Miedos cuestionables
El encuentro con el chico en el supermercado había sido breve, pero su impacto seguía resonando en ella. No era solo la emoción de haberle hablado, sino el miedo que le había quedado en el pecho. Un miedo que no tenía que ver con él, sino con lo que significaba abrirse a alguien nuevo.
Cada vez que intentaba imaginar un futuro con alguien más, los fantasmas del pasado volvían con más fuerza. Su ex también había empezado así: con una sonrisa amable, con encuentros casuales que parecían promesas de algo más. Y en aquel entonces, Keila había bajado la guardia sin imaginar lo que vendría después.
¿Cómo saber si esta vez sería diferente?
Ansiaba conocer el nombre y el número del chico misterioso, sanar y finalmente dejar atrás el dolor que su ex le había causado. Sin embargo, el tiempo no parecía estar de su lado.
Un mes y medio… ¿Era realmente suficiente para curar las heridas del pasado?
O tal vez, sin darse cuenta, ya se había enamorado de alguien que nunca fue suyo, y eso hacía que la idea de dejarlo ir resultara aún más difícil.
Su mente no dejaba de torturarla con preguntas.
¿Por qué el dicho “un clavo saca a otro clavo” no parecía aplicarse a ella como a los demás?
Mientras algunas personas podían reemplazar el amor de una pareja con la llegada de otra, Keila sentía que su corazón no funcionaba de la misma manera. Quizá, en el fondo, lo que más temía no era la idea de volver a ilusionarse… sino la posibilidad de ser lastimada otra vez.
Había construido tantas ilusiones en torno a este chico misterioso que empezó a crear expectativas desmesuradas e imaginar escenarios que ni siquiera habían ocurrido. Se repetía constantemente los momentos en los que había cruzado miradas con él, tratando de encontrar señales que confirmaran que su interés era correspondido.
Pero al no conocerlo realmente, lo poco que tenía se convertía en alimento para su imaginación.
—No es que no quiera conocerlo, pero… ¿y si me ilusiono y todo termina igual que antes?
—susurró Keila, abrazando su peluche mientras hablaba con Lucía por videollamada.
Lucía resopló al otro lado de la pantalla.
—Keila, no puedes vivir pensando que todo va a salir mal. ¿Y si esta vez es diferente?
—Pero, ¿y si no lo es?
Lucía se quedó en silencio por unos segundos. Luego suspiró.
—Mira, te diré la verdad. Tal vez termines decepcionada, o tal vez no. Pero nunca lo sabrás si no te das la oportunidad de averiguarlo.
Keila mordió su labio. Sabía que su amiga tenía razón, pero era más fácil decirlo que hacerlo
En las noches, antes de dormir, Keila fantaseaba con la posibilidad de encontrárselo nuevamente. Imaginaba conversaciones que aún no habían tenido, sonrisas que aún no le había dedicado y gestos de cariño que solo existían en su cabeza.
Pero, al despertar, la realidad la golpeaba con fuerza.
No sabía su nombre, no tenía su número y, más importante aún, no tenía la certeza de que él sintiera lo mismo por ella.
Y ahí nacía el problema.
Entre la ilusión y la duda, Keila se encontraba atrapada en un torbellino de pensamientos que la hacían cuestionarse una y otra vez.
Desde la perspectiva de sus amigas, todo esto formaba parte de un proceso natural al iniciar una nueva ilusión. Para ellas, la emoción de conocer a alguien nuevo venía acompañada de la incertidumbre, y era algo que debía disfrutarse en lugar de temerse.
Sin embargo, para Keila, la situación era diferente. Ella no se sentía completamente lista para abrirse a otra persona. Tal vez, la sombra de su relación pasada aún pesaba demasiado.
Desde la perspectiva de su madre, era preocupante que Keila creara escenarios ficticios en su cabeza, pues esto solo la hacía sufrir innecesariamente.
