LXXII El mundo de Irum II

Si no hubiera sido por el bastón, Irum habría acabado en el suelo. Tambaleándose regresó al salón y Libi cogió otro pisco sour. Se lo merecía por hacer feliz a su novio. Ahora los pensamientos empresariales se peleaban con los lujuriosos por ser el centro de atención. En cualquier momento tendría un cortocircuito cerebral.

Como todo un profesional que se había curtido en el frío mundo de los negocios, Irum ocultó a la perfección su caos interno y lució en completo dominio de sí mismo. Era un empresario que deseaba devorar el mundo y no a la pelirroja coqueta que con disimulo había cogido otra copa.

Las ganas de reprenderla crecían junto con las de quitarle el bonito vestido que llevaba. Tuvo que conformarse con rozarle con el pulgar la piel que quedaba al descubierto en la espalda, justo por encima de donde comenzaban sus cicatrices, ocultas bajo la tela verde.

—Sin ánimos de iniciar una discusión, cariño, ¿sabes cuántas copas llevas?

Ella lo miró de reojo y bebió otro sorbo.

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