Ocho minutos tardaba Irum en la ducha cada mañana. Se vestía en tres y desayunaba en quince. Desde su pent-house llegaba a la empresa en diez y una vez en su oficina, el tiempo lo medía en horas. Horas en reuniones, horas frente al computador, horas planeando cómo acrecentar su fortuna.¿Invertía algo de tiempo en pensar cómo gastar el dinero que ganaba? No en las veinticuatro horas que duraba su día. El regreso al pent-house le tomaba más de diez minutos, pero menos de treinta. En casa leía veinte minutos, ni más ni menos, por muy interesante que estuviera la trama. Cenaba en treinta y cinco y luego iba junto a la chimenea puntualmente y cogía su teléfono durante ocho minutos. A veces Alejandro lo ponía al tanto de algún asunto importante, otras le contestaba a Ángel los mensajes que le enviaba, lo que alcanzara a hacer en ocho minutos.Dormía ocho horas y media y al despertar todo se volvía a repetir, así había sido, con pequeñas variaciones, por casi siete años, desde que llegara
Libi miraba las brillantes botellas que contenían los líquidos de colores. Como estudiante de artes, ella apreciaba la belleza cromática en todo cuanto veía y eso incluía el bien provisto bar en casa de Lucy. —¿Y qué se supone que estamos celebrando? —Mi soltería —informó Lucy. Le entregó una jarra de cerveza. Por instantes, el espectáculo de burbujas en el dorado espacio captó toda la atención de Libi. Sólo fueron ella y su jarra. —¿Y qué pasó? —Me harté de K. Tan inocente que parecía. ¿Puedes creer que lo vi en un bar con otra mujer? —No me lo creo —exclamó Libi. Su jarra de cerveza era de cerveza sin alcohol. ¿Había algo más triste que el alcohol sin alcohol? —Era una tipa alta y preciosa, una amazona negra escultural, parecía una diosa africana. De sólo imaginarlos juntos se me revuelve el estómago, esa mujer va a matarlo si es que la deja tocarlo. —¿Tú también piensas que soy alcohólica? —¿Qué tiene que ver eso con que K tenga una amante? —Me diste cerveza
—¿Estás segura de tu decisión? —preguntó Irum, con la calma que mantenía en las reuniones más espinosas. El autocontrol era la máxima muestra de poder, no los gritos o la violencia, como muchos pensaban. Las guerras se ganaban entre cuatro paredes, no en el campo de batalla. —Completamente —dijo Libi, con convicción. No había sido sencillo decirle a Irum que no, pero lo había logrado.Nada sabía ella de guerras o estrategias, sólo iba con la verdad y la bondad de su corazón por delante, esas eran sus armas. —Piénsalo mejor —insistió Irum. La invitaba a recapacitar y replantear sus movimientos, a rendirse antes de ejecutar otro «ataque» en su contra. —Si no trabajo, no tendré dinero para comprarle sus cosas al perro.Esa era una ofensiva tan débil que casi le dio risa. Libi necesitaba unas lecciones intensivas de argumentación. —Las comprarás con el dinero que yo te dé. Libi, tengo tanto dinero y nadie con quien gastarlo más que contigo. Incluso lo gasté con la sirvienta, por Dios
Lucy no necesitó preguntar qué había hecho Klosse para convencer a Libi, le bastó ver su felicidad mientras cargaba a los cachorros que estaban en adopción. —Casi me dio un infarto al ver el dinero que Irum me depositó para comprar un perro. La cifra sorprendió hasta a Lucy. Con ese dinero Libi se podía comprar a todos los perros de la ciudad. Los recursos le sobraban para manipularla.—Klosse te tiene en sus manos. —He decidido confiar en él y él también confía en mí, ya devolvió el alcohol del bar que había escondido cuando llegué. —Pareces tenerlo todo bajo control. —Así es, nos comunicamos bien. Son todos los perritos tan lindos, no sé a cuál escoger.—Éste se ve perfecto, tiene una mirada pícara que augura muchas travesuras divertidas —Lucy señalaba a un cachorro que le jalaba la cola a otro.—Irum quiere uno que no haga travesuras. Tiene que saber comportarse.—Qué aburrido. Debería conseguir un pez, no un perro. —De seguro no se le ocurrió —Libi cogió al perrito que le ja