—No puedes enamorarte de alguien a quien apenas conoces —le decía con dulzura, pero con firmeza—. Antes de enamorarte de otra persona, tienes que estar bien contigo misma.
Pero… ¿qué significaba realmente estar bien consigo misma?
Keila sentía que había avanzado, que el dolor de su ex ya no la perseguía como antes, pero en momentos como estos, cuando la ansiedad la invadía, no podía evitar preguntarse si realmente había sanado.
Tal vez necesitaba más tiempo. O quizá estaba permitiendo que el pasado definiera su futuro.
Porque sí, el amor duele cuando se va, pero lo que más duele es la idea de abrirse de nuevo… y terminar con el mismo final.
Keila soñaba con un nuevo comienzo, pero abrir su corazón otra vez significaba exponerse.
Después de haber sido lastimada, ¿cómo podía estar segura de que esta vez sería diferente?
Quizás, más que respuestas, lo que Keila necesitaba era tiempo.
Pero, ¿cuánto tiempo es suficiente?
A veces, el corazón se aferra a lo que le hace sentir vivo, incluso si no tiene certeza de lo que pueda pasar después.
Y entonces, una idea cruzó por su mente.
Si su imaginación la estaba arrastrando a escenarios irreales, tal vez debía darle una utilidad.
Tal vez, en lugar de luchar contra sus pensamientos, podía convertirlos en algo más.
Así fue como Keila comenzó a retomar la escritura.
No era la primera vez que lo hacía.
Lo había descubierto tiempo atrás, cuando trataba de sanar del dolor que él le había dejado. En ese entonces, escribir le había permitido ordenar sus pensamientos y soltar lo que la lastimaba.
Ahora, sin embargo, sentía que la escritura tenía otro propósito.
No estaba escribiendo solo para distraerse, sino para enfrentarse a lo que aún le dolía, sin dejar que la ansiedad sobre su futuro la paralizara.
Así como la escritura la ayudó a liberarse del pasado, ahora podía ayudarla a comprender su presente.
Cada página escrita, cada pensamiento convertido en palabras, la acercaba más a aceptarse a sí misma.
En ese momento, algo cambió dentro de ella.
Ya no veía la escritura como un escape de los miedos, sino como un camino hacia la comprensión.
Keila no sabía lo que el futuro le deparaba, ni si algún día el chico misterioso sería parte de su vida.
Pero, por primera vez, se dio cuenta de que podía manejar sus emociones
Y continuar escribiendo su propia historia, en lugar de ser arrastrada por los miedos que la atormentaban.
Esa noche, escribió hasta tarde, y cuando se detuvo, se sintió más ligera.
Tal vez no estaba lista para dar el siguiente paso en su vida amorosa.
Tal vez necesitaba más tiempo,
O tal vez no estaba dispuesta a dejar que los miedos del pasado la definieran.
Por primera vez, Keila se sintió preparada para seguir escribiendo su vida.
Y en cada palabra, comenzó a reencontrarse consigo misma.
Así que, queridos lectores, ¿qué creen que debería hacer Keila?
¿Seguir adelante y arriesgarse a conocerlo mejor, aunque eso significara enfrentarse a la posibilidad de una nueva decepción?
¿O darse más tiempo para sanar completamente antes de dar un nuevo paso en su vida amorosa?
A veces, no hay respuestas correctas. Solo decisiones.
Y Keila aún no estaba lista para tomar la suya.
Continuará…
En el próximo capítulo, Keila se enfrentará a sus miedos y dudas mientras lucha por comprender sus emociones y encontrar el camino hacia la sanación y la verdadera felicidad. Acompáñala en este viaje de autodescubrimiento mientras navega por las complejidades del amor y las huellas del pasado, buscando la claridad y la paz interior que tanto anhela.
