Un charco de bilis amarillenta se había formado junto a Libi, era lo último que le quedaba en el estómago. Le salpicaba las piernas también y se había mezclado con la sangre que manchaba las baldosas blancas. Nadie podía seguir vivo luego de perder tanta sangre. Aún así, Libi llevaba cinco minutos con el oído pegado al pecho frío de Rafael, silencioso como lo estaba el baño desde que la llamada que ella había hecho finalizara automáticamente al no ser contestada. —Per-dó-na-me... Per-dó-na-me... Entre tantas incertezas respecto a lo que sucedía, una verdad ineludible quedaba al descubierto: amar hería a Libi como nada en el mundo y su amor era a la vez una trampa mortal. Para amarla había que ser muy valiente o estar loco. En ambos casos terminabas igual de mal. —Por fa-vor... Ra-fa-el... Llé-va-me con-ti-go... El silencio que acompañaba a la muerte, y que Libi intentaba romper con sus tenues palabras, la hizo descubrir algo más: nunca antes se sintió tan sola. Encogida junto
—No contesta.—Dijiste que tendría una cita, debe estar ocupada.—Vio el mensaje, K y aún así no contesta. Lo normal es que me llamara, histérica o que hubiera regresado de inmediato a la casa para tener más información. No ha hecho nada de eso.K, que se había levantado para ir a su oficina al final del pasillo después de la sala y avanzar en su trabajo, regresó a la cama. Acarició la espalda de Lucy mientras le repartía suaves besos en el cuello.—Podrías pensar que se lo está tomando bien, ella ha ido a terapia por bastante tiempo. Ha trabajado duro para enfrentar este momento.—Es Libi, K. Si no contesta mis llamadas es porque algo le pasó. La desgracia ha perseguido a esa mujer toda su vida, sólo le falta que la rapten los extraterrestres.—Estás siendo paranoica. Déjala en paz, ya te llamará más tarde —su mano llegó al final de la espalda y masajeó una nalga de Lucy, deseoso de calmarla por fin y borrar de su rostro ese gesto de preocupación que tan mal la tenía.—Ella es la par
Alejandro tomó asiento, cansado. Había pasado bastante tiempo, pero Irum seguía pensando en Libi a pesar de todo lo que había perdido por su causa. Era un hombre testarudo, bordeando lo obsesivo. Cosas de familia, una herencia que ni el tiempo ni la distancia podían negar. —Ya sabes que está con otro hombre, ¿eso no te importa? No se tardó nada en reemplazarte. ¿Acaso planeas entrar en una disputa con él por el amor de Libi? Por favor, Irum, eres demasiado práctico para eso. Eres demasiado para esa mujer, métetelo de una vez en la cabeza. ¿En qué momento Irum había dejado que sus sentimientos tomaran el control de la nave? Alejandro no lo sabía, pero suponía que había sido luego del atropello. Un accidente tan grave dejaba secuelas y la de él había sido cierto grado de daño cerebral. Podía andar y realizar las funciones corporales básicas, pero su antes pragmático razonamiento se había ido asemejando cada vez más al de un adolescente hormonado. —Eliminarás a la competencia. ¿Y qué s
Lo primero que sintió Libi al despertar fue un terrible dolor de cabeza. Palpó dos grandes chichones y ya no quiso tocar más. Lo siguiente, más allá de los dolores que se repartían por distintas partes de su cuerpo, fueron los aromas. Olía a sangre y vómito, humedad y polvo. El vientre se le apretó y tuvo unas arcadas que sólo le arrancaron lágrimas.No oía nada más allá de los sonidos que hacía su propio cuerpo.De a poco se le fue aclarando la vista. Las paredes del pequeño cuarto eran grises, sin pintar. Una diminuta apertura en lo alto, probablemente una rendija de ventilación, dejaba entrar la tenue luz que le permitía ver. Estaba a unos tres metros de altura, inalcanzable.Había una cama y nada más. Una puerta a pocos pasos, que de seguro estaría cerrada y a la que no sería capaz de llegar, un baño al costado, sin puerta, y una silueta oscura en el rincón a la izquierda de la entrada; una sombra con la consistencia de un cuerpo, un cuerpo de hombre, un hombre que ella conocía y
