Lucy, convertida en una fiera iracunda, se abalanzó sobre Irum en pos de despedazarlo. —¡Hijo de perro, infeliz!Las puntas de sus dedos alcanzaron a rozarle la mejilla en un intento de bofetada.—¡No, Lucy! —Libi la sostuvo y empezaron un forcejeo. —¡Suéltame, que lo mato!—¡Él no hizo nada! —¡No lo defiendas! —exigió Lucy—. ¡No te atrevas a defenderlo! —estiró un brazo por entre los de Libi y jaló del cabello de Irum hasta hacerlo gritar.—¡Suficiente! —exclamó Irum—. Yo no la he tocado. Pregúntale a quién fue a visitar a la cárcel.Lucy dejó de luchar.—Ya me harté de todo esto, devuélveme el teléfono —exigió Irum.Libi le devolvió el aparato que le había quitado y él se marchó. Su partida no trajo consigo al silencio.—Dime que no fuiste a ver al infeliz de Damien. ¡Dime que no fue él quien te pegó! —gritó Lucy.—Él me llamó.Los gruñidos de Lucy fueron los de una bestia furiosa y le dio al sillón las patadas necesarias para desahogarse. —¡¿Por qué?! Es que de verdad no te ent
María Conchita fue quien recibió a Libi y la guio hacia la terraza. Irum bebía un té, con su rostro más pálido de lo habitual protegido bajo un quitasol. —¿Recordaste que tenías una conversación pendiente conmigo también?Libi asintió y se sentó frente a él. No le quitaba la vista de los huesudos dedos con que cogía la taza.—Me equivoqué al ir a visitar a Damien, ya no tengo nada pendiente con él.—No estoy tan seguro. Siempre será un fantasma entre nosotros porque no lo has superado y francamente no estoy en condiciones de lidiar con algo así.—Sólo quise darle la oportunidad de hablar, nada más, ya no siento nada por él. Y así como estuve dispuesta a escucharlo a él, vine para escucharte a ti, Irum. —¿Y qué quieres que te diga? Ya fui lo suficientemente claro en que me hartaste. Tú y tus demonios me están matando lentamente. Libi apretó los puños, no quería que su voz flaqueara. Debía permanecer allí sentada hasta que dijera todo lo que tenía que decir, no se guardaría nada. —D
—¿Cuánto durará la cita? —¡Dios, K! Eso no se pregunta en las citas, cualquiera diría que te estoy obligando. Si no quieres ir, no hay problema, no quiero que te estés quejando toda la noche. —¡¿Toda la noche?! Lucy frenó el auto en el acto. Ni siquiera se habían alejado cincuenta metros de la casa de K. —Adelante, baja. No quiero que hagas algo que no quieres. —No es eso, Lucy. Es sólo que surgió algo y necesitaré desocuparme temprano.—¿Algo de tu trabajo de agente secreto? K rio y se abrochó el cinturón de seguridad. Ya no había vuelta atrás. —No eres un mafioso, ¿o sí? —cuestionó Lucy.—¿Eso te asustaría? —¿Bromeas? Eso haría que me mojara como si estuviéramos en una inundación. K volvió a reír, con algo de vergüenza. Más le valía ir acostumbrándose a que su novia era una deslenguada. —Entonces, ¿qué eres? Confiesa, ya estamos en confianza. —Soy un agente secreto, Lucy. Trabajo para una agencia internacional de inteligencia y no tengo miopía, las gafas son parte de mi d
En lo que debía ser una casual cena de una pareja de amigos, Lucy volvió a tomar la palabra. —El otro día me encontré con Rafael, volvió al país. Estaba muy entusiasmado por saber de ti, Libi.—¿Quién es Rafael? —Irum parecía muy interesado por saberlo y Lucy por contárselo.—Estudió en la facultad con nosotras y egresó el año pasado. Libi y él eran muy cercanos, pensé que acabarían siendo novios.Irum siguió comiendo como si nada, mientras Libi no sabía dónde meterse y mentalmente le decía a Lucy que se callara. K le decía lo mismo, pero era inmune a la telepatía del sentido común. —Éramos amigos, nada más —explicó Libi mirando a Irum, atenta a su reacción. Podría decirse que temerosa de ella.—Le dije que un día de estos saldríamos los tres a comer. ¿Te nos unes? —preguntó Lucy. Libi miró una vez más a Irum, como si la pregunta se la hubieran hecho a él o necesitara su permiso.Irum seguía comiendo.—No creo que sea buena idea —dijo finalmente Libi.—¿Por qué no? —cuestionó Irum—
