Palabras y eventos confusos
Los días pasaron y el interés de Keila por el chico del supermercado, seguía creciendo. Cada vez que cruzaba la puerta del lugar, su corazón latía con más fuerza. No solo por la compra que necesitaba hacer, sino también por el deseo de volver a verlo.
Aunque su amiga Lucía, con quien hablaba constantemente a la distancia, le había dado muchos ánimos, Keila aún sentía una mezcla de emoción y temor. Las palabras de Lucía retumbaban en su cabeza:
"¡Hazlo, Keila, hazlo!"
Pero cada vez que pensaba en acercarse a él, algo en su pecho se encogía.
Lucía insistía en que, al menos, le pidiera su nombre. Pero Keila no podía evitar sentirse nerviosa y avergonzada, especialmente porque él parecía estar ocupado en su trabajo. La idea de conocerlo la inquietaba, pero a la vez la emocionaba.
Cada vez que sus miradas se cruzaban, Keila sentía que había una conexión especial, como si pudieran comunicarse sin palabras. Además, tenía la sensación de que él la reconocía de algún lugar, pero no lograba identificarlo.
Una noche, mientras ambas veían una película de comedia romántica, Lucía decidió que ya era hora de ponerle fin a los nervios de Keila.
—Keila, basta de dar vueltas. ¡Vas a morir de miedo si sigues así! —le dijo, viendo cómo su amiga estaba tirada en la cama, abrazada a su almohada, mirando la pantalla con una expresión ausente, como si estuviera en otro mundo.
Las comedias románticas no ayudaban mucho.
Keila soltó un suspiro largo, dejando caer la cabeza hacia atrás y mirando el techo.
—¿Y si se ríe de mí? ¿O me ignora? ¿Qué tal si... me doy un golpe de suerte y termina siendo un desastre? No sé, Lucía. Cada vez que lo veo, me siento más... confundida.
—¡Keila, basta ya! —la voz de Lucía fue un regaño disfrazado de cariño—. Tienes que hacerlo, no puedes quedarte aquí toda tu vida preguntándote qué habría pasado si hubieras dado ese paso.
Lucía hizo una pausa antes de continuar:
—No siempre vamos a tener el momento perfecto, pero a veces, solo hay que lanzarse. No puedes quedarte toda la vida pensando "¿y si...?" Sabes que las cosas no siempre salen como esperas, pero a veces hay que lanzarse, aunque no sepas lo que te espera.
Esas palabras quedaron flotando en el aire mientras Keila intentaba calmarse. No era fácil, pero algo en ella comenzó a despertar.
Tal vez Lucía tenía razón. No podía seguir viviendo con esa duda.
La posibilidad de conocer a alguien la emocionaba, pero también la aterraba. Sin embargo, la vida no podía ser siempre sobre esperar el momento perfecto.
A medida que pasaban los días, Keila comenzó a notar que su pensamiento sobre el chico del supermercado era más persistente.
En los ratos libres, cuando no estaba ocupada con sus estudios, pensaba en la última vez que lo vio. En su rostro, en su sonrisa, en ese "algo" que no podía poner en palabras.
Cada vez que lo veía, sentía mariposas en el estómago. Era como si el universo estuviera conspirando para hacer que lo viera más, o quizás era ella quien lo buscaba en cada rincón de su mente.
—Solo un paso más, Keila. ¿Vas a hacerlo? —preguntó Lucía en uno de sus mensajes de texto, como si supiera que su amiga estaba retrasando el inevitable.
Keila miró el teléfono, buscando las palabras correctas para responder, pero lo único que pudo hacer fue suspirar.
Sabía que tenía que enfrentarse a esa situación. Si no lo hacía ahora, tal vez nunca lo haría.
¿Y entonces, qué quedaría?
¿El "¿y si...?" eterno?
Al día siguiente, el sol brillaba en el cielo y el pueblo parecía tranquilo.
Keila se miró en el espejo, ajustando su ropa antes de salir. El nudo en su estómago no desaparecía, pero sabía que no podía echarse atrás.
"Hoy es el día."
Con un último respiro, salió de la casa.
Había planeado todo con antelación. Estaba decidida.
La excusa era sencilla: necesitaba una brilladora para limpiar la estufa.
Lo demás, pensaba, podría resolverse después.
Solo tenía que llegar hasta allí y dar el paso.
Al entrar al supermercado, el aroma familiar de los pasillos de comida y productos de limpieza la tranquilizó un poco.
Caminó por los pasillos, buscando el artículo, pero su mente no dejaba de pensar en cómo acercarse a él.
"Vamos, Keila, solo pregúntale algo sencillo”
Finalmente, se encontró frente a la estantería donde estaba la brilladora.
Allí estaba.
En el instante en que el chico apareció en el pasillo, Keila sintió que el aire se le escapaba del pecho.
