Frente a su escritorio, Libi armaba pilas de documentos luego de multicopiarlos. Un mechón escapó de su cabello recogido y fue puesto tras su oreja por Iván, que había aparecido de la nada.En realidad llevaba varios minutos observándola sin que ella lo notara.—El viernes te fuiste tan rápido que no pudimos terminar de hablar —le agradó ver el sonrojo en las mejillas de Libi, que atribuyó a la innegable atracción que había entre ellos.Jamás se le habría pasado por la cabeza que ella también se sonrojaba cuando se asustaba. —Necesitaba con urgencia una ducha luego del incidente de la cerveza... Debo terminar de preparar estas carpetas para la reunión. Todo su lenguaje corporal le decía que se fuera, pero Ivan parecía ser ciego. —Yo puedo ayudarte.Por más que Libi se negó, él insistió. Cada persona que pasaba por el pasillo les dirigía una mirada de extrañeza. Un ejecutivo no debía estar allí, menos haciendo el trabajo de alguien más. ¿Qué motivo tendría?La incomodidad de Libi em
—¿Qué haces aquí a esta hora? ¿Por qué no te has ido? —preguntó Yolanda.Libi seguía trabajando cuando todos los demás del piso se habían ido.—Tengo algo de trabajo acumulado —explicó ella, omitiendo el pequeño detalle de que Iván le había dado trabajo extra. —Déjalo para mañana. No puede ser tan urgente.Libi negó, su poderoso sentido del deber podía más y no quería darle motivos a Iván para que siguiera fastidiándola. Deseaba conservar su trabajo, aunque se estuviera convirtiendo en un incordio. —De acuerdo, pero intenta no irte a casa muy tarde.Libi llegó a su casa cerca de las ocho, casi dos horas más tarde de lo habitual. Cansada y todo, subió peldaño a peldaño la escalera hasta su departamento en el quinto piso. Lo primero que hizo al entrar fue quitarse los zapatos. Luego tuvo que ponérselos de nuevo porque la llamaron de conserjería. —Llegó un paquete para usted —le contó don José—. La próxima vez me gustaría que nos informara antes. —Debe haber un error, yo no he compra
La segunda alarma fue ignorada igual que la primera. Libi tenía tres y sus razones para levantarse ahora eran tan escasas como las flores en el desierto. Y la flor a su lado tampoco ayudaba, sus manos parecían tentáculos. Era culpa del pijama acariciable. Tercera alarma. —No —se quejó Irum. —Tengo clases... Y un examen. Él la soltó por fin, el deber era el deber, eso era intransable por mucho que deseara tenerla en la cama hasta el mediodía. —¿Por qué decidiste estudiar arte? Ser artista no es rentable a menos de que estés muerto. —Gracias, Irum, eso es muy amable de tu parte. La gran cama nueva, que había resultado ser magnífica, ocupaba demasiado espacio en la habitación. Apenas y podía abrir el clóset, eso la hizo reír. —Hablo en serio. —Lo sé, siempre lo haces y valoro tu sinceridad descarnada. No planeo hacerme rica pintando. Si me alcanza para vivir estaré más que satisfecha. Irum rezongó. Sentado en la cama, con los brazos cruzados y expresión de no estar de acuerdo
—Braulio, te envié el itinerario de hoy. Luego de pasar por casa iremos a la Universidad de las Cumbres y después a empresas Klosse. He estado demasiado tiempo lejos de los negocios. Necesito asegurarme de que van con la eficacia y excelencia que a mí me gusta —señaló Irum. Y si no era así, tendría que tomar cartas en el asunto de manera radical. Irum Klosse podía estar temporalmente en silla de ruedas, pero su grandeza seguía siendo indiscutible y él se encargaría de recordárselo a quien lo hubiera olvidado. 〜✿〜—Un excelente examen merece una celebración —aseguró Lucy. Ella y Libi bebían un refresco en las mesas al aire libre afuera del comedor del campus.—Dijiste que te había ido pésimo —le recordó Libi.—Quiero celebrar por ti porque te quiero mucho.A Lucy nunca le faltaba motivo para celebrar.—Oh, mira quien salió de su madriguera —señaló a un joven pelirrojo de gafas que caminaba en dirección a la biblioteca— ¡K, ven a saludar! Por in