Entre ilusiones y silenciosDespués de casi un mes sin verlo, Keila se encontraba atrapada en una encrucijada emocional. Había algo en David, algo que la atraía y la desconcertaba al mismo tiempo. Sus expectativas y miedos alimentaban la ilusión de que podría haber algo más entre ellos, aunque solo lo había visto un par de veces. Las pocas interacciones que tuvieron en el supermercado habían dejado una huella en ella. Algo en la forma en que la miraba, en la manera en que sus caminos se cruzaban por azar, parecía sugerir una conexión que ella no podía explicar. Pero la duda la invadía. ¿Realmente existía algo entre ellos o solo era producto de su imaginación?La verdad era que Keila había tenido mucho tiempo para pensar en él. La imagen de David, de su manera tan peculiar de mirarla y de su comportamiento tan tranquilo, se había colado en su mente y no la dejaba en paz. Pensaba en él incluso cuando intentaba concentrarse en otras cosas, como sus estudios o sus proyectos personales. Es
Entre dudas y decisionesA pesar de que Keila trató de convencer a sí misma de que debía dejar de pensar en David, algo dentro de ella aún sentía la necesidad de entenderlo. De aclarar, aunque fuera por su propio bienestar, lo que había sucedido entre ellos. Y fue así como, tras varios días de reflexiones, Sol la convenció de que fueran al supermercado a comprar un yogur para el bebé de Sol, Iván. Keila sabía que no podía evitar la tentación de ir, aunque el simple hecho de pisar ese lugar revivía todas las emociones que había intentado dejar atrás.El supermercado parecía mucho más grande de lo que recordaba, pero lo que realmente le pesaba era la incertidumbre de si lo volvería a ver. Al caminar hacia la parte de atrás, donde se encontraban las neveras, Keila no podía dejar de mirar hacia los pasillos, esperando, aunque en el fondo sabía que no debía esperar nada. De pronto, ahí estaba. David. Estaba organizando productos en los estantes, como si nada estuviera ocurriendo a su alrede
El eco de lo no dicho y el peso del tiempo entre ellos.El tiempo pasó sin que Keila y David volvieran a dirigirse la palabra. Si alguna vez se cruzaban en el supermercado, él ni siquiera la miraba. Siempre parecía ocupado con su teléfono o con su trabajo, como si ella no existiera. Keila, por su parte, había optado por la misma estrategia. Si lo veía en la calle, desviaba la mirada y caminaba en dirección opuesta. Era irónico cómo, después de tanta incertidumbre y preguntas sin respuesta, ambos habían decidido actuar como si nunca se hubieran conocido. La distancia entre ellos parecía crecer con cada día que pasaba, pero, en el fondo, Keila no podía evitar preguntarse si algo más habría quedado de todo lo que compartieron.Los días transcurrieron sin grandes sobresaltos, hasta que comenzaron las obras en el pueblo. Las calles estaban
Conexiones IncomprensiblesEra una mañana nublada cuando Keila salió con Iván en brazos hacia la verdulería. El pequeño bebé de Sol se había convertido en su compañero habitual, y su presencia le traía una extraña calma. Se aseguró de cubrirlo bien con una manta, pues la brisa fresca de la mañana comenzaba a sentirse más intensa.Para llegar a la verdulería, tuvo que cruzar un pasillo improvisado entre carpas y estructuras a medio construir. La construcción en el pueblo había convertido las calles en un laberinto de polvo y escombros, y cruzar por allí le resultaba sofocante. No le gustaba esa sensación de encierro, la luz tenue filtrándose entre los plásticos, el sonido amortiguado de la gente al otro lado. El olor a cemento fresco y tierra removida se mezclaba con el leve hedor a humedad de los plásticos que cubrían las carpas. Cada paso que daba levantaba una pequeña nube de polvo que se pegaba a su ropa y dejaba un sabor seco en su boca.El túnel se sentía asfixiante, con la luz d
