Lucy escuchó en silencio todo lo que Libi le contaba. Bebió un buen sorbo de café y por fin habló.—Surreal. No había otra palabra para calificar la telenovela en la que estaba metida su amiga. Ya desde su nacimiento y abandono todo pintaba para el drama, pero ahora exageraba. —Esa Ángel me supera, hasta yo tengo más escrúpulos. Meterse con el padre y los dos hijos, sólo le faltas tú, Libi. —No digas eso ni en broma. —Mira el lado positivo del asunto. Si terminas con Irum, ya sabes que su guapo hermano estará disponible para consolarte.Ni pizca de gracia le hacía aquello a Libi. —Es evidente que Irum lo quiere o no lo habría cuidado desde que supo que existía. Trabajan juntos y Alejandro es su principal apoyo en todo, pero no lo trata como a un hermano y se enfadó conmigo porque lo invité a almorzar.—Los hombres tienen una manera más tosca de demostrar sus sentimientos. Tal vez crea que, si lo acepta en su vida como algo más que un trabajador, traicionará la memoria de su madr
—Tu técnica es exquisita, esos trazos gruesos entremezclados con los finos y el uso que haces de la luz es sencillamente fascinante. Debería aprobarte por todo lo que queda del semestre, pero me perdería de ver tu próxima obra.Las piernas de Libi temblaban como gelatina cuando el maestro terminó de evaluarla. Una calificación no era más que un número, los halagos en cambio fortificaban su tambaleante seguridad y sellaban las fisuras de su amor propio. Si alguien a quien admiraba tenía palabras tan amables para ella, debía ser muy buena en lo que hacía. —Sterling, ¿qué es ese adefesio? —preguntó el maestro cuando fue el turno de Lucy. Ella quiso lanzarle el atril por la cabeza. —Todavía no termino, profesor. —Si yo fuera tú, empezaría de nuevo. Lanzarle el atril sería poco, las ganas de apuñalarlo con el pincel estaban por superarla. Fue la talentosa mano de Libi acariciándole la espalda lo que la salvó de acriminarse.—El bastardo tiene algo en mi contra, todo lo que hago le par
Irum apoyó ambas manos a los costados de Libi y gozó de observarla mientras la embestía sobre su pulcro escritorio. Había documentos repartidos por el suelo y el portalápices se acercaba cada vez más al borde. Ella se había asustado. El pánico la había invadido mientras Irum la llevaba por su propia senda en el recorrido que antes ella guiaba. Algo tan simple como estar debajo de él la dejaba a su merced y sólo la confianza y el amor que le profesaba la mantuvo en su lugar. No había dolor. No lo había en el corazón de Libi ni en el cuerpo de Irum. En el encuentro de ambos se aliviaban sus males y silenciaban los ruidos. No habían cicatrices. Las manos de Irum se despegaron de la madera y aferraron las muñecas de Libi. En sus ojos verdes, las pupilas se le contrajeron y su aliento se cortó. Por una milésima de segundo, Irum supo que tenía en las manos su corazón mismo y que podía mecerlo cálidamente o desintegrarlo. —Eres hermosa —le susurró antes de besarla. Ella volvió a respira
Lo primero en que reparó Irum fue en el atuendo casual de Alejandro. No llevaba traje, no hablarían de trabajo y sólo para eso ellos se reunían.—Más vale que sea algo importante, no me sobra el tiempo.Alejandro carraspeó y se acomodó las gafas.—Ángel fue a hablar conmigo. Me lo contó todo.Irum tomó asiento porque supuso que tardarían. Junto a la ventana y entre dos libreros había un sofá que olía al perfume de Libi. Ella iba allí a estudiar. —Esa mujer sólo sabe causar problemas.—¿Por qué no me contaste de su embarazo? El doloroso reproche de su abogado era intolerable y m4ldijo a la nefasta mujer. ¿En qué momento le había parecido buena idea salir con ella para fastidiar a Alejandro? Qué desastroso era haciendo bromas. —Consideré que era innecesario que lo supieras sin tener la certeza de la paternidad. Deberías agradecerme por querer ahorrarte un problema. —Yo tenía derecho a saberlo. Le diste dinero a Ángel para que se fuera y le prohibiste que me hablara.—Y la infeliz no
