LXXIV El abogado
En aquellos grises días, cada vez que Libi visitaba a Irum en la clínica, se encontraba con Alejandro, ya fuera a su llegada o a la salida. «Qué empleado tan comprometido con su trabajo», pensaba ella. «Un trabajador modelo, leal y con una vocación de servicio envidiable».

Patrañas. Ambos eran hermanos.

—Pero el apellido de Alejandro es Hutt, ¿quién es el señor Hutt?

Con la reveladora verdad, todo el sueño de Libi se había espantado.

—Un incauto al que le cargaron un hijo que no era suyo.

Un golpe en la puerta los sobresaltó.

—Libi, ¿estás bien? —preguntó Lucy.

Ya había pasado bastante desde que los dejara a solas y ni un grito había escuchado. Tanto silencio la angustiaba.

—Sí —respondió escuetamente Libi.

Al menos seguía viva.

Lucy regresó a la sala y no pasaron ni cinco minutos y ellos aparecieron. Su ánimo cayó hasta el suelo al ver a Libi cogida del brazo del cabrón.

—Nos vamos —dijo Libi—. Lamento las molestias, Lucy, con Irum tenemos mucho de qué hablar. Luego te
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