Después de un breve trayecto, la anciana y Álvaro llegaron a un portón.Con una mano temblorosa, ella sacó de su bolsillo un llavero con un montón de llaves hasta dar con la correcta, y abrió el candado.Al empujar la puerta, Álvaro se encontró con un pequeño patio interior. La señora entró con prisa, y él dudó solo un instante antes de seguirla.La casa resultó ser sencilla: una sala principal, un baño, una cocina y tres habitaciones pequeñas.Sin vacilar, la anciana se dirigió al cuarto orientado al sur.Álvaro, que iba tras ella, notó un cartel en la puerta de madera que mostraba a una Gabriela niña, vestida de cisne blanco en un cartel de ballet.La viejecita alzó la vista para revisar el techo, aparentemente preocupada por filtraciones. El tejado parecía recién reparado, y aquello la confundió.—¿Cuándo habrán arreglado esto? Ayer Colomba dijo que lo atendería después de su viaje —comentó, rascándose la cabeza sin encontrar respuesta.Álvaro permaneció en silencio.Desde el umbral
La anciana, con la mirada nublada, pareció comprender algo de pronto.—¿Emiliano, acaso te molesta que ella no te haya acompañado hasta el final? No es que no quisiera… es que cuando recuperaron tu cuerpo, estaba tan irreconocible que Gabriela se negaba a aceptarlo. Se aferró a la idea de que no podías haber muerto. Justo cuando iban a casarse…Con un suspiro tembloroso, fijó sus ojos compasivos en Álvaro.—Hijo, esta vida no les alcanzó. Ya suelta ese afán. Mañana mismo iré al templo para hacerte una ceremonia especial. —Levantó una mano, como si quisiera acariciarle el rostro.Álvaro se quedó inmóvil, tan frío que parecía una estatua sin alma. Ella no consiguió tocarlo, de modo que bajó la mano con tristeza.—Antes te agachabas para que la abuela pudiera tocarte la cara… —murmuró, entre suspiros—. Pero, bueno, ya que Colomba no está, ustedes dos no se compliquen cocinando solos. Vengan a mi casa luego; les haré una sopa de mariscos con camarones como a ti te gustaba… —dijo, cayendo u
A la hora de cenar, las náuseas de Gabriela empeoraron y, tras varios vómitos que la dejaron mareada, recordó que la última vez que se sintió así de nerviosa fue el día en que ocurrió el accidente de Emiliano. Una sombra de temor se instaló en su pecho.Entonces, regresó a su cuarto y llamó a Laura. Generalmente, cuando Álvaro salía de la ciudad, Laura solía acompañarlo.—Señora… ¿usted me llama? —contestó ella con evidente sorpresa.—Sí, quiero saber qué está pasando con Álvaro. —La voz de Gabriela sonaba firme, pero se notaba su ansiedad.Hubo un breve silencio antes de que Laura respondiera:—El jefe me pidió que no se lo dijera, pero anoche, cuando fue a la finca para recogerle unas cosas, tuvo un accidente automovilístico de regreso a casa.—¿Un accidente? —Gabriela se levantó de un salto.—Tranquila, no fue grave. Se golpeó la cabeza, pero le hicieron una tomografía y salió todo bien —explicó Laura en un tono que buscaba calmarla.—¿Y dónde está ahora? —insistió Gabriela, con el
—Sí, me invitaron a almorzar unos parientes de la familia García, quienes me ayudaron a volver a Midred. Es Año Nuevo, así que no podía decir que no —explicó Gabriela.—Ah, entiendo —respondió Cintia, soltando un largo bostezo. Dejó intacto el jugo que Gabriela le sirvió y pidió un café bien cargado. Lo bebió como si fuera un trago amargo, de un solo tirón.—Por cierto, ayer despedí a una empleada. ¿El mayordomo te lo comentó? —preguntó Gabriela.—Sí, justo iba a sacarlo a colación. ¿En qué estaba pensando al atreverse a hacerte esa jugarreta? Si fuera por mí, la hubiera hecho quedarse para escarmentarla como se merece —dijo Cintia, con evidente rabia.—Tienes cosas más importantes de las que ocuparte. No valía la pena.—¡Encima se atrevió a esparcir calumnias de mi hermano! Todo el mundo sabe que antes era la personificación de la austeridad, ¿no? Aunque viniera la modelo más bella a insinuársele, la despachaba sin contemplaciones. ¿Cómo iba a querer tener un hijo con una desconocida?