Irum rompió el silencio, que había mantenido durante todo el viaje de regreso, en cuanto estuvieron solos en la habitación. Libi permaneció parada en el umbral, sin atreverse a avanzar más y lista para correr por el pasillo, esperando ver los frutos de lo que su mejor amiga había cosechado. Con amigas así no necesitaba enemigas.—¿Cuándo me invitarás de nuevo a salir con tu amiga? Para prepararme mentalmente.Irum se quitó el reloj. Revisó que funcionara bien y lo dejó en el velador. Todo olía a cerveza.—No creo que pronto, ella puede ser un poco intensa.—¿Intensa? Discúlpame por lo que diré, pero es una verdadera zorra. No perdió oportunidad para coquetearme. Y frente al monigote de su novio. ¿Qué es lo que pretendía? ¿Qué clase de mujer le coquetea al novio de su amiga? Si no dije nada fue para evitar un escándalo, pero me tenía harto —empezó a desabotonarse la camisa.Apoyada en el muro junto a la puerta, Libi veía hipnotizada el lento striptease de Irum.—Todo fue a propósito,
—¿Qué has dicho? —preguntó Libi. No creía lo que Irum acababa de decir.—Que no vas a salir de esta habitación y no vas a conocer a nadie.—¿Te avergüenzas de mí?Era la explicación más simple y obvia para ella. Pese a lo mucho que había avanzado su relación, al anillo de compromiso y a que podía decidir sobre las compras, Irum se avergonzaba de ella y la consideraba indigna de ser presentada a su padre. —No tengo tiempo para darte explicaciones ahora.—Nunca tienes tiempo para explicar nada.—Confía en mí, ¿de acuerdo?No tenía más opción. Irum fue con su padre y ella a la cocina. No iba a quedarse encerrada con lo hambrienta que estaba. Pepa seguía sin aparecer. No le agradaba del todo, pero fue a ver como seguía.—Estoy un poco mareada, nada más. Necesito descansar unos minutos —le dijo la mujer desde el interior de la habitación. Conchita volvió a la cocina. Se la quedó mirando unos instantes y siguió con sus labores. Libi agradeció que no le hubiera preguntado nada, estaba seg
Una característica propia de los Klosse, por lo que Libi estaba descubriendo, era que tenían eficientes métodos para averiguar lo que querían. Los intentos de Irum por evitar que ella y su padre se conocieran habían fracasado miserablemente. El hombre sabía de ella y había ido a buscarla a su casa.Todavía sorprendida lo invitó a pasar. El viaje en el ascensor se le hizo interminable y el espacio muy pequeño. Su imagen en el espejo le pareció espantosa y quiso morirse. El hombre iba impecable de pies a cabeza y ella con el cabello enmarañado y la ropa ajustada de entrenamiento. Esperaba no apestar a sudor y que él la hubiera olido.El hombre se sentó en el pequeño salón de Libi, mirándola con expresión indescifrable. Ella se disculpó un momento y regresó con ropa más decente, peinada y con un té que le ofreció.—No esperaba conocerlo tan pronto. Es un placer para mí.—Francamente yo no esperaba conocerte nunca. No sé qué le pasa a Irum últimamente, tal vez sean secuelas de su accident
Hasta el madero más fuerte y noble podía ser atacado por termitas y acabar destruido. Libi no era un madero, pero así se sentía, agujereada por todas partes, debilitada cuando más fuerte se sentía; vacía, hueca. Hizo la denuncia, reviviendo el horror cada vez que lo relataba. No fue difícil, ya había pasado y sólo le quedaba sanar. Lo difícil fue enfrentar a Irum luego de que Alejandro le contara lo ocurrido, ella no pudo. «Lo siento», le dijo Libi, como si ella hubiera provocado de algún modo tal infamia. «Yo lo siento», le respondió Irum, como si él fuera responsable de los actos de su padre. Nada más se dijeron. No fue un acuerdo, pero ambos lo decidieron por cuenta propia: nunca más hablarían de lo ocurrido. Durante la madrugada, Irum dejó la cama donde Libi dormía y fue a la sala de ejercicios donde tenía sus sesiones con Jack. De un armario que almacenaba implementos deportivos sacó dos muletas. Ayudándose con ellas se levantó de la silla y dio tres pasos antes que el do