Gabriela observó con detenimiento a la joven sirvienta. Reconoció que siempre había sido de fijarse en el físico de la gente, y por más vueltas que le daba, no entendía en qué podría basarse el supuesto encanto de Lola para que Álvaro decidiera, a la primera vista, encargarle algo tan serio como tener un hijo. Máxime cuando Álvaro solía ser exquisitamente exigente con las personas.—Seamos francos: Álvaro está vivo y coleando. ¿No te da miedo que yo lo llame y le cuente todo para que te confronte? —preguntó Gabriela, con una nota de sarcasmo en la voz.—¡Se lo juro, es la verdad! —insistió Lola, cada vez más agitada.Gabriela, sin más, le dio la espalda:—Tramita el despido de la forma habitual. Que reciba la indemnización que corresponda y se vaya —sentenció, negándose a seguir escuchando las súplicas de la muchacha.Alicia, que hasta entonces se había mantenido vigilante, no pudo evitar dibujar una leve sonrisa de alivio. Al principio había temido que Gabriela se ablandara, sobre tod
Gabriela no respondió, sino que se concentró en terminar su bebida. Desde que había conversado con Florencio, sentía un extraño distanciamiento. Él le mencionó a unos supuestos «gemelos» con personalidades opuestas: un Álvaro bondadoso antes de los ocho años y otro, cruel, después de esa edad.Sin embargo, ni el de antes ni el de después coincidían del todo con el Álvaro que ella conocía. Había muchas incongruencias. Aunque lo había puesto a prueba varias veces, siempre la sorprendía de nuevo… nada encajaba completamente.Lo único que podía hacer por ahora era esperar. Esperar a que las personas de Mattheo le dieran acceso a esa verdad de la que habló Florencio. Quizá allí encontraría todas las respuestas a la sensación de ruptura que la agobiaba.Miró por la ventana, donde se acumulaban nubes oscuras en el horizonte. El pronóstico anunciaba otra gran nevada para Midred. Gabriela sintió un leve escalofrío, una ansiedad inexplicable.En ese momento, el teléfono vibró en su mano: era ese
Esto le trajo a Álvaro un leve recuerdo de aquella vez en que, esperando a Gabriela en el aeropuerto, una joven pareja también parecía haberlo confundido con alguien más.El nombre de aquel hombre…Emiliano.En su memoria se dibujaba la imagen de un joven corriendo hacia él, rebosante de entusiasmo. Emiliano, una persona que sin duda existió. Sin embargo, apenas Álvaro llegó al sur y encargó investigar su rastro, no encontraron nada: como si alguien hubiera borrado todo indicio de que Emiliano hubiera pisado alguna vez Mar de Cristal.No pasó mucho tiempo hasta que el ferry atracó en el muelle de esta isla, recibiendo a Álvaro con un ambiente muy distinto al de Midred. Había turistas por doquier, puestecitos de comida y artesanías, y un bullicio festivo que contrastaba con su vestimenta oscura y discreta. Él se ajustó la visera de la gorra y se internó entre la gente.Cerca del muelle, Isabel estaba sentada en el puesto familiar, con las piernas cruzadas y absorta en un videojuego nuev
Apenas este año habían colocado una lápida… Ese dato provocó una punzada de dolor en el pecho de Álvaro. Aun así, hizo lo que el dueño le indicó. En el trayecto, identificó varios lugares que Gabriela le había descrito en conversaciones aparentemente casuales, pero que ahora cobraban sentido. Vio el puesto de pastelillos dulces, y también a la anciana que, en teoría, vigilaba el local pero que, en realidad, estaba profundamente dormida, disfrutando del sol.«Mi Gabriela…»Recordó cómo ella observaba cada detalle con tanta atención. Bastaba con mencionarle de pasada a cierta persona o un lugar, y al llegar allí era fácil reconocerlo todo. Se dio cuenta de lo mucho que ella se había esforzado en compartirle ese universo al que él, hasta ahora, no se había atrevido a asomarse.Pronto divisó el Orfanato Mar de Cristal. Era un edificio mucho más pequeño de lo que imaginaba. Daba la impresión de llevar años abandonado, con un muro exterior lleno de dibujos desgastados y una vieja puerta de m
