LXIX La sorpresa

En una tableta que había comprado recientemente, Libi veía las instrucciones de la receta que preparaba. Pepa y Conchita no estaban, Irum les había dado la tarde libre y tenía la cocina para ella sola y hacer y deshacer como le diera la gana. Cocinar en un lugar tan grande y bien equipado era un sueño.

—Necesito un rallador de queso.

¿Dónde habría algo así? Irum no tenía idea. Revisó en dos gabinetes de los más de veinte que había.

—¿No te sirve el queso rallado?

—Debe ser fresco.

Sobre un tapete y cerca de la puerta estaba Canela, mordisqueando un juguete. De vez en cuando miraba a Libi y a Irum y luego seguía en lo suyo tranquilamente.

Libi no encontró el rallador de Irum, pero sí el suyo. Todas sus cosas de cocina seguían apiladas en un mismo gabinete.

—Ahora hay que dejar cocinar por quince minutos. ¿Qué podríamos hacer en quince minutos?

Irum tenía algunas ideas y la invitó a su regazo para concretarlas. Se perdió en la suavidad de sus piernas y la libertad de acari
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