El eco de lo no dicho y el peso del tiempo entre ellos.El tiempo pasó sin que Keila y David volvieran a dirigirse la palabra. Si alguna vez se cruzaban en el supermercado, él ni siquiera la miraba. Siempre parecía ocupado con su teléfono o con su trabajo, como si ella no existiera. Keila, por su parte, había optado por la misma estrategia. Si lo veía en la calle, desviaba la mirada y caminaba en dirección opuesta. Era irónico cómo, después de tanta incertidumbre y preguntas sin respuesta, ambos habían decidido actuar como si nunca se hubieran conocido. La distancia entre ellos parecía crecer con cada día que pasaba, pero, en el fondo, Keila no podía evitar preguntarse si algo más habría quedado de todo lo que compartieron.Los días transcurrieron sin grandes sobresaltos, hasta que comenzaron las obras en el pueblo. Las calles estaban
Conexiones IncomprensiblesEra una mañana nublada cuando Keila salió con Iván en brazos hacia la verdulería. El pequeño bebé de Sol se había convertido en su compañero habitual, y su presencia le traía una extraña calma. Se aseguró de cubrirlo bien con una manta, pues la brisa fresca de la mañana comenzaba a sentirse más intensa.Para llegar a la verdulería, tuvo que cruzar un pasillo improvisado entre carpas y estructuras a medio construir. La construcción en el pueblo había convertido las calles en un laberinto de polvo y escombros, y cruzar por allí le resultaba sofocante. No le gustaba esa sensación de encierro, la luz tenue filtrándose entre los plásticos, el sonido amortiguado de la gente al otro lado. El olor a cemento fresco y tierra removida se mezclaba con el leve hedor a humedad de los plásticos que cubrían las carpas. Cada paso que daba levantaba una pequeña nube de polvo que se pegaba a su ropa y dejaba un sabor seco en su boca.El túnel se sentía asfixiante, con la luz d
Palabras InquietasPor la tarde, después del inesperado encuentro de la mañana, Keila volvió al supermercado como de costumbre para comprar algunos productos para su abuelo.Intentó convencerse de que ya no pensaba en lo ocurrido.Pero lo hacía.La imagen de David, de pie en aquel pasillo improvisado, con su maldita sonrisa tranquila, se repetía en su cabeza como un eco molesto. Había sido la misma expresión de otras veces, la misma que solía desarmarla cuando aún significaban algo el uno para el otro. Pero ahora, después de meses de distancia, ¿qué pretendía? ¿Por qué mirarla así?No quería analizarlo. No quería sentir nada.Se obligó a centrarse en la lista de compras, repasándola mentalmente mientras tomaba una canasta al entrar. El aire acondicionado del supermercado la recibió con una ráfaga helada que le erizó la piel. Se concentró en sus pasos, en el sonido de las ruedas de los carritos al deslizarse por el piso pulido, en la música de fondo que sonaba como un eco lejano.Pero
El punto de quiebreEsa noche, el insomnio volvió a ser su mejor amigo.No importaba cuánto intentara distraerse con su celular, su mente siempre regresaba a la misma imagen: David, su sonrisa y la manera en que la miró.Era absurdo. No había pasado nada realmente importante, pero aun así, su cuerpo reaccionaba como si estuviera atrapada en un bucle sin fin.Intentó repetirse que todo estaba en su cabeza. Que no había significado nada.Pero el eco de su propia confusión no la dejaba en paz.Se giró en la cama, acomodó la almohada, cerró los ojos con fuerza… pero nada ayudaba.Las preguntas llegaban una tras otra, como si su mente estuviera empecinada en torturarla."Si no le importo, ¿por qué me mira así?""¿Y si me equivoqué? ¿Y si en realidad sí quería decir algo con esa sonrisa?""No, Keila. Basta. No significa nada."Pero… ¿y si sí significaba algo?Frustrada, se levantó de la cama y caminó hasta la ventana de su habitación. Afuera, el pueblo dormía en calma, pero en su interior t