Por un segundo, sus ojos se encontraron, y algo en su interior le gritó que tenía que hablar, pero el miedo la paralizó.
¿De verdad puedo hacerlo?
La adrenalina corriendo por sus venas.
“Es ahora o nunca”.
—Ehh... Hola... eh... disculpa... —tartamudeó, notando cómo su rostro se sonrojaba al instante.
El chico levantó la mirada y sonrió amablemente, haciéndole un gesto con la mano, indicándole que podía acercarse.
Keila sintió que su corazón latía con fuerza.
Él la observó mientras tomaba un paso hacia ella, esperando con una actitud relajada.
—Hola, ¿te ayudo con algo? —preguntó él, observando la brilladora que Keila sostenía en sus manos.
Keila tragó saliva y, con una mezcla de nerviosismo y torpeza, intentó preguntar lo primero que vino a su mente.
—Esto... ¿sabes si... cuánto cuesta la brilladora? Es que no tiene precio —preguntó, tratando de disimular su nerviosismo.
El chico frunció ligeramente el ceño, como si no entendiera bien, y se acercó al lugar donde se encontraba el producto. Se agachó para mirar el precio, pero parecía igualmente desconcertado.
—Bueno, parece que no tiene precio. No estoy seguro... —dijo él, mientras levantaba la mirada hacia Keila. —¿Te gustaría que te ayudara a buscar el precio?
Keila sintió que las palabras no salían como esperaba. ¿Por qué esto se sentía tan complicado?
Finalmente le pasó el producto a el chico. Su rostro se había puesto completamente rojo, y, aunque sabía que él no podía recibir el dinero, en ese momento actuó por puro impulso.
Su mano temblaba al pasarle el dinero, como si fuera la única forma de hacer que la escena terminara. Su rostro ardía de vergüenza, pero, al mismo tiempo, una ola de desesperación la invadió.
¿Había hecho el ridículo?
No pudo evitar pensar que sus nervios lo habían arruinado todo.
—Lo siento mucho... No quiero causarte molestias —dijo Keila con voz temblorosa, mientras su rostro se ponía aún más rojo.
El chico la miró por un instante antes de sonreír con suavidad, aunque su tono de voz se mantuvo serio y tranquilo.
—No puedo recibir el pago... —dijo él, extendiendo la mano para devolverle el dinero. —No estoy autorizado para hacerlo.
Justo en ese momento, la cajera lo llamó desde la otra punta del pasillo, interrumpiendo la conversación.
El chico, distraído por la llamada, devolvió el dinero a Keila con una sonrisa leve, pero su mirada no pudo evitar mostrar algo de sorpresa.
Keila, sintiendo una mezcla de alivio y frustración, tomó el dinero sin decir nada. ¿Había hecho todo mal?
Lo único que sabía era que necesitaba salir de ahí.
Keila, aliviada por la interrupción, no dudó en dar un paso atrás y alejarse.
Rápidamente, se dirigió a la caja registradora, buscando pagar el producto y salir cuanto antes.
Sentía el calor de su rostro aún presente.
Mientras se alejaba de él, una pregunta rondaba en su mente:
¿Estaba lista para dar un paso más o debía esperar un poco más?
¿Y si lo pierdo por no atreverme a dar un solo paso?
La cajera, con una sonrisa profesional, escaneó el producto y le dio el total. Keila sacó su billetera, con las manos un poco temblorosas, pero logró completar la compra sin mayores inconvenientes.
Mientras guardaba el recibo, lanzó una última mirada a ese misterioso chico.
Él estaba en el otro lado del pasillo, atendiendo a un cliente, como si nada hubiera pasado.
La conversación no salió exactamente como Keila había imaginado.
Pero, para su sorpresa, tampoco se sentía tan nerviosa como había pensado.
Había logrado hablar con él por primera vez y, aunque no había conseguido su nombre, eso podía solucionarse más adelante.
Lo importante era que había dado el primer paso.
El chico había despertado en ella una sensación de emoción que no había experimentado antes.
En los días siguientes, Keila y el chico del supermercado comenzaron a cruzarse con más frecuencia.
Sus miradas se encontraban en silenciosas complicidades, acompañadas de breves saludos que, aunque fugaces, dejaban en Keila una sensación de alegría que perduraba más de lo que ella misma esperaba.
A veces, un simple "hola" era suficiente para iluminarle el día y hacerla sonreír sin razón aparente.
Lucía, al ver cómo las cosas comenzaban a avanzar, le mandó un mensaje lleno de entusiasmo.
— ¡Te lo dije, Keila! Todo comienza con un "hola". Ahora solo falta que te atrevas a hablarle más.
Keila sonrió al leer el mensaje, pero en su interior, algo no encajaba del todo.
