—¿Qué clase de accidente puede dejarte el rostro así? —cuestionó Irum mirando el penoso estado de Libi.La certeza de que él se mantendría alejado a causa de que su silla no podía cruzar la puerta del departamento duró bastante poco. Él llegó con una silla menos robusta y sofisticada, que entraba a la perfección en cada habitación.No había lugar al que Irum Klosse no pudiera acceder, ni mentira que resistiera a su profundo análisis.Con los ojos amoratados y los labios hinchados y rotos, Libi intentó parecer convincente.—Me aplastaron unas cajas... Se me cayeron encima... —la voz se le quebró pronto y su llanto fluyó con abundancia.De seguro la pobrecilla había creído que moriría aplastada, pensaba Irum. Con tantos accidentes en tan poco tiempo tampoco viviría mucho. Las probabilidades estaban en su contra. —Tranquila, ya todo pasó —le acarició la cabeza con cautela. Tantos golpes que ella recibía acabarían por dejarla bruta si vivía lo suficiente—. Tú y yo no hacemos uno, ¿no? H
Terminados los días de reposo, Libi volvió a su trabajo. A clases no había ido, no estaba en condiciones de pensar, probablemente congelaría el semestre con la esperanza de retomarlo algún día.Su jefe le dio las buenas tardes con una mirada llena de compasión que le revolvió el estómago. Había sido él quien llamó a la policía aquel día mientras Josh, Luis y un cliente intentaban sacarle a Damien de encima. Creyendo que al comenzar sus labores tendría menos tiempo para recordar aquel momento, se puso rápido su delantal. Se equivocó, la misma mirada de su jefe la vio en Josh y en todos los demás. Su secreto era por todos conocido, pues habían sido testigos de lo que tantas veces ocurrió a puertas cerradas. Que ellos lo supieran lo volvía más real e insoportable. Eran respetuosos, no hablaban del tema, no se atrevían, pero ella se sentía juzgada por sus miradas. «¿Por qué ocultabas algo así?»«¿Por qué tenías un novio como él? ¿Eres masoquista?»«¿Por qué seguías diciéndole que lo am
Si la existencia de todos tenía un propósito, el de Libi debía ser muy grande. Testaruda, pese a sus deseos, tal vez acostumbrada al castigo que recibía su cuerpo, ella volvió a despertarse entre los vivos. Las visitas a clínicas y hospitales se habían convertido en un mero trámite. ¿Cuántos «accidentes domésticos» habría en su expediente? «Soy tan torpe», le decía a los médicos, «nunca veo por donde voy», agregaba, mientras la mano de Damien le acariciaba la espalda. Y él, como un actor de primera, decía las líneas que tan naturalmente brotaban de su boca. «Ella es tan descuidada, pero así la amo». Luego le besaba amorosamente la cabeza que él mismo había golpeado. «Eres muy afortunada por tener a un novio que te quiera tanto», le decían las enfermeras. Ella así lo creía también. Entonces venían días de maravilloso esplendor, donde todo era amor y sonrisas. Y tan feliz era Libi, que todo lo demás se le olvidaba hasta que el ciclo se repetía otra vez.«Vendrán tiempos mejores», e
La inconcebible noticia que le había dado Pepa hizo dudar a Libi de la realidad. Era una pesadilla, ella se despertaría y nada le habría pasado a Irum. Irum estaría bien, a salvo, vivo. —¡¿Cómo?! ¡¿Qué pa...só...?! —el aire salió de su cuerpo como saldría de un globo que se desinflaba. Y no pudo obligarlo a entrar, la garganta se le apretó. Se llevó una mano al pecho, le ardía. ¡Un infarto! Le estaba dando un infarto. Cayó de rodillas al suelo, boqueando como un pez moribundo. No podía respirar y la desesperación la había hecho llorar. —¡Ay no, levántese, señorita! —Pepa la cogió de un brazo y jaló hacia arriba. El rostro aterrado de Libi gesticulaba palabras mudas. «¿Auxilio?» «Me muero», Pepa no entendía, no sabía leer los labios. Asustada por el tono violáceo que comenzaba a adquirir Libi, Pepa la abofeteó. La verdad era que Irum Klosse seguía vivo, pero Pepa valoraba su trabajo y era muy obediente. «Si viene Libi, dile que me morí». Dicho y hecho, pero ahora Libi se morí