Palabras InquietasPor la tarde, después del inesperado encuentro de la mañana, Keila volvió al supermercado como de costumbre para comprar algunos productos para su abuelo.Intentó convencerse de que ya no pensaba en lo ocurrido.Pero lo hacía.La imagen de David, de pie en aquel pasillo improvisado, con su maldita sonrisa tranquila, se repetía en su cabeza como un eco molesto. Había sido la misma expresión de otras veces, la misma que solía desarmarla cuando aún significaban algo el uno para el otro. Pero ahora, después de meses de distancia, ¿qué pretendía? ¿Por qué mirarla así?No quería analizarlo. No quería sentir nada.Se obligó a centrarse en la lista de compras, repasándola mentalmente mientras tomaba una canasta al entrar. El aire acondicionado del supermercado la recibió con una ráfaga helada que le erizó la piel. Se concentró en sus pasos, en el sonido de las ruedas de los carritos al deslizarse por el piso pulido, en la música de fondo que sonaba como un eco lejano.Pero
El punto de quiebreEsa noche, el insomnio volvió a ser su mejor amigo.No importaba cuánto intentara distraerse con su celular, su mente siempre regresaba a la misma imagen: David, su sonrisa y la manera en que la miró.Era absurdo. No había pasado nada realmente importante, pero aun así, su cuerpo reaccionaba como si estuviera atrapada en un bucle sin fin.Intentó repetirse que todo estaba en su cabeza. Que no había significado nada.Pero el eco de su propia confusión no la dejaba en paz.Se giró en la cama, acomodó la almohada, cerró los ojos con fuerza… pero nada ayudaba.Las preguntas llegaban una tras otra, como si su mente estuviera empecinada en torturarla."Si no le importo, ¿por qué me mira así?""¿Y si me equivoqué? ¿Y si en realidad sí quería decir algo con esa sonrisa?""No, Keila. Basta. No significa nada."Pero… ¿y si sí significaba algo?Frustrada, se levantó de la cama y caminó hasta la ventana de su habitación. Afuera, el pueblo dormía en calma, pero en su interior t
Frente a la verdadSemanas después, la relación entre Keila y David se había reducido a miradas fugaces y conversaciones triviales sobre cosas insignificantes, como los productos del supermercado. Lo que antes fue tensión se había transformado en una rutina incómoda, una especie de limbo emocional que ni avanzaba ni retrocedía.Con la llegada de las ferias en el pequeño pueblo, el ambiente cambió ligeramente. Las calles se llenaron de coloridas carpas, aromas a comida típica y risas de los visitantes que disfrutaban de las atracciones. Sin embargo, aunque la feria estaba llena de música y alegría, los pensamientos sobre aquella conversación con Sol seguían rondando en la mente de Keila.Días antes de las ferias, Keila ya había escuchado los rumores. Sol se lo había dicho en aquella conversación, pero aunque intentó restarle importancia, la idea seguía dando vueltas en su cabeza como un eco persistente. Tal vez, esa era la respuesta que necesitaba para enterrar la ilusión que aún la at
Las letras calladasDespués de la feria, Keila sintió que algo dentro de ella había cambiado. No podía decir que estaba completamente en paz, pero al menos había logrado dar el primer paso. Soltar. Aceptar. Dejar de buscar respuestas donde no las había.Sin embargo, los días siguientes le demostraron que algunas batallas no terminan con una simple decisión.Al principio, se sintió bien, como si hubiera dejado atrás una parte de su vida que la mantenía atrapada. Se repetía una y otra vez que su historia con David era solo un capítulo más, uno que ya había cerrado. Pero entonces, el silencio comenzó a pesarle.No el silencio del pueblo ni el de su rutina, sino el que se había instalado dentro de ella. El que la alejaba de los demás.Lucía y sus amigas la invitaban a salir, a conversar, a distraerse. Le enviaban mensajes llenos de ánimo, intentaban incluirla en sus planes, pero Keila se encontraba constantemente con la necesidad de decir que no.—Te estamos perdiendo, Keila —le escribió