Surreal. No había otra palabra para calificar la telenovela en la que estaba metida su amiga. Ya desde su nacimiento y abandono todo pintaba para el drama, pero ahora exageraba. —Esa Ángel me supera, hasta yo tengo más escrúpulos. Meterse con el padre y los dos hijos, sólo le faltas tú, Libi. —No digas eso ni en broma. —Mira el lado positivo del asunto. Si terminas con Irum, ya sabes que su guapo hermano estará disponible para consolarte.Ni pizca de gracia le hacía aquello a Libi. —Es evidente que Irum lo quiere o no lo habría cuidado desde que supo que existía. Trabajan juntos y Alejandro es su principal apoyo en todo, pero no lo trata como a un hermano y se enfadó conmigo porque lo invité a almorzar.—Los hombres tienen una manera más tosca de demostrar sus sentimientos. Tal vez crea que, si lo acepta en su vida como algo más que un trabajador, traicionará la memoria de su madr
—Tu técnica es exquisita, esos trazos gruesos entremezclados con los finos y el uso que haces de la luz es sencillamente fascinante. Debería aprobarte por todo lo que queda del semestre, pero me perdería de ver tu próxima obra.Las piernas de Libi temblaban como gelatina cuando el maestro terminó de evaluarla. Una calificación no era más que un número, los halagos en cambio fortificaban su tambaleante seguridad y sellaban las fisuras de su amor propio. Si alguien a quien admiraba tenía palabras tan amables para ella, debía ser muy buena en lo que hacía. —Sterling, ¿qué es ese adefesio? —preguntó el maestro cuando fue el turno de Lucy. Ella quiso lanzarle el atril por la cabeza. —Todavía no termino, profesor. —Si yo fuera tú, empezaría de nuevo. Lanzarle el atril sería poco, las ganas de apuñalarlo con el pincel estaban por superarla. Fue la talentosa mano de Libi acariciándole la espalda lo que la salvó de acriminarse.—El bastardo tiene algo en mi contra, todo lo que hago le par
Irum apoyó ambas manos a los costados de Libi y gozó de observarla mientras la embestía sobre su pulcro escritorio. Había documentos repartidos por el suelo y el portalápices se acercaba cada vez más al borde. Ella se había asustado. El pánico la había invadido mientras Irum la llevaba por su propia senda en el recorrido que antes ella guiaba. Algo tan simple como estar debajo de él la dejaba a su merced y sólo la confianza y el amor que le profesaba la mantuvo en su lugar. No había dolor. No lo había en el corazón de Libi ni en el cuerpo de Irum. En el encuentro de ambos se aliviaban sus males y silenciaban los ruidos. No habían cicatrices. Las manos de Irum se despegaron de la madera y aferraron las muñecas de Libi. En sus ojos verdes, las pupilas se le contrajeron y su aliento se cortó. Por una milésima de segundo, Irum supo que tenía en las manos su corazón mismo y que podía mecerlo cálidamente o desintegrarlo. —Eres hermosa —le susurró antes de besarla. Ella volvió a respira