—¿Estás segura de tu decisión? —preguntó Irum, con la calma que mantenía en las reuniones más espinosas. El autocontrol era la máxima muestra de poder, no los gritos o la violencia, como muchos pensaban. Las guerras se ganaban entre cuatro paredes, no en el campo de batalla. —Completamente —dijo Libi, con convicción. No había sido sencillo decirle a Irum que no, pero lo había logrado.Nada sabía ella de guerras o estrategias, sólo iba con la verdad y la bondad de su corazón por delante, esas eran sus armas. —Piénsalo mejor —insistió Irum. La invitaba a recapacitar y replantear sus movimientos, a rendirse antes de ejecutar otro «ataque» en su contra. —Si no trabajo, no tendré dinero para comprarle sus cosas al perro.Esa era una ofensiva tan débil que casi le dio risa. Libi necesitaba unas lecciones intensivas de argumentación. —Las comprarás con el dinero que yo te dé. Libi, tengo tanto dinero y nadie con quien gastarlo más que contigo. Incluso lo gasté con la sirvienta, por Dios
Lucy no necesitó preguntar qué había hecho Klosse para convencer a Libi, le bastó ver su felicidad mientras cargaba a los cachorros que estaban en adopción. —Casi me dio un infarto al ver el dinero que Irum me depositó para comprar un perro. La cifra sorprendió hasta a Lucy. Con ese dinero Libi se podía comprar a todos los perros de la ciudad. Los recursos le sobraban para manipularla.—Klosse te tiene en sus manos. —He decidido confiar en él y él también confía en mí, ya devolvió el alcohol del bar que había escondido cuando llegué. —Pareces tenerlo todo bajo control. —Así es, nos comunicamos bien. Son todos los perritos tan lindos, no sé a cuál escoger.—Éste se ve perfecto, tiene una mirada pícara que augura muchas travesuras divertidas —Lucy señalaba a un cachorro que le jalaba la cola a otro.—Irum quiere uno que no haga travesuras. Tiene que saber comportarse.—Qué aburrido. Debería conseguir un pez, no un perro. —De seguro no se le ocurrió —Libi cogió al perrito que le ja
Irum y Alejandro estaban reunidos en el despacho. —No puedo creer que hayas conseguido tantos inversores. Y tan sobresalientes. —Es una mezcla de dos factores: todo el mundo quiere limpiar su imagen y por otro lado trabajar contigo. Es éxito asegurado. —Con las «ganancias» culturales. —Construirás un mundo mejor para las nuevas generaciones —aseguró Alejandro. Sus ojos se desviaron a las piernas de Irum, donde reposaba un perro minúsculo y encantador. A veces Irum lo acariciaba, como por reflejo. Le amasaba la cabeza mientras revisaba atentamente los documentos. —Te traje los planos de la primera fase. Si apruebas todo, la construcción daría inicio en unas tres semanas. Tendrías que ir a instalar la primera piedra en la ceremonia de inicio de obras. —Como si necesitaras mi aprobación. Mi firma no es más que un mero adorno en «tu» proyecto. Canela se despertó y empezó a llorar, mirando a Irum con desesperación. No pasó ni un minuto y Libi fue a buscarla. Era la hora de su lec
Aquellos eran los mejores días de Irum. El joven talento que llegaba a renovar el tradicional mundo de los negocios con su política, para algunos despiadada, de tomar decisiones sin remordimientos era el centro de atención en el evento empresarial. Importaban los resultados y los de Irum eran los mejores.Con un apellido de renombre y tradición, había destacado desde el comienzo por trazar su propio camino, lo más lejos posible de la sombra de su padre. Su padre padecía de una «cabeza caliente» y cualquier éxito se difuminaba a la luz de su vida licenciosa y desenfrenada. Irum tenía una moral intachable y todos querían codearse con él.—Ese es John Edwards, vicepresidente de la cámara de comercio —le susurró Alejandro con disimulo.—John, que gusto verlo esta noche —dijo Irum al estrecharle la mano.—El gusto es mío. Apreciaría que pudiéramos reunirnos un día de estos.—Mi asistente lo contactará tan pronto como sea posible —aseguró Irum.A su día le faltaban horas para reunirse con t