—¡Exacto! —Soren asintió con fuerza, aunque su expresión volvió a ensombrecerse—. Me temo que tu tío Iker corre con muy mala suerte. Después de buscarlo por todos lados, rastreamos algo de él en las inmediaciones donde vivía Noelia, pero luego se esfumó por completo.—Noelia también está desaparecida —gruñó Soren, con el gesto amargo de quien mastica un bocado de hiel.Gabriela recordó cómo, dos noches atrás, Álvaro había salido de manera intempestiva.—Hiciste todo lo que estaba en tus manos. Si alguien está empeñado en autodestruirse, no hay mucho que pueda hacerse —contestó con tranquilidad.Soren dejó escapar un suspiro profundo.Era imposible no pensar en don Octavio, fallecido solo tres años atrás, y cómo la familia García se había desmoronado tras su muerte. Resultaba difícil creer que, veinte años antes, aquella familia brillaba con tanto poder.Fueron a almorzar en un restaurante que Soren conocía bien.—Este lugar es un clásico. Tu padre venía muy seguido de niño; le encantab
Álvaro aún se sentía mareado, con los efectos de la fiebre que le había subido la noche anterior tras la tormenta. Al escuchar la noticia, lo primero que pensó fue: «¿Quién diablos hay en Hospital Serrano Verde que la motive a ir?»—Entiendo —fue todo lo que dijo, con un tono impasible. Luego añadió—: Si la acompaña Soren, no hay peligro.—¿Cómo? —Kian se quedó atónito—. ¿Lo vamos a permitir así nada más?—Ajá.—Pero, señor…—¿Algo más?—No, nada más…Álvaro cortó la llamada, dejando a Kian con una desazón que no le quitaba el nudo en la garganta. «Sentía un presentimiento muy oscuro», un malestar que se le metía en los huesos y lo hacía temblar de pura angustia.Nada más salir del aeropuerto, Álvaro subió al auto que lo esperaba, con destino directo a la casa principal de la familia Rojo. Durante su viaje había descubierto cosas que le parecían muy interesantes, y deseaba confirmar algunos datos antes de presentarse ante Gabriela.***Hospital Serrano Verde.Aun a plena luz del día, e
Al fondo, por fin, distinguieron el número 3602.—Señorita… —susurró Soren con un deje de inquietud.Gabriela le respondió con una leve sonrisa y se dio unos golpecitos en el bolsillo de la chaqueta:—Tranquilo, llevo conmigo lo que me diste.Soren asintió con gesto preocupado:—Estaré justo fuera. Si notas cualquier cosa extraña, llámame de inmediato.—De acuerdo.Con un suspiro que le permitió liberar algo de tensión, Gabriela empujó la puerta de la habitación 3602 y entró, dispuesta a descubrir lo que la esperaba dentro.La habitación era de lo más ordinaria, sin iluminación encendida y con luz escasa que entraba de manera oblicua. La cama se encontraba vacía. Justo enfrente de la puerta había una ventana alargada, junto a la cual destacaba una silla de ruedas ocupada por una figura delgada y menuda. A contraluz, a Gabriela le resultaba imposible distinguir el rostro o determinar si se trataba de un hombre o una mujer. Sin embargo, tenía la certeza de algo: no podía ser Mattheo.Est
—No te apresures —respondió Iliana, reprimiendo dos toses entrecortadas—. Llevo mucho tiempo sin hablar con nadie. Te prometo que no te dejaré irte de aquí con las manos vacías. ¿Qué te parece si empiezo por presentarme como es debido?Gabriela mantuvo una mano en el bolsillo de su abrigo, sin pronunciar palabra. No obstante, la actitud de silencio de Gabriela no impidió que Iliana continuara con su relato.—Me llamo Iliana Saavedra, la primera hija nacida en la generación actual de la familia Saavedra. Aun siendo mujer, mi padre me prodigó bastante afecto. Igual que a ti, cuando vine al mundo no faltó quien predijera que sería una niña bendecida con fortuna y lujos… —explicó Iliana con una sonrisa llena de sarcasmo—. No recuerdo si tenía diez u once años, o quizá era aún más pequeña. El caso es que un día me enfermé: en mi cerebro empezó a crecer algo que no debía.Dicho esto, se frotó la cabeza con suavidad. Gabriela, que seguía cada uno de sus movimientos, se fijó en la multitud de