Por más que intentara convencerse de que era solo un chico nuevo en su vida, su mente insistía en recordarle que no era tan simple.
Cada vez que lo veía, no solo sentía nervios… también sentía un miedo que no lograba explicar, como si dentro de ella algo le advirtiera que esto no era tan simple como pensaba.
Esa noche, mientras intentaba dormir, su mente volvía una y otra vez a la imagen de él devolviéndole el dinero con una sonrisa.
¿Por qué algo tan pequeño la hacía sentir tan nerviosa?
Cerró los ojos, intentando calmarse, pero en su interior, una pregunta persistía:
"¿Y si todo esto no es tan simple como creo?"
Sabía que lo sucedido en el supermercado había sido un paso adelante, pero en lugar de sentirse más confiada, la incertidumbre la invadía aún más.
"¿Es normal sentir tanto miedo por algo que apenas comienza?", pensó, sintiendo el peso de una emoción que no lograba definir.
Se abrazó a la almohada, intentando convencerse de que todo era solo inseguridad pasajera. Pero en el fondo, sabía que no era tan simple.
No esta vez
No era solo miedo de hablarle.
Era miedo de que esto terminara igual que antes.
De que ilusionarse significara arriesgarse a otra decepción
Continuará...
En el próximo capítulo, Keila enfrentará nuevos desafíos mientras trata de entender sus sentimientos hacia el chico del supermercado. ¿Podrá superar su timidez y acercarse a él de manera más efectiva? ¿O seguirá encontrando dificultades para comunicarse? Acompáñala mientras explora las complejidades del amor y la conexión humana, descubriendo lo que el destino le tiene reservado.
Miedos cuestionablesEl encuentro con el chico en el supermercado había sido breve, pero su impacto seguía resonando en ella. No era solo la emoción de haberle hablado, sino el miedo que le había quedado en el pecho. Un miedo que no tenía que ver con él, sino con lo que significaba abrirse a alguien nuevo.Cada vez que intentaba imaginar un futuro con alguien más, los fantasmas del pasado volvían con más fuerza. Su ex también había empezado así: con una sonrisa amable, con encuentros casuales que parecían promesas de algo más. Y en aquel entonces, Keila había bajado la guardia sin imaginar lo que vendría después.¿Cómo saber si esta vez sería diferente?Ansiaba conocer el nombre y el número del chico misterioso, sanar y finalmente dejar atrás el dolor que su ex le había causado. Sin embargo, el tiempo no parecía estar de su lado.Un mes y medio… ¿Era realmente suficiente para curar las heridas del pasado? O tal vez, sin darse cuenta, ya se había enamorado de alguien que nunca fue suyo
Entre ilusiones y silenciosDespués de casi un mes sin verlo, Keila se encontraba atrapada en una encrucijada emocional. Había algo en David, algo que la atraía y la desconcertaba al mismo tiempo. Sus expectativas y miedos alimentaban la ilusión de que podría haber algo más entre ellos, aunque solo lo había visto un par de veces. Las pocas interacciones que tuvieron en el supermercado habían dejado una huella en ella. Algo en la forma en que la miraba, en la manera en que sus caminos se cruzaban por azar, parecía sugerir una conexión que ella no podía explicar. Pero la duda la invadía. ¿Realmente existía algo entre ellos o solo era producto de su imaginación?La verdad era que Keila había tenido mucho tiempo para pensar en él. La imagen de David, de su manera tan peculiar de mirarla y de su comportamiento tan tranquilo, se había colado en su mente y no la dejaba en paz. Pensaba en él incluso cuando intentaba concentrarse en otras cosas, como sus estudios o sus proyectos personales. Es
Entre dudas y decisionesA pesar de que Keila trató de convencer a sí misma de que debía dejar de pensar en David, algo dentro de ella aún sentía la necesidad de entenderlo. De aclarar, aunque fuera por su propio bienestar, lo que había sucedido entre ellos. Y fue así como, tras varios días de reflexiones, Sol la convenció de que fueran al supermercado a comprar un yogur para el bebé de Sol, Iván. Keila sabía que no podía evitar la tentación de ir, aunque el simple hecho de pisar ese lugar revivía todas las emociones que había intentado dejar atrás.El supermercado parecía mucho más grande de lo que recordaba, pero lo que realmente le pesaba era la incertidumbre de si lo volvería a ver. Al caminar hacia la parte de atrás, donde se encontraban las neveras, Keila no podía dejar de mirar hacia los pasillos, esperando, aunque en el fondo sabía que no debía esperar nada. De pronto, ahí estaba. David. Estaba organizando productos en los estantes, como si nada estuviera ocurriendo a su alrede