Frente a la verdadSemanas después, la relación entre Keila y David se había reducido a miradas fugaces y conversaciones triviales sobre cosas insignificantes, como los productos del supermercado. Lo que antes fue tensión se había transformado en una rutina incómoda, una especie de limbo emocional que ni avanzaba ni retrocedía.Con la llegada de las ferias en el pequeño pueblo, el ambiente cambió ligeramente. Las calles se llenaron de coloridas carpas, aromas a comida típica y risas de los visitantes que disfrutaban de las atracciones. Sin embargo, aunque la feria estaba llena de música y alegría, los pensamientos sobre aquella conversación con Sol seguían rondando en la mente de Keila.Días antes de las ferias, Keila ya había escuchado los rumores. Sol se lo había dicho en aquella conversación, pero aunque intentó restarle importancia, la idea seguía dando vueltas en su cabeza como un eco persistente. Tal vez, esa era la respuesta que necesitaba para enterrar la ilusión que aún la at
Las letras calladasDespués de la feria, Keila sintió que algo dentro de ella había cambiado. No podía decir que estaba completamente en paz, pero al menos había logrado dar el primer paso. Soltar. Aceptar. Dejar de buscar respuestas donde no las había.Sin embargo, los días siguientes le demostraron que algunas batallas no terminan con una simple decisión.Al principio, se sintió bien, como si hubiera dejado atrás una parte de su vida que la mantenía atrapada. Se repetía una y otra vez que su historia con David era solo un capítulo más, uno que ya había cerrado. Pero entonces, el silencio comenzó a pesarle.No el silencio del pueblo ni el de su rutina, sino el que se había instalado dentro de ella. El que la alejaba de los demás.Lucía y sus amigas la invitaban a salir, a conversar, a distraerse. Le enviaban mensajes llenos de ánimo, intentaban incluirla en sus planes, pero Keila se encontraba constantemente con la necesidad de decir que no.—Te estamos perdiendo, Keila —le escribió
Frente a la verdadLa conversación con su padre no salió como esperaba. Keila había ensayado cada palabra en su cabeza, una y otra vez, tratando de encontrar la manera perfecta de explicarle su proyecto personal. Pero apenas comenzó a hablar, él la interrumpió, cuestionó su decisión y minimizó su esfuerzo.Sintió cómo su voz se apagaba.Cuando colgó la videollamada, permaneció inmóvil, mirando la pantalla apagada de su celular. ¿Eso era todo? ¿Ni siquiera una palabra de apoyo? En su pecho se instaló un vacío que no supo cómo llenar. Tal vez debería llorar, pero no lo hizo. Guardó el teléfono, se acostó y cerró los ojos, con la sensación de que el mundo a su alrededor se hacía más pequeño.Después de esa noche, algo en ella cambió.Los meses pasaron, y la distancia con David dejó de ser su mayor preocupación. Ahora, el verdadero problema era ella misma.Llegaron las fiestas de San Juan y San Pedro al pueblo. Mientras las calles se llenaban de música, baile y alegría, Keila se sentía ca
Como de película...Keila había aprendido a vivir con el silencio. Por años, se convirtió en su refugio, su escudo contra el mundo. Pero después de la videollamada con su padre, algo dentro de ella se rompió. Se dio cuenta de lo pesada que era esa carga invisible que llevaba en el pecho.Aun cuando intentaba abrirse poco a poco, las palabras se atascaban en su garganta.Las salidas con su madre la ayudaban. Los pequeños gestos, los cafés en la plaza, las caminatas sin rumbo… Todo parecía devolverle una parte de sí misma. Sus amigas también lo notaron; aunque seguía sin contarles todo, al menos su sonrisa ya no se sentía completamente falsa.Y entonces, un día cualquiera, en medio de la rutina, el destino decidió sorprenderla.El 14 de agosto, día del Señor de los Milagros en el pueblo, Keila salió a hacer un encargo para su tía. Caminaba sin prisa, sin pensar demasiado en nada. La feria inundaba el ambiente con risas, música, el aroma de buñuelos y café recién hecho flotando en el air