En una tableta que había comprado recientemente, Libi veía las instrucciones de la receta que preparaba. Pepa y Conchita no estaban, Irum les había dado la tarde libre y tenía la cocina para ella sola y hacer y deshacer como le diera la gana. Cocinar en un lugar tan grande y bien equipado era un sueño. —Necesito un rallador de queso. ¿Dónde habría algo así? Irum no tenía idea. Revisó en dos gabinetes de los más de veinte que había. —¿No te sirve el queso rallado? —Debe ser fresco. Sobre un tapete y cerca de la puerta estaba Canela, mordisqueando un juguete. De vez en cuando miraba a Libi y a Irum y luego seguía en lo suyo tranquilamente. Libi no encontró el rallador de Irum, pero sí el suyo. Todas sus cosas de cocina seguían apiladas en un mismo gabinete. —Ahora hay que dejar cocinar por quince minutos. ¿Qué podríamos hacer en quince minutos? Irum tenía algunas ideas y la invitó a su regazo para concretarlas. Se perdió en la suavidad de sus piernas y la libertad de acari
Irum había dejado atrás su silla. Estaba de pie y ansioso por todo lo que le esperaba por delante en su camino junto a Libi, aunque ella no pareciera tener muchas ganas de caminar. —¿No me vas a brincar encima?Libi retrocedió ante su avance. Las piernas le flaquearon y cayó de sentón al suelo. Desde allí, Irum le pareció aterradoramente alto e imponente, un gigante que podía aplastarla como a una hormiga. —Vamos, levántate.La mano que él le tendió no era diferente de las garras de una bestia. Finalmente aceptó su ayuda, cautelosa.—No sabes las ganas que tenía de poder mirarte frente a frente, Libi. Libi lo miraba también, de arriba abajo, sus piernas tan largas, los hombros anchos. —Eres... tan alto.—Yo creo que es la altura perfecta. Debo inclinarme sólo un poco para besarte. Él se inclinó, pero los labios de Libi no lo recibieron.—¿Cómo?... ¿Cómo pudiste volver a caminar de un día para otro?—No ha sido de un día para otro, llevo semanas usando muletas cuando nadie me ve.
Libi inhaló profundamente antes de entrar al salón donde se llevaría a cabo la cena. Alejandro los recibió como anfitrión del evento y le dio detalles a Irum sobre los invitados. Desde el reluciente piso hasta los altos muros y el cielo decorado con detalles dorados, todo llamaba la atención de Libi. El lugar no distaba mucho del salón de un palacio de cuentos de hadas y ella estaba muy bien posicionada, parada en unos caros zapatos que le había dado Irum, con el elegante vestido que la había ayudado a escoger Lucy y las relucientes joyas que también le había dado él. Se veía distinguida y con clase, comprobó al mirar su reflejo en un ventanal. —Te ves magnífica —le susurró Irum al oído, haciéndola estremecerse. Todavía no se acostumbraba ella a tenerlo a esa altura. —¿Cuánto durará esta cena? —¿Ya te quieres ir? Apenas llegamos. Ella quería saber cuánto tendría que soportar estar disfrazada de mujer elegante, porque así se sentía, disfrazada, farsante y no le gustaban las m
Si no hubiera sido por el bastón, Irum habría acabado en el suelo. Tambaleándose regresó al salón y Libi cogió otro pisco sour. Se lo merecía por hacer feliz a su novio. Ahora los pensamientos empresariales se peleaban con los lujuriosos por ser el centro de atención. En cualquier momento tendría un cortocircuito cerebral. Como todo un profesional que se había curtido en el frío mundo de los negocios, Irum ocultó a la perfección su caos interno y lució en completo dominio de sí mismo. Era un empresario que deseaba devorar el mundo y no a la pelirroja coqueta que con disimulo había cogido otra copa. Las ganas de reprenderla crecían junto con las de quitarle el bonito vestido que llevaba. Tuvo que conformarse con rozarle con el pulgar la piel que quedaba al descubierto en la espalda, justo por encima de donde comenzaban sus cicatrices, ocultas bajo la tela verde. —Sin ánimos de iniciar una discusión, cariño, ¿sabes cuántas copas llevas? Ella lo miró de reojo y bebió otro sorbo.