—¿Duele? —Arde. En la cama, Irum le aplicaba el ungüento a Libi. Era inevitable no sentirse responsable de lo ocurrido cuando eran sus asuntos los que la habían puesto en aquella situación. Al terminar le dio un beso en cada rodilla. —¿Has hablado con Alejandro? —No y tampoco quiero hablar de él. Libi no volvió a mencionarlo. Si algo había aprendido durante su relación con Irum era que el tiempo mejoraba todo. Ahora estaba enojado y cuando se enojaba, se cerraba y hablar con él era imposible. Alejandro tendría que esperar. Por la tarde, Lucy llegó a visitarla. —¿De verdad esto fue un accidente? Caídas, fracturas, golpes con puertas, todos los anteriores "accidentes" de Libi habían resultado ser palizas, era normal desconfiar. —No, Lucy. Irum me quemó, ¡claro que fue un accidente! No serviría para andar llevando bandejas, mis respetos para Pepa y Conchita. Lucy no pareció muy convencida, pero no insistió. —Y yo que venía para que celebráramos que ganaste el concurso. —
En menos de una semana Pepa se preparaba para ir a su segunda cita. —Dos minutos y el pavo estará listo, cortar y servir. Y preparé la ensalada con semillas de sésamo que Libi quería. —¿No te parece que esa falda está muy corta? —cuestionó Irum. Le llegaba a mitad del muslo y con las prominentes nalgas emujando la tela, más corta se le veía.—Qué descaro. Libi las usa más cortas y a ella no le reclamas. —No es lo mismo, ella empezó a usar faldas cuando ya estaba conmigo, no fueron una burda artimaña de seducción. ¿A qué clase de hombre vas a atraer exhibiéndote de ese modo?La llegada de Libi le ahorró a Pepa dar una explicación.—Libi, ¿le parece que me veo bien? —se dio una vuelta, enseñando todo lo que no debía enseñar y aumentando la irritación de Irum.—¡Estás bellísima, Pepa! Tienes unas piernas muy bonitas y largas. Qué te vaya muy bien en tu cita.Pepa le sonrió con autosuficiencia a Irum antes de retirarse. —Qué bien huele ese pavo. Empezaré a poner la mesa —Libi sacaba
—¿A dónde vas?La pregunta de Irum y el tono enérgico que usó dejó a Libi estática a pasos de la puerta. No había ido a dormir a la habitación ni había desayunado con ella y se aparecía de repente y gritando. —Quedé en ir a almorzar con Lucy, fui al despacho a decírtelo.—No estaba en el despacho. ¿Irás a contarle todo lo que ocurrió? ¿Esa mujer alcahueta no tiene nada mejor que hacer que entrometerse en nuestros asuntos?—Ni yo misma entiendo lo que está pasando, ¿qué podría contarle? Y no hables mal de ella.—¿O qué? ¿Qué pasará si hablo mal de tu amiguita? ¿Vas a irte igual que Josefa?—Yo no he hecho nada, no es justo que te desquites conmigo. Regresaré más tarde. Espero que se te haya pasado el enojo para entonces. Libi se fue, sin tener la menor consideración con él. Y comería fuera, mientras él se había quedado sin Josefa para que le cocinara. Las mujeres eran bestias insensibles.En el suelo, Canela, la incondicional, se frotaba contra su pierna. Irum se agachó y la cogió en
Muy temprano Irum había ido a su cita con su médico de cabecera. —Este frasco de píldoras debía durarte dos meses, pero te lo acabaste en menos de uno —le reclamaba el profesional. —El efecto analgésico resultó no ser tan prolongado como usted aseguró. Tuve que tomar más de una al día porque el dolor se vuelve insoportable. Necesito que me extienda una receta para tres o cuatro frascos, así no tendré que venir tan pronto.—Imposible. No puedo dejar pasar tu aparente potencial para volverte adicto. Es un riesgo que no consideré dado tu impecable historial. —¡Exacto! ¡Impecable! Ni siquiera he fumado cigarrillos. No me tomo estas píldoras por placer, lo hago porque me duele la jodida pierna. ¿Puede entender eso? —Lo entiendo. Te recetaré un frasco y tendrá que durarte un mes. No dejes las sesiones de kinesiología y te recomiendo que pruebes también con acupuntura. Evaluaremos tu pierna para ver qué más se puede hacer. —¡Acupuntura! —reía Irum en el auto, luego de tomarse cuatro píl