Alguien dijo una vez que nada se valora tanto como cuando se pierde. Encerrada en la oscuridad del pequeño cuarto, despojada de sus ropas, su dignidad y hasta de su humanidad, Libi pensaba en el mundo exterior. Imaginaba que estaba sentada tras el volante de su auto, del primero, ese que compró ahorrando religiosamente todos los meses y cuya adquisición celebró con una buena borrachera en su departamento. Mataría por una cerveza bien fría y burbujeante. Si salía con vida de ésta, se tomaría hasta el agua del florero. En su fantasía estaba sentada tras el volante en medio de un atasco vehicular. Sacaba el brazo por la ventana y acariciaba el exterior de la puerta, cálido y suave, resplandeciente porque lo había encerado antes de salir y dejado como nuevo. En otras circunstancias, la larga espera la habría desquiciado, pero no ahora, que en realidad no tenía ningún lugar a donde ir. Puso música, un rock suave que silenció el escándalo de bocinazos que provenía del exterior y la pu
Seguía siendo de día en el atasco, Libi estaba tendida en el asiento, medio dormida, y la música era apenas audible. La energía no alcanzaba para los bocinazos, sólo su auto estaba en la calle vacía y blanca, detenido en el tiempo. El verdugo también le había dado una pausa al no ir a visitarla. Libi se arrastró hasta el lavabo, giró el grifo con la boca y bebió del chorro. Movía los dedos de sus manos apresadas para despertarlos y obligó a sus piernas a mantenerse firmes y llevarla hasta la puerta. Pegó el oído a la vieja madera. Durante todo el tiempo que aguantó estar de pie sólo oyó silencio absoluto. Regresó a la cama y allí se tumbó. Bajo el parche del vientre la piel le picaba. Una herida abierta, eso sospechaba. Puñaladas tal vez. Sentía la humedad del pus retorciéndose entre su carne corrupta y moribunda. Empezaba a oler. Tenía fiebre. El calor le abrasaba las sienes mientras sus piernas se congelaban. El verdugo siguió sin ir a visitarla, pero no estaba sola. Una rata l
Ya no quedaba energía para atasco vehicular, música, auto, cubierta de Van Gogh ni aromatizante de limón. La mente de Libi, agotada, también se había vuelto prisionera. Seguía moviendo los dedos de las manos, esos no podía dejar de sentirlos porque pintar era su vida y, si había una vida más allá de los muros que la enclaustraban, ella los necesitaría para pintar.Ella volvería a vivir, soñaba con aquel momento.El verdugo regresó un día y ella lloró de alegría. El estómago vacío comenzaba a devorarse a sí mismo y le ardía. En períodos prolongados de inanición, el cuerpo echaba mano a las reservas de grasa para obtener energía y, cuando se acababan, a las proteínas. Los músculos eran el siguiente platillo en el menú autofágico y los de Libi ya habían empezado a perder consistencia.En su febril debilidad, su mente la torturaba recordándole las abundantes comidas en casa de Irum. Podía haber sufrido a su lado, pero pasar hambre jamás. Al menos mientras vivió en su casa. Él siempre esta
La pausa de la vida de Libi por fin había terminado. Había sobrevivido a torturas indecibles en el sótano a manos de Damien, a quien había matado, y ahora debía juntar los pedazos que quedaban de sí misma y rearmarse. Nunca volvería a ser la misma de antes, pero aspiraba a ser un poco mejor.El mesero puso frente a ella un plato de huevos con tocino, Libi hizo una imperceptible mueca al sentir su aroma.—Hay un error, yo no como carne. Este es el desayuno de alguien más.El hombre se disculpó y su tarta llegó pronto. La comió mientras garabateaba en una libreta. Palabras, dibujos, líneas vagas que prometían ser una idea. Ella no paraba de trabajar ni al desayunar contemplando la campiña italiana.Tres años habían pasado desde que Lucy la rescatara del abismo y desde entonces no había parado de trabajar. En cuanto sus heridas físicas sanaron, regresó a la universidad y consiguió un nuevo trabajo. Sus magníficas calificaciones y el talento innato que la caracterizaba le permitieron postu