XXIX Otra oportunidad

La inesperada visita de Irum, cuando le había quedado claro que él ya no quería verla, tuvo a Libi sin decir palabra por unos instantes.

Él avanzó hasta tocar la carrocería del auto del que ella había bajado con cautela, como si estuviera caliente y fuera a quemarlo al menor contacto.

—¿Fue éste con el que ocurrió?

Libi tardó en comprender que se refería al accidente.

—No, éste es otro. No habría podido seguir conduciendo el anterior.

El dinero que había recibido como compensación en el juicio le había alcanzado para terminar de pagar el auto estrellado y conseguir otro, pero incluso con el que ahora tenía revivía en cada curva el momento del impacto y su encuentro traumático con Irum.

—No puedes conducir ese, pero sí que puedes seguir conduciendo ebria. Cuanto cinismo.

—No estoy ebria.

Se tambaleaba porque iba descalza y el pavimento estaba frío. No podía conducir con tacones, así que se los había quitado.

La sonrisa socarrona de Irum fue señal de que no le creía. ¿Cómo creerle si
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