A lo lejos, el cielo empezó a encapotarse. Era típico del clima en las islas, inestable y cambiante. Sin previo aviso, un aguacero implacable se desató, obligando a la escasa gente que seguía en el cementerio a buscar refugio con prisa.Álvaro contempló la fotografía de Colomba mientras las gotas empapaban la superficie. El agua desdibujaba aquella expresión amable, y por un segundo pareció que la imagen lloraba.Con gesto impasible, apartó la mirada y emprendió camino de regreso.La lluvia, en lugar de amainar, se intensificó. Cuando llegó al pie de la colina, volvió a toparse con el Orfanato Mar de Cristal y, otra vez, sus ojos se posaron en el gran árbol. Gabriela le había hablado en incontables ocasiones de ese lugar. ¿Sería porque, de algún modo, ese árbol representaba los recuerdos más hermosos con su antiguo prometido?Las manos de Álvaro se cerraron en puños, conteniéndose al máximo. Sin dudarlo más, siguió avanzando por la calle inundada, mientras la lluvia dibujaba cortinas g
Después de un breve trayecto, la anciana y Álvaro llegaron a un portón.Con una mano temblorosa, ella sacó de su bolsillo un llavero con un montón de llaves hasta dar con la correcta, y abrió el candado.Al empujar la puerta, Álvaro se encontró con un pequeño patio interior. La señora entró con prisa, y él dudó solo un instante antes de seguirla.La casa resultó ser sencilla: una sala principal, un baño, una cocina y tres habitaciones pequeñas.Sin vacilar, la anciana se dirigió al cuarto orientado al sur.Álvaro, que iba tras ella, notó un cartel en la puerta de madera que mostraba a una Gabriela niña, vestida de cisne blanco en un cartel de ballet.La viejecita alzó la vista para revisar el techo, aparentemente preocupada por filtraciones. El tejado parecía recién reparado, y aquello la confundió.—¿Cuándo habrán arreglado esto? Ayer Colomba dijo que lo atendería después de su viaje —comentó, rascándose la cabeza sin encontrar respuesta.Álvaro permaneció en silencio.Desde el umbral
La anciana, con la mirada nublada, pareció comprender algo de pronto.—¿Emiliano, acaso te molesta que ella no te haya acompañado hasta el final? No es que no quisiera… es que cuando recuperaron tu cuerpo, estaba tan irreconocible que Gabriela se negaba a aceptarlo. Se aferró a la idea de que no podías haber muerto. Justo cuando iban a casarse…Con un suspiro tembloroso, fijó sus ojos compasivos en Álvaro.—Hijo, esta vida no les alcanzó. Ya suelta ese afán. Mañana mismo iré al templo para hacerte una ceremonia especial. —Levantó una mano, como si quisiera acariciarle el rostro.Álvaro se quedó inmóvil, tan frío que parecía una estatua sin alma. Ella no consiguió tocarlo, de modo que bajó la mano con tristeza.—Antes te agachabas para que la abuela pudiera tocarte la cara… —murmuró, entre suspiros—. Pero, bueno, ya que Colomba no está, ustedes dos no se compliquen cocinando solos. Vengan a mi casa luego; les haré una sopa de mariscos con camarones como a ti te gustaba… —dijo, cayendo u
A la hora de cenar, las náuseas de Gabriela empeoraron y, tras varios vómitos que la dejaron mareada, recordó que la última vez que se sintió así de nerviosa fue el día en que ocurrió el accidente de Emiliano. Una sombra de temor se instaló en su pecho.Entonces, regresó a su cuarto y llamó a Laura. Generalmente, cuando Álvaro salía de la ciudad, Laura solía acompañarlo.—Señora… ¿usted me llama? —contestó ella con evidente sorpresa.—Sí, quiero saber qué está pasando con Álvaro. —La voz de Gabriela sonaba firme, pero se notaba su ansiedad.Hubo un breve silencio antes de que Laura respondiera:—El jefe me pidió que no se lo dijera, pero anoche, cuando fue a la finca para recogerle unas cosas, tuvo un accidente automovilístico de regreso a casa.—¿Un accidente? —Gabriela se levantó de un salto.—Tranquila, no fue grave. Se golpeó la cabeza, pero le hicieron una tomografía y salió todo bien —explicó Laura en un tono que buscaba calmarla.—¿Y dónde está ahora? —insistió Gabriela, con el