Capítulo 2: Likes y Despedidas

Un San Valentín agridulce

El Día de San Valentín siempre había sido un recordatorio incómodo para Keila. No porque tuviera algo en contra del amor, sino porque los recuerdos que traía consigo estaban cargados de promesas incumplidas y expectativas rotas. Este año no era la excepción.

Despertó temprano, con la sensación de que algo en el aire pesaba más de lo normal. Miró su teléfono y, sin querer, lo primero que vio fueron las publicaciones de sus amigas celebrando la fecha. Flores, chocolates, cartas… todo un despliegue de amor en redes sociales. Suspiró y dejó el celular a un lado. No quería empezar el día sintiéndose así.

Se levantó de la cama y se dirigió a la cocina, donde su madre ya estaba preparando café.

—¿Dormiste bien? —preguntó su madre, dándole una taza caliente.

—Más o menos —respondió Keila, removiendo el líquido con la cucharilla—. Es San Valentín.

Su madre sonrió con ternura.

—Es solo un día más, hija. No dejes que te afecte.

Keila asintió, pero en el fondo sabía que no era tan fácil.

Después del desayuno, intentó distraerse ayudando con las tareas de la casa. Limpió su habitación, organizó su escritorio y hasta desempolvó unas viejas cajas llenas de recuerdos de la infancia. Encontró fotos, cartas y pequeños objetos que la hicieron sonreír. Por un momento, se sintió bien.

Pero la paz duró poco.

A media mañana, cuando tomó su teléfono para revisar mensajes, vio la notificación que menos quería ver:

"El susodicho ha dado like a tu video en TikTok."

El corazón le dio un vuelco.

Su mente se dividió en dos. Una parte de ella quería ignorarlo, hacer como si no le importara. Pero la otra… la otra no podía evitar preguntarse: ¿Por qué lo hacía? ¿Era casualidad? ¿Un intento de llamar su atención?

Antes de darse cuenta, ya estaba abriendo el perfil de su ex. Su foto seguía ahí, igual que siempre, como si el tiempo no hubiera pasado. Revisó sus publicaciones, buscando alguna pista, algún indicio de que él también la recordaba.

Sus dedos temblaron sobre la pantalla. Me prometí a mí misma que no haría esto. Pero una parte de ella no podía evitarlo.

Tomó el teléfono y llamó a Lucía.

—No hagas eso, Keila —dijo su amiga antes de que pudiera explicar lo que había hecho—. No te sirve de nada.

—Lo sé, pero… ¿por qué justo hoy?

—Porque sabe que te hará pensar en él. Y funcionó.

Keila suspiró, frustrada consigo misma.

—Tal vez aún le importo.

Lucía se quedó en silencio unos segundos antes de responder con firmeza:

—O tal vez solo quiere asegurarse de que sigas ahí, enganchada a su recuerdo. Y pensar que hace unos días estabas tan tranquila… No dejes que él vuelva a meterse en tu cabeza.

Las palabras de su amiga la hicieron reflexionar. Tal vez tenía razón. Quizás no se trataba de amor ni de arrepentimiento. Tal vez solo era ego.

Para evitar seguir dándole vueltas al asunto, decidió concentrarse en algo más importante: su cita médica. La había pospuesto demasiadas veces y sabía que no podía seguir evitándola.

Su madre la acompañó, insistiendo en que no tenía por qué ir sola. Keila no dijo nada, pero en el fondo agradeció su compañía.

El camino al consultorio fue tranquilo. Su madre intentó mantener la conversación ligera, hablándole sobre cosas cotidianas del pueblo, sobre la vecina que había adoptado un gato callejero o sobre la tienda nueva que habían abierto en la plaza.

—No quiero que te preocupes demasiado —dijo su madre cuando llegaron—. Todo estará bien.

Keila le sonrió con un gesto cansado.

—Lo sé.

En la sala de espera, observó a otras personas, muchas de ellas acompañadas por seres queridos que parecían compartir risas y confidencias. Eso le recordó la soledad que a veces sentía, especialmente en días como este. Pero en lugar de dejarse llevar por la nostalgia, respiró hondo y se recordó a sí misma que ella también estaba aprendiendo a cuidarse, aunque fuera sola.

Después de la consulta, su madre le pasó un brazo por los hombros.

—Ya está, ¿ves? No era tan malo.

Keila asintió. Había enfrentado algo que llevaba tiempo posponiendo. Aunque no parecía gran cosa, para ella era una pequeña victoria.

Cuando regresaron a casa, su madre encendió la radio y tarareó una canción mientras preparaban el almuerzo juntas. Keila sintió un calor familiar en el pecho. Sabía que en el fondo su madre entendía por lo que estaba pasando, aunque no lo dijera en voz alta.

Más tarde, cuando se quedó sola en su habitación, tomó su teléfono y abrió la galería de fotos.

Ahí estaban. Las pruebas de un amor que nunca fue lo que esperaba. Mensajes llenos de promesas vacías, capturas de conversaciones que alguna vez le hicieron sonreír.

Su dedo se deslizó por la pantalla con indecisión. ¿De verdad quiero hacer esto?

Respiró hondo.

Sí.

Una foto menos. Un recuerdo menos. Un peso menos.

Y así, una por una, las borró todas.

Con cada imagen que desaparecía, sentía que algo dentro de ella se liberaba. No era solo borrar fotos. Era borrar expectativas, ilusiones, cadenas invisibles que la ataban a alguien que ya no era parte de su vida.

Cuando terminó, dejó el teléfono a un lado y cerró los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que podía respirar con más facilidad.

Cuando regresó a la cocina, su madre la miró con curiosidad.

—Te ves más tranquila —comentó mientras preparaban la cena juntas.

Keila sonrió, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, su madre tenía razón.

Esa noche, mientras se acomodaba en la cama, recibió un mensaje inesperado de Lucía.

Lucía: "Orgullosa de ti. No dejes que nada ni nadie arruine tu paz."

Keila sonrió y apagó el teléfono.

Aún le quedaba un largo camino por recorrer, pero esa noche, después de mucho tiempo, sintió que estaba avanzando. Mientras se acomodaba en la cama, comprendió que este era solo el comienzo. Todavía quedaban más cosas por dejar atrás, más heridas por sanar. Pero, al fin, se sentía realmente lista para hacerlo.

Continuara…

Keila ha dado un paso importante al dejar atrás los recuerdos de su relación pasada, pero el camino hacia la sanación aún no ha terminado. Ahora, deberá enfrentarse a un nuevo desafío: reconstruirse a sí misma y encontrar su propio rumbo.

En el próximo capítulo, descubrirá que sanar no es solo soltar el pasado, sino también redescubrir quién es y qué quiere para su futuro. ¿Estará lista para dar ese siguiente paso?

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