XXV El fin de los secretos

—¿Qué clase de accidente puede dejarte el rostro así? —cuestionó Irum mirando el penoso estado de Libi.

La certeza de que él se mantendría alejado a causa de que su silla no podía cruzar la puerta del departamento duró bastante poco. Él llegó con una silla menos robusta y sofisticada, que entraba a la perfección en cada habitación.

No había lugar al que Irum Klosse no pudiera acceder, ni mentira que resistiera a su profundo análisis.

Con los ojos amoratados y los labios hinchados y rotos, Libi intentó parecer convincente.

—Me aplastaron unas cajas... Se me cayeron encima... —la voz se le quebró pronto y su llanto fluyó con abundancia.

De seguro la pobrecilla había creído que moriría aplastada, pensaba Irum. Con tantos accidentes en tan poco tiempo tampoco viviría mucho. Las probabilidades estaban en su contra.

—Tranquila, ya todo pasó —le acarició la cabeza con cautela. Tantos golpes que ella recibía acabarían por dejarla bruta si vivía lo suficiente—. Tú y yo no hacemos uno, ¿no?

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