El eco de lo no dicho y el peso del tiempo entre ellos.El tiempo pasó sin que Keila y David volvieran a dirigirse la palabra. Si alguna vez se cruzaban en el supermercado, él ni siquiera la miraba. Siempre parecía ocupado con su teléfono o con su trabajo, como si ella no existiera. Keila, por su parte, había optado por la misma estrategia. Si lo veía en la calle, desviaba la mirada y caminaba en dirección opuesta. Era irónico cómo, después de tanta incertidumbre y preguntas sin respuesta, ambos habían decidido actuar como si nunca se hubieran conocido. La distancia entre ellos parecía crecer con cada día que pasaba, pero, en el fondo, Keila no podía evitar preguntarse si algo más habría quedado de todo lo que compartieron.Los días transcurrieron sin grandes sobresaltos, hasta que comenzaron las obras en el pueblo. Las calles estaban
Conexiones IncomprensiblesEra una mañana nublada cuando Keila salió con Iván en brazos hacia la verdulería. El pequeño bebé de Sol se había convertido en su compañero habitual, y su presencia le traía una extraña calma. Se aseguró de cubrirlo bien con una manta, pues la brisa fresca de la mañana comenzaba a sentirse más intensa.Para llegar a la verdulería, tuvo que cruzar un pasillo improvisado entre carpas y estructuras a medio construir. La construcción en el pueblo había convertido las calles en un laberinto de polvo y escombros, y cruzar por allí le resultaba sofocante. No le gustaba esa sensación de encierro, la luz tenue filtrándose entre los plásticos, el sonido amortiguado de la gente al otro lado. El olor a cemento fresco y tierra removida se mezclaba con el leve hedor a humedad de los plásticos que cubrían las carpas. Cada paso que daba levantaba una pequeña nube de polvo que se pegaba a su ropa y dejaba un sabor seco en su boca.El túnel se sentía asfixiante, con la luz d
Palabras InquietasPor la tarde, después del inesperado encuentro de la mañana, Keila volvió al supermercado como de costumbre para comprar algunos productos para su abuelo.Intentó convencerse de que ya no pensaba en lo ocurrido.Pero lo hacía.La imagen de David, de pie en aquel pasillo improvisado, con su maldita sonrisa tranquila, se repetía en su cabeza como un eco molesto. Había sido la misma expresión de otras veces, la misma que solía desarmarla cuando aún significaban algo el uno para el otro. Pero ahora, después de meses de distancia, ¿qué pretendía? ¿Por qué mirarla así?No quería analizarlo. No quería sentir nada.Se obligó a centrarse en la lista de compras, repasándola mentalmente mientras tomaba una canasta al entrar. El aire acondicionado del supermercado la recibió con una ráfaga helada que le erizó la piel. Se concentró en sus pasos, en el sonido de las ruedas de los carritos al deslizarse por el piso pulido, en la música de fondo que sonaba como un eco lejano.Pero
El punto de quiebreEsa noche, el insomnio volvió a ser su mejor amigo.No importaba cuánto intentara distraerse con su celular, su mente siempre regresaba a la misma imagen: David, su sonrisa y la manera en que la miró.Era absurdo. No había pasado nada realmente importante, pero aun así, su cuerpo reaccionaba como si estuviera atrapada en un bucle sin fin.Intentó repetirse que todo estaba en su cabeza. Que no había significado nada.Pero el eco de su propia confusión no la dejaba en paz.Se giró en la cama, acomodó la almohada, cerró los ojos con fuerza… pero nada ayudaba.Las preguntas llegaban una tras otra, como si su mente estuviera empecinada en torturarla."Si no le importo, ¿por qué me mira así?""¿Y si me equivoqué? ¿Y si en realidad sí quería decir algo con esa sonrisa?""No, Keila. Basta. No significa nada."Pero… ¿y si sí significaba algo?Frustrada, se levantó de la cama y caminó hasta la ventana de su habitación. Afuera, el pueblo dormía en calma, pero en su interior t
Frente a la verdadSemanas después, la relación entre Keila y David se había reducido a miradas fugaces y conversaciones triviales sobre cosas insignificantes, como los productos del supermercado. Lo que antes fue tensión se había transformado en una rutina incómoda, una especie de limbo emocional que ni avanzaba ni retrocedía.Con la llegada de las ferias en el pequeño pueblo, el ambiente cambió ligeramente. Las calles se llenaron de coloridas carpas, aromas a comida típica y risas de los visitantes que disfrutaban de las atracciones. Sin embargo, aunque la feria estaba llena de música y alegría, los pensamientos sobre aquella conversación con Sol seguían rondando en la mente de Keila.Días antes de las ferias, Keila ya había escuchado los rumores. Sol se lo había dicho en aquella conversación, pero aunque intentó restarle importancia, la idea seguía dando vueltas en su cabeza como un eco persistente. Tal vez, esa era la respuesta que necesitaba para enterrar la ilusión que aún la at