CXXIII Malas inversiones

Un charco de bilis amarillenta se había formado junto a Libi, era lo último que le quedaba en el estómago. Le salpicaba las piernas también y se había mezclado con la sangre que manchaba las baldosas blancas.

Nadie podía seguir vivo luego de perder tanta sangre. Aún así, Libi llevaba cinco minutos con el oído pegado al pecho frío de Rafael, silencioso como lo estaba el baño desde que la llamada que ella había hecho finalizara automáticamente al no ser contestada.

—Per-dó-na-me... Per-dó-na-me...

Entre tantas incertezas respecto a lo que sucedía, una verdad ineludible quedaba al descubierto: amar hería a Libi como nada en el mundo y su amor era a la vez una trampa mortal.

Para amarla había que ser muy valiente o estar loco. En ambos casos terminabas igual de mal.

—Por fa-vor... Ra-fa-el... Llé-va-me con-ti-go...

El silencio que acompañaba a la muerte, y que Libi intentaba romper con sus tenues palabras, la hizo descubrir algo más: nunca antes se sintió tan sola.

Encogida junto
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