Palabras InquietasPor la tarde, después del inesperado encuentro de la mañana, Keila volvió al supermercado como de costumbre para comprar algunos productos para su abuelo.Intentó convencerse de que ya no pensaba en lo ocurrido.Pero lo hacía.La imagen de David, de pie en aquel pasillo improvisado, con su maldita sonrisa tranquila, se repetía en su cabeza como un eco molesto. Había sido la misma expresión de otras veces, la misma que solía desarmarla cuando aún significaban algo el uno para el otro. Pero ahora, después de meses de distancia, ¿qué pretendía? ¿Por qué mirarla así?No quería analizarlo. No quería sentir nada.Se obligó a centrarse en la lista de compras, repasándola mentalmente mientras tomaba una canasta al entrar. El aire acondicionado del supermercado la recibió con una ráfaga helada que le erizó la piel. Se concentró en sus pasos, en el sonido de las ruedas de los carritos al deslizarse por el piso pulido, en la música de fondo que sonaba como un eco lejano.Pero
El punto de quiebreEsa noche, el insomnio volvió a ser su mejor amigo.No importaba cuánto intentara distraerse con su celular, su mente siempre regresaba a la misma imagen: David, su sonrisa y la manera en que la miró.Era absurdo. No había pasado nada realmente importante, pero aun así, su cuerpo reaccionaba como si estuviera atrapada en un bucle sin fin.Intentó repetirse que todo estaba en su cabeza. Que no había significado nada.Pero el eco de su propia confusión no la dejaba en paz.Se giró en la cama, acomodó la almohada, cerró los ojos con fuerza… pero nada ayudaba.Las preguntas llegaban una tras otra, como si su mente estuviera empecinada en torturarla."Si no le importo, ¿por qué me mira así?""¿Y si me equivoqué? ¿Y si en realidad sí quería decir algo con esa sonrisa?""No, Keila. Basta. No significa nada."Pero… ¿y si sí significaba algo?Frustrada, se levantó de la cama y caminó hasta la ventana de su habitación. Afuera, el pueblo dormía en calma, pero en su interior t
Frente a la verdadSemanas después, la relación entre Keila y David se había reducido a miradas fugaces y conversaciones triviales sobre cosas insignificantes, como los productos del supermercado. Lo que antes fue tensión se había transformado en una rutina incómoda, una especie de limbo emocional que ni avanzaba ni retrocedía.Con la llegada de las ferias en el pequeño pueblo, el ambiente cambió ligeramente. Las calles se llenaron de coloridas carpas, aromas a comida típica y risas de los visitantes que disfrutaban de las atracciones. Sin embargo, aunque la feria estaba llena de música y alegría, los pensamientos sobre aquella conversación con Sol seguían rondando en la mente de Keila.Días antes de las ferias, Keila ya había escuchado los rumores. Sol se lo había dicho en aquella conversación, pero aunque intentó restarle importancia, la idea seguía dando vueltas en su cabeza como un eco persistente. Tal vez, esa era la respuesta que necesitaba para enterrar la ilusión que aún la at
Las letras calladasDespués de la feria, Keila sintió que algo dentro de ella había cambiado. No podía decir que estaba completamente en paz, pero al menos había logrado dar el primer paso. Soltar. Aceptar. Dejar de buscar respuestas donde no las había.Sin embargo, los días siguientes le demostraron que algunas batallas no terminan con una simple decisión.Al principio, se sintió bien, como si hubiera dejado atrás una parte de su vida que la mantenía atrapada. Se repetía una y otra vez que su historia con David era solo un capítulo más, uno que ya había cerrado. Pero entonces, el silencio comenzó a pesarle.No el silencio del pueblo ni el de su rutina, sino el que se había instalado dentro de ella. El que la alejaba de los demás.Lucía y sus amigas la invitaban a salir, a conversar, a distraerse. Le enviaban mensajes llenos de ánimo, intentaban incluirla en sus planes, pero Keila se encontraba constantemente con la necesidad de decir que no.—Te estamos perdiendo, Keila —le escribió