Irum y Alejandro estaban reunidos en el despacho. —No puedo creer que hayas conseguido tantos inversores. Y tan sobresalientes. —Es una mezcla de dos factores: todo el mundo quiere limpiar su imagen y por otro lado trabajar contigo. Es éxito asegurado. —Con las «ganancias» culturales. —Construirás un mundo mejor para las nuevas generaciones —aseguró Alejandro. Sus ojos se desviaron a las piernas de Irum, donde reposaba un perro minúsculo y encantador. A veces Irum lo acariciaba, como por reflejo. Le amasaba la cabeza mientras revisaba atentamente los documentos. —Te traje los planos de la primera fase. Si apruebas todo, la construcción daría inicio en unas tres semanas. Tendrías que ir a instalar la primera piedra en la ceremonia de inicio de obras. —Como si necesitaras mi aprobación. Mi firma no es más que un mero adorno en «tu» proyecto. Canela se despertó y empezó a llorar, mirando a Irum con desesperación. No pasó ni un minuto y Libi fue a buscarla. Era la hora de su lec
Aquellos eran los mejores días de Irum. El joven talento que llegaba a renovar el tradicional mundo de los negocios con su política, para algunos despiadada, de tomar decisiones sin remordimientos era el centro de atención en el evento empresarial. Importaban los resultados y los de Irum eran los mejores.Con un apellido de renombre y tradición, había destacado desde el comienzo por trazar su propio camino, lo más lejos posible de la sombra de su padre. Su padre padecía de una «cabeza caliente» y cualquier éxito se difuminaba a la luz de su vida licenciosa y desenfrenada. Irum tenía una moral intachable y todos querían codearse con él.—Ese es John Edwards, vicepresidente de la cámara de comercio —le susurró Alejandro con disimulo.—John, que gusto verlo esta noche —dijo Irum al estrecharle la mano.—El gusto es mío. Apreciaría que pudiéramos reunirnos un día de estos.—Mi asistente lo contactará tan pronto como sea posible —aseguró Irum.A su día le faltaban horas para reunirse con t
En una tableta que había comprado recientemente, Libi veía las instrucciones de la receta que preparaba. Pepa y Conchita no estaban, Irum les había dado la tarde libre y tenía la cocina para ella sola y hacer y deshacer como le diera la gana. Cocinar en un lugar tan grande y bien equipado era un sueño. —Necesito un rallador de queso. ¿Dónde habría algo así? Irum no tenía idea. Revisó en dos gabinetes de los más de veinte que había. —¿No te sirve el queso rallado? —Debe ser fresco. Sobre un tapete y cerca de la puerta estaba Canela, mordisqueando un juguete. De vez en cuando miraba a Libi y a Irum y luego seguía en lo suyo tranquilamente. Libi no encontró el rallador de Irum, pero sí el suyo. Todas sus cosas de cocina seguían apiladas en un mismo gabinete. —Ahora hay que dejar cocinar por quince minutos. ¿Qué podríamos hacer en quince minutos? Irum tenía algunas ideas y la invitó a su regazo para concretarlas. Se perdió en la suavidad de sus piernas y la libertad de acari
Irum había dejado atrás su silla. Estaba de pie y ansioso por todo lo que le esperaba por delante en su camino junto a Libi, aunque ella no pareciera tener muchas ganas de caminar. —¿No me vas a brincar encima?Libi retrocedió ante su avance. Las piernas le flaquearon y cayó de sentón al suelo. Desde allí, Irum le pareció aterradoramente alto e imponente, un gigante que podía aplastarla como a una hormiga. —Vamos, levántate.La mano que él le tendió no era diferente de las garras de una bestia. Finalmente aceptó su ayuda, cautelosa.—No sabes las ganas que tenía de poder mirarte frente a frente, Libi. Libi lo miraba también, de arriba abajo, sus piernas tan largas, los hombros anchos. —Eres... tan alto.—Yo creo que es la altura perfecta. Debo inclinarme sólo un poco para besarte. Él se inclinó, pero los labios de Libi no lo recibieron.—¿Cómo?... ¿Cómo pudiste volver a caminar de un día para otro?—No ha sido de un día para otro, llevo semanas usando muletas cuando nadie me ve.