LXX Una nueva etapa

Irum había dejado atrás su silla. Estaba de pie y ansioso por todo lo que le esperaba por delante en su camino junto a Libi, aunque ella no pareciera tener muchas ganas de caminar.

—¿No me vas a brincar encima?

Libi retrocedió ante su avance. Las piernas le flaquearon y cayó de sentón al suelo. Desde allí, Irum le pareció aterradoramente alto e imponente, un gigante que podía aplastarla como a una hormiga.

—Vamos, levántate.

La mano que él le tendió no era diferente de las garras de una bestia. Finalmente aceptó su ayuda, cautelosa.

—No sabes las ganas que tenía de poder mirarte frente a frente, Libi.

Libi lo miraba también, de arriba abajo, sus piernas tan largas, los hombros anchos.

—Eres... tan alto.

—Yo creo que es la altura perfecta. Debo inclinarme sólo un poco para besarte.

Él se inclinó, pero los labios de Libi no lo recibieron.

—¿Cómo?... ¿Cómo pudiste volver a caminar de un día para otro?

—No ha sido de un día para otro, llevo semanas usando muletas cuando nadie me ve.
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