Frente a la verdadLa conversación con su padre no salió como esperaba. Keila había ensayado cada palabra en su cabeza, una y otra vez, tratando de encontrar la manera perfecta de explicarle su proyecto personal. Pero apenas comenzó a hablar, él la interrumpió, cuestionó su decisión y minimizó su esfuerzo.Sintió cómo su voz se apagaba.Cuando colgó la videollamada, permaneció inmóvil, mirando la pantalla apagada de su celular. ¿Eso era todo? ¿Ni siquiera una palabra de apoyo? En su pecho se instaló un vacío que no supo cómo llenar. Tal vez debería llorar, pero no lo hizo. Guardó el teléfono, se acostó y cerró los ojos, con la sensación de que el mundo a su alrededor se hacía más pequeño.Después de esa noche, algo en ella cambió.Los meses pasaron, y la distancia con David dejó de ser su mayor preocupación. Ahora, el verdadero problema era ella misma.Llegaron las fiestas de San Juan y San Pedro al pueblo. Mientras las calles se llenaban de música, baile y alegría, Keila se sentía ca
Como de película...Keila había aprendido a vivir con el silencio. Por años, se convirtió en su refugio, su escudo contra el mundo. Pero después de la videollamada con su padre, algo dentro de ella se rompió. Se dio cuenta de lo pesada que era esa carga invisible que llevaba en el pecho.Aun cuando intentaba abrirse poco a poco, las palabras se atascaban en su garganta.Las salidas con su madre la ayudaban. Los pequeños gestos, los cafés en la plaza, las caminatas sin rumbo… Todo parecía devolverle una parte de sí misma. Sus amigas también lo notaron; aunque seguía sin contarles todo, al menos su sonrisa ya no se sentía completamente falsa.Y entonces, un día cualquiera, en medio de la rutina, el destino decidió sorprenderla.El 14 de agosto, día del Señor de los Milagros en el pueblo, Keila salió a hacer un encargo para su tía. Caminaba sin prisa, sin pensar demasiado en nada. La feria inundaba el ambiente con risas, música, el aroma de buñuelos y café recién hecho flotando en el air
Razones que nadie esperaHan pasado semanas desde aquella tarde en la panadería, pero Keila aún no logra olvidar la sensación de vacío que le dejó ese encuentro.La frase "el tiempo lo cura todo" encaja perfectamente en esta historia. Como saben, Keila y David no se habían visto en meses, y cada vez que se cruzaban, solo intercambiaban palabras sobre asuntos triviales, como los productos del supermercado, ya que ese era el único lugar donde coincidían.Con el tiempo, las heridas que David había dejado con su inmadurez —tanto en los mensajes que envió por Facebook como en sus gestos no verbales— empezaron a sanar. Sus acciones nunca fueron explícitas, lo que las hizo menos graves y permitió que se olvidaran con el tiempo. Al ser olvidadas, pudieron sanar, y esa es la única explicación que puedo darles por ahora. Sé que muchos se preguntan si aquella chica de la feria era su novia o no. La verdad es que, sinceramente, nunca se supo. Y aunque me duela admitirlo, Keila tampoco lo descubr
El muro que comenzó a desmoronarseÚltimamente, David pasaba de ser un pensamiento lejano a un recordatorio constante de lo que no entendía. Y justo cuando creía que podía manejarlo, él volvía a aparecer. Pero lo que más le desconcertaba no era solo su presencia, sino la sensación de que él sabía algo que ella no.¿Qué había pasado realmente en la panadería?La duda la perseguía más de lo que estaba dispuesta a admitir. Desde aquel día, los recuerdos de su crisis de ausencia se mezclaban con las imágenes borrosas de David sonriendo, hablándole… y luego desapareciendo. Como si hubiera algo en ese momento que ella no podía recuperar del todo.A veces pensaba que tal vez había exagerado. Que tal vez él simplemente se había ido como cualquier otra persona lo haría. Pero una parte de ella se resistía a creerlo. Algo en su pecho se oprimía cada vez que recordaba el vacío repentino que sintió cuando volvió en sí y él ya no estaba allí.La personalidad de Keila, para muchos, se caracterizaba