Un lamentable error, esa debía ser la causa por la que algún incompetente le había negado la entrada a Irum Klosse a las empresas Klosse, no había otra explicación.«Rodarán cabezas», eso mascullaba Irum esperando a que Alejandro le contestara la llamada. Dos minutos y nada.Llamó a Amaro Villablanca, su director comercial y actual CEO suplente.—¡Irum, qué sorpresa! ¿Cómo has estado?—Estoy afuera de la empresa y no puedo entrar. Soluciona esto de inmediato.—¿Estás aquí?—Es lo que dije. —Entiendo. ¿Alejandro no ha hablado contigo? —¿Qué tendría que decirme?... ¿Qué está pasando? —Él te lo explicará. Ve a casa y descansa —cortó la llamada.Se atrevió a cortarle.—Braulio, embiste la barrera y entra.—¿Está seguro, señor?Irum no sólo estaba seguro, estaba decidido y la creciente ira que lo embargaba iba radicalizado sus decisiones.—Hasta la última mota de polvo de este lugar es mía. Embiste esa barrera, que es mía también. Nadie me impedirá entrar.Braulio asintió. Encendió el m
—Podríamos irnos de paseo —le sugirió Irum a Libi entre su segunda y tercera alarma.Alejarse de la ciudad y los traidores que en ella pululaban lo ayudaría a aclarar sus pensamientos.—Es una buena idea —convino ella, todavía un poco adormilada.—Podríamos ir a Francia o a Italia, países con ciudades que destacan en el mundo del arte.—Sí, es una bue... ¡¿Qué?! ¡¿Francia o Italia?! —preguntó con los ojos bien abiertos.Se le había espantado todo el sueño de la sorpresa. —Si quieres ir a ambos no hay problema.—¡Pero eso no sería un paseo! Paseo es ir al parque o a la playa, algo que tome unas horas o a lo mucho un fin de semana, no ir a otro país.—Para mí sí lo es. Además, los países europeos son tan pequeños que una vez allá, ir a otro es como ir al parque o a la playa.—No puedo, Irum. Tengo clases y un trabajo.—Puedes decir que estás enferma. Buscaremos algún médico de ética cuestionable que nos extienda una licencia.Libi lo miró con horror. Con qué liviandad hablaba él de asu
Libi todavía no estaba lista cuando Irum pasó por ella. —¿De nuevo saliste más tarde del trabajo?—Mañana habrá una reunión importante y debía dejar todo listo —frente al espejo que había en la sala, Libi se maquillaba. Quería verse perfecta para conocer a la amiga de Irum.Imaginaba ella que en el exclusivo círculo social de alguien como él todas las mujeres debían ser hermosas y no quería desentonar. Era la tercera vez que se delineaba un ojo, disconforme con el resultado. Irum, parado tras ella, no le quitaba la vista de las piernas, ampliamente expuestas por el corto vestido. Un vestido bonito, para variar.—Tienes un moretón en el muslo derecho.Libi se miró brevemente y volvió a lo que hacía. —Choqué con unas cajas en la oficina, mejor me pongo pantalones.—No, así te ves bien y es pequeño, casi no se nota.En el brazo tenía otro, que la manga tres cuartos del vestido le cubría. Últimamente Iván la había enviado a mover cajas con archivos, reacomodar muebles, trabajo pesado q
De un manotazo, Irum mandó a volar todo lo que había sobre el escritorio de su despacho. Carpetas, documentos, el portátil, lápices, una escultura que era una réplica a escala de un ejército de guerreros de terracota, todo acabó en el suelo. Luego fue el turno del librero. Nada se mantendría de pie ante su ira, que se desbordaba como la lava ardiente de un volcán embravecido. Las puñaladas que arteramente le habían clavado los traidores por la espalda ahora le atravesaban el pecho.En sus intentos por prescindir de los servicios de Alejandro y contratar a un nuevo abogado, Irum había descubierto la atroz verdad que lo tenía echando espuma por la boca, el golpe final para terminar de destruirlo. —¿Esto fue lo que siempre quisiste? ¿Quedarte con todo lo que me pertenece? —le preguntó Irum.Alejandro no se había atrevido a ir, hablaban por teléfono, cosa que para Irum confirmaba su cobardía.—No es así, Irum.—¡Me quitaste toda facultad para decidir sobre mis bienes! Me lo quitaste tod