La inesperada visita de Irum, cuando le había quedado claro que él ya no quería verla, tuvo a Libi sin decir palabra por unos instantes. Él avanzó hasta tocar la carrocería del auto del que ella había bajado con cautela, como si estuviera caliente y fuera a quemarlo al menor contacto.—¿Fue éste con el que ocurrió?Libi tardó en comprender que se refería al accidente.—No, éste es otro. No habría podido seguir conduciendo el anterior. El dinero que había recibido como compensación en el juicio le había alcanzado para terminar de pagar el auto estrellado y conseguir otro, pero incluso con el que ahora tenía revivía en cada curva el momento del impacto y su encuentro traumático con Irum.—No puedes conducir ese, pero sí que puedes seguir conduciendo ebria. Cuanto cinismo.—No estoy ebria.Se tambaleaba porque iba descalza y el pavimento estaba frío. No podía conducir con tacones, así que se los había quitado. La sonrisa socarrona de Irum fue señal de que no le creía. ¿Cómo creerle si
Frente a su escritorio, Libi armaba pilas de documentos luego de multicopiarlos. Un mechón escapó de su cabello recogido y fue puesto tras su oreja por Iván, que había aparecido de la nada.En realidad llevaba varios minutos observándola sin que ella lo notara.—El viernes te fuiste tan rápido que no pudimos terminar de hablar —le agradó ver el sonrojo en las mejillas de Libi, que atribuyó a la innegable atracción que había entre ellos.Jamás se le habría pasado por la cabeza que ella también se sonrojaba cuando se asustaba. —Necesitaba con urgencia una ducha luego del incidente de la cerveza... Debo terminar de preparar estas carpetas para la reunión. Todo su lenguaje corporal le decía que se fuera, pero Ivan parecía ser ciego. —Yo puedo ayudarte.Por más que Libi se negó, él insistió. Cada persona que pasaba por el pasillo les dirigía una mirada de extrañeza. Un ejecutivo no debía estar allí, menos haciendo el trabajo de alguien más. ¿Qué motivo tendría?La incomodidad de Libi em
—¿Qué haces aquí a esta hora? ¿Por qué no te has ido? —preguntó Yolanda.Libi seguía trabajando cuando todos los demás del piso se habían ido.—Tengo algo de trabajo acumulado —explicó ella, omitiendo el pequeño detalle de que Iván le había dado trabajo extra. —Déjalo para mañana. No puede ser tan urgente.Libi negó, su poderoso sentido del deber podía más y no quería darle motivos a Iván para que siguiera fastidiándola. Deseaba conservar su trabajo, aunque se estuviera convirtiendo en un incordio. —De acuerdo, pero intenta no irte a casa muy tarde.Libi llegó a su casa cerca de las ocho, casi dos horas más tarde de lo habitual. Cansada y todo, subió peldaño a peldaño la escalera hasta su departamento en el quinto piso. Lo primero que hizo al entrar fue quitarse los zapatos. Luego tuvo que ponérselos de nuevo porque la llamaron de conserjería. —Llegó un paquete para usted —le contó don José—. La próxima vez me gustaría que nos informara antes. —Debe haber un error, yo no he compra
La segunda alarma fue ignorada igual que la primera. Libi tenía tres y sus razones para levantarse ahora eran tan escasas como las flores en el desierto. Y la flor a su lado tampoco ayudaba, sus manos parecían tentáculos. Era culpa del pijama acariciable. Tercera alarma. —No —se quejó Irum. —Tengo clases... Y un examen. Él la soltó por fin, el deber era el deber, eso era intransable por mucho que deseara tenerla en la cama hasta el mediodía. —¿Por qué decidiste estudiar arte? Ser artista no es rentable a menos de que estés muerto. —Gracias, Irum, eso es muy amable de tu parte. La gran cama nueva, que había resultado ser magnífica, ocupaba demasiado espacio en la habitación. Apenas y podía abrir el clóset, eso la hizo reír. —Hablo en serio. —Lo sé, siempre lo haces y valoro tu sinceridad descarnada. No planeo hacerme rica pintando. Si me alcanza para vivir estaré más que satisfecha. Irum rezongó. Sentado en la cama, con los brazos cruzados y expresión de